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Ankara y Moscú mueven sus fichas

Los dueños del juego en Siria

Con la operación “Fuente de Paz”, Turquía logró controlar parte del noreste de Siria y poner así fin al confederalismo democrático en Rojava. El acuerdo alcanzado con Moscú el 22 de octubre en Sochi consagra la influencia turca en la zona y le permite al régimen sirio recuperar zonas controladas por fuerzas kurdas.

El 9 de octubre, el ejército turco, apoyado por milicias sirias aliadas, entró en numerosos puntos del noreste de Siria. Esta región kurda, políticamente autónoma desde 2013 y comúnmente llamada Rojava (“el Oeste” en lengua kurda), o Kurdistán sirio, o incluso Sistema Federal Democrático de Siria del Norte, era hasta entonces controlada por el Partido de la Unión Democrática (PYD), rama siria del Partido del Pueblo Kurdo (PKK) (1). Precedida por intensos bombardeos que no respetaron a las poblaciones, la operación “Fuente de Paz” rápidamente desembocó en la toma de varias ciudades fronterizas, entre ellas Tal Abiad. Al introducirse unos treinta kilómetros en territorio sirio y tomar el control de una amplia porción de la autopista M-4, principal vía de comunicación en la región, Ankara alcanzó uno de sus primeros objetivos, buscado desde mucho tiempo atrás: romper la continuidad territorial de la entidad federal democrática de Rojava. El 22 de octubre Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin anunciaban en Sochi un acuerdo de 10 puntos que confirmaba la nueva configuración de Rojava. Prevé, entre otros puntos, el retiro de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), el brazo armado del PYD, a una distancia de treinta kilómetros de la frontera siria-turca. Ankara conserva también el control sobre la zona que se extiende entre las ciudades de Tal Abiad y Ras al-Ain.

La gran constancia de los actores del conflicto sirio constituye una de las claves para comprender la ofensiva turca y sus consecuencias. Con este ataque, Ankara se inscribe plenamente en su estrategia de larga duración, que apunta a suprimir toda base de retaguardia del PKK al tiempo que refuerza su influencia política y económica más allá de su frontera meridional. Por su parte, el presidente sirio Bashar al Assad condenó la violación de su territorio, pero aprovecha la situación para recuperar zonas hasta entonces controladas por el PYD. En cuanto a Rusia, pretende seguir siendo el árbitro absoluto del conflicto; una ambición facilitada por la voluntad muchas veces reiterada de Donald Trump de retirar a Estados Unidos del pantano sirio. Así, fue el retiro estadounidense el que dio el puntapié inicial de la operación. El 6 de octubre, luego de una conversación telefónica con su par turco Erdogan, el inquilino de la Casa Blanca anunciaba la partida de sus soldados presentes en Siria. Tres días más tarde Ankara lanzaba su ofensiva.

Ola de indignación
La invasión obligó a las fuerzas kurdas a apelar al ejército sirio para proteger las ciudades que todavía estaban en su poder. En varios lugares, como en la ciudad de Kobane, que en 2015 fue objeto de combates encarnizados entre los kurdos y la organización del Estado Islámico (EI), las YPG y sus aliados árabes reunidos en el seno de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), se retiraron para dar paso a las tropas de Al Assad. El ataque provocó una ola de indignación en Occidente debido al abandono de los kurdos, aliados de Estados Unidos en la lucha contra el EI; pero las cosas no fueron mucho más lejos. Los socios europeos de Washington tomaron nota del retiro estadounidense y Francia también decidió poner a resguardo a sus soldados presentes en Rojava. Negando haber dado luz verde al ataque turco, Trump mantuvo la confusión multiplicando los mensajes contradictorios y amenazando a Erdogan con importantes medidas de represalia, al tiempo que no le infligía más que sanciones de mínima. El 17 de octubre, su vicepresidente Mike Pence negoció un alto el fuego entre el ejército turco y las fuerzas kurdas. El acuerdo ruso-turco confirmó el cese de hostilidades pero a condición de que las tropas kurdas se retiren de la zona fronteriza.

Una nueva frontera
Desde 2015, Ankara no dejó de oponerse a un proyecto de entidad kurda autónoma cuya viabilidad era entonces reforzada por la alianza militar entre kurdos sirios y occidentales. Al poner de manifiesto la proximidad política entre el PYD y el PKK, organización considerada como terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, las autoridades turcas pretenden luchar contra el terrorismo y rechazan la idea de un Kurdistán sirio susceptible de ofrecer una base de retaguardia a los activistas del PKK y, más aun, de formar el basamento de un futuro Kurdistán que reagrupe a los kurdos de Turquía y Siria. Otra motivación no confesada: Ankara no quiere que la experiencia concreta y muy publicitada de confederalismo democrático igualitario intentada en Rojava mejore la imagen internacional del PKK y de su rama siria, que a mediados de los años noventa pasaron del marxismo leninismo al municipalismo (...)

Artículo completo: 2 590 palabras.

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Akram Belkaïd

De la redacción de Le Monde Diplomatique, París.

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