Las paradojas del efecto UNESCO

Cada año, cerca de cincuenta sitios naturales y culturales se postulan para ser declarados Patrimonio Mundial y obtener una protección que redunda en beneficio de toda la humanidad. Sin embargo, la inscripción en la lista de la UNESCO también influye en los flujos turísticos. Una situación que parece ventajosa, pero que puede resultar devastadora.

“De un día para el otro, Albi pasó a figurar en el mapa. La inscripción de la ciudad episcopal en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) tuvo lugar el 31 de julio de 2010. Al día siguiente, la ciudad estaba repleta; la gente se desviaba para venir a conocerla”. Marie-Ève Cortés, directora de Asuntos Culturales, Patrimonio y Relaciones Internacionales de Albi, recuerda claramente ese día en el que la vida de la ciudad de ladrillos y sus 52.000 habitantes dio un vuelco. Desde ese entonces, el número de turistas aumentó más del doble y pasó de setecientos mil, en 2011, a un millón y medio en 2016 (un poco menos en 2017).

La inscripción en la lista del Patrimonio Mundial suele consagrar lugares que ya son muy turísticos. No obstante, el “efecto UNESCO” es real. “La inscripción funciona como una garantía de la calidad del bien, ya sea natural o cultural. Para los visitantes potenciales representa un reconocimiento”, precisa Maria Gravari-Barbas, directora de la cátedra UNESCO Cultura, Turismo y Desarrollo de la Universidad París 1 Panthéon-Sorbonne. Cada año, uno o dos sitios ingresan en la lista del Patrimonio Mundial; Francia ya cuenta con 44: 39 sitios culturales, 4 sitios naturales y uno mixto...