¿Sermonear o cambiar el mundo?

En 2017, en Francia, François Fillon, candidato del partido Les Républicains, vio cómo se esfumaban sus posibilidades de llegar a la presidencia cuando se abrió una investigación en contra de su esposa por un cargo ficticio. En 2018, la justicia brasileña consideró que el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva era sospechoso de haber aceptado sobornos y le prohibió presentarse como candidato en las elecciones presidenciales. En 2019, el ex presidente de la Asamblea Nacional francesa François de Rugy renunció a su cargo como ministro de Ecología cuando la prensa reveló que saboreaba langostas y grands crus con sus parientes y amigos cercanos a costas del Estado... De París a Brasilia, de Londres a Seúl, la vida política parece bailar al ritmo de los “escándalos”. La epidemia –que el Papa Francisco calificó recientemente como “cáncer” que gangrena las sociedades modernas– causa tanta preocupación que, a partir de una iniciativa de las Naciones Unidas, el planeta celebra el Día Internacional de la Lucha contra la Corrupción cada 9 de diciembre, dos días después del de Día la Aviación Civil y dos días antes que el de la Montaña.

Ahora bien, aunque la condena a este fenómeno es unánime, llama la atención la opacidad del término. La investigadora Anastassiya Zagainova señala que este designa tanto las “infracciones penales, que definen un comportamiento preciso y su sanción (corrupción activa y pasiva, injerencia, concusión, violación de la igualdad de oportunidades en el mercado público)” como los “comportamientos socialmente discutibles, pero cuya sanción es imprecisa (lobby, evasión fiscal, creación de sociedades offshore que funcionan como pantalla, casos de puertas giratorias, etc.)”...