Un grupúsculo neonazi, crímenes en serie y una policía que mira para otra parte, son los ingredientes de un drama que acecha Alemania en la última década. El juicio, instruido en Múnich entre 2013 y 2018, ha revelado carencia y ambigüedades de los servicios de seguridad, y de la misma institución judicial, frente a la violencia de la ultraderecha.
El 11 de julio de 2018, Ismail Yozgat, se derrumba, reza, se echa agua sobre la cabeza. Padre de Halit Yozgat, asesinado doce años antes por la célula “Clandestinidad Nacionalsocialista” (Nationalsozialistischer Untergrund, NSU), acaba de escuchar al juez penal del Tribunal Regional Superior (Oberlandesgericht) de Múnich, Manfred Götzl, pronunciar la sentencia contra los cinco procesados: el fallo es severo contra la principal acusada, pero clemente contra sus cuatro cómplices.
Así concluía el tratamiento público de la serie de crímenes neonazis más importante en Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. Entre septiembre de 2000 y abril de 2007, nueve personas de origen inmigrante, la mayoría turcas, y una mujer policía fueron asesinados en diferentes ciudades de Alemania, con la misma pistola. La policía pensó primero en ajustes de cuenta comunitarios. Luego de cada uno de los asesinatos, las investigaciones apuntaron esencialmente a las familias, a los vecinos y al entorno de las víctimas, intentando incluso socavar la confianza respecto de los asesinados mediante falsas afirmaciones...
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