La revuelta chilena supera varias semanas y con ella han ido ardiendo varios de los mitos que sostenían el paradigmático neoliberalismo chileno. Las evasiones de metro por parte de los mismos adolescentes que habían sido bestialmente reprimidos por Carabineros en sus propios colegios tan solo semanas antes, encendieron a través del enfrentamiento de la carestía del transporte público, la mecha de una sociedad a la que ya poco le quedaba por perder. El fuego del descontento se esparció como sobre pasto seco, alcanzando, casi sin cortafuegos institucionales, al propio modelo de la transición democrática.
Este fuego ha ido quemando algunos conjuros del sistema neoliberal, naturalizaciones que obligaban a pensar de cierto modo las cosas porque así se hacía, y así debía seguir haciéndose. Entre los actores interpelados, tanto por la situación general como por los propios ciudadanos, están los medios de comunicación. Y en sus respuestas se ha vuelto visible la conciencia política de dichos medios, desechando el mito de la primacía del rating como eje organizador.
El sistema de medios chileno es particularmente restringido. A nivel impreso/escrito predomina el duopolio encabezado por El Mercurio (S.A.P.) y Copesa, dueños de cadenas nacionales. La televisión abierta, por su parte, tiene cuatro cabezas, Mega (Grupo Bethia), Canal 13 (Grupo Luksic), Chilevisión (Turner) y solo una de ellas pública, TVN, pero como excepción mundial, está obligada a autofinanciarse. Mientras, en la radio predominan las cadenas españolas Iberoamericana y Prisa.
Esta estrecha escena no es caída del cielo, sino resultado de un proceso histórico concreto. La diversidad de medios de comunicación alternativos (APSI, Análisis, Cauce, Fortín Mapocho, entre otros) que tuvieron un rol protagónico en la lucha de las fuerzas democráticas contra la dictadura cívico militar, fueron cayendo uno a uno en una lenta agonía durante la transición. Sin presupuesto asegurado por el Estado y cerrado el aporte financiero que diversas organizaciones y fundaciones internacionales proveían, la totalidad de estos medios dejó de funcionar. “Los movimientos resistenciales que fermentaron en los últimos años de la dictadura y que culminaron en el Plebiscito del 88, fueron aplacados con gran eficacia por obra de la Concertación, tras su llegada al gobierno bajo la presidencia de Patricio Aylwin”, señala Rafael Otano en su texto “Seis revistas, dos diarios y ningún funeral”.
En cambio, los medios escritos del duopolio, que atravesaban una grave crisis financiera, llegaron a un acuerdo con el Estado en que se aseguraba, a través de avisaje, financiamiento para el futuro: “permutas de crédito que le ocasionaron pérdidas por 25 millones de dólares al Banco del Estado. Escandalosos convenios de reprogramación que rebajaron las deudas de las dos cadenas periodísticas monopólicas hasta un tercio de su valor. Millonarios canjes de deuda por avisos publicitarios”, resume Francisco Herrero en reportaje de El Periodista (2010).
El traje comercial como exclusión
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