A construir un feminismo para las mayorías sociales

Hasta hace no mucho tiempo el denominarse feminista correspondía a una especie de rareza irreconocible desde los márgenes de la política tradicional. El feminismo era un agregado “cultural”, una especie de segundo apellido, o de excentricidad que se mira con sospecha: ¿qué es lo que quieren las feministas? Muchas han tenido que pasar por aquel cerco de la desconfianza para correr los límites de lo posible.

Si hoy podemos utilizar la palabra feminismo como un significante común, que circula por las redes sociales y los medios de comunicación, que cambia el sentido del 8 de marzo, desde los claveles a las calles, es porque existe una historia feminista que ha permanecido oculta, pero que comienza a encontrar espacios donde narrarse y volverse parte de nuestra memoria colectiva.

Para ello necesitamos buscar nuevas formas de contar qué significa ser feminista, y para qué fuimos y somos feministas. El devenir feminista acontece como una necesidad profunda de cambiar la forma de nuestras relaciones sociales, y con ello lo que entendemos por política. Muchas hemos llegado al feminismo arrancando de situaciones de violencia de género. Se confunde en aquel momento ese sentir individual: aquella expresión íntima de dolor que siempre se nos había mencionado como parte de los tabúes de la naturaleza del espacio privado, con la posibilidad de enunciarnos en lo público, en descubrir una voz nueva que exista más allá del marco en el cual sólo somos víctimas, o solo somos madres, y es ese el mandato del ser mujer...