No figura en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, ni en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Y sin embargo, el derecho a la oscuridad podría convertirse en un nuevo derecho humano. La oscuridad, ¿un derecho? La “contaminación lumínica” se considera una de las epidemias de nuestra época. Designa la creciente omnipresencia de la luz artificial en nuestras vidas, que induce, a su vez, la desaparición de la oscuridad y de la noche. Como las partículas finas, los desechos tóxicos y los disruptores endócrinos, pasado determinado límite, la luz se convierte en contaminación. En el transcurso de la segunda mitad del siglo pasado, el nivel de iluminación en los países desarrollados se multiplicó por diez.
Lo que supo ser un progreso, el alumbrado público y de interiores, se transformó en un problema. La contaminación lumínica perjudica al medio ambiente, a la fauna y a la flora. El halo luminoso que rodea a las ciudades desorienta, por ejemplo, a las aves migratorias y las conduce a desplazarse prematuramente en verano, o a volar alrededor de este halo hasta el agotamiento y, a veces, hasta la muerte. Ocurre lo mismo con algunos insectos. La luz natural es un mecanismo de atracción y de repulsión que estructura el comportamiento de las especies. Para las plantas, la intensidad y la duración de la luminosidad indican la estación. Una luz demasiado fuerte que extiende artificialmente el día, retarda los procesos bioquímicos que les permiten prepararse para el invierno...
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