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Coronacrack

¿Otra vez sopa? Está claro que, con la globalización financiera, la calesita no deja de girar: la convulsión es la regla y la tranquilidad, el intervalo. Hoy enfrentamos una crisis que veíamos venir desde hace tiempo.

Sin embargo, no hay que confundir su naturaleza. Por lo general, los cracks propiamente bursátiles (es decir, los que solo implican a las acciones) tienen más de espectáculo que efectos. El de 1987 se absorbió como tinta en papel secante, el de la burbuja puntocom, en 2001, fue más difícil de pasar, pero ninguno se compara con la devastación que provocó una crisis de deuda como la de las hipotecas “subprimes”. Por lo demás, la caída en picada de los valores bancarios (es decir, de la cotización de sus acciones) no tiene por sí misma ninguna consecuencia seria, ya que solo afecta a quienes poseen estos valores. La sola caída no tiene el más mínimo efecto en la conducta de las operaciones de los bancos y, por lo tanto, no es por sí misma señal de que haya que “salvar a los bancos”. El hecho de que el BNP Paribas haya perdido un 50% en tres semanas es meramente anecdótico y solo preocupa a la dirección, que ve cómo su negocio pierde tanto valor en la bolsa que se convierte en un blanco atractivo para una OPA.

¿Mercados de valores o de deuda?
Una crisis financiera solo se vuelve realmente seria cuando llega a los mercados de deuda –llamados de manera errónea “mercados mayoristas de crédito” (1)–, en donde inicia una cadena de suspensión de pagos que, con seguridad, llegará hasta los bancos, ya que son los principales acreedores. Ahí es cuando podemos empezar a entrar en pánico: los canales de crédito están afectados. Ante la crisis, los bancos reaccionan con la brutalidad simétrica de su flexibilidad durante el boom: así como prestaban a diestra y siniestra, cierran el chorro sin miramientos apenas perciben que la posibilidad de cobrar sus deudas es dudosa. Restringen entonces todas las líneas de financiamiento, cuya continuidad es vital para las empresas. Pero hay más: los bancos están unidos entre sí por relaciones de deuda-crédito de una densidad sin paralelo en el resto de la economía, de tal modo que la propagación de la suspensión de pagos en este grupo particular cobra proporciones nucleares con una rapidez inusitada.

En cuanto un banco entra en cesación de pagos, se materializa un riesgo sistémico, ya que esto puede generar por sí solo una reacción en cadena en todo el mercado interbancario y, luego, en todos los mercados mayoristas de crédito, incluso aunque se trate de una entidad no muy grande. Por ejemplo, aunque Lehman (2) era una entidad relativamente modesta, según el tamaño de su balance, todos sabemos lo que pasó (lo que hizo más daño no fueron sus dimensiones, sino el grado de interconexión). Aparte de la inflación, la forma más acabada de desastre económico es el riesgo sistémico, ya que, independientemente de las transmisiones a la economía de producción mediante los canales de crédito, los bancos son las instituciones que guardan los fondos de las personas en general y las que manejan la infraestructura de pagos. Entonces, si el sistema bancario se va a pique (y el problema es que, por su nivel de interconexión, no se hunde por partes, sino en su conjunto) ya no va a haber efectivo en los cajeros, acceso a las cuentas propias, ni posibilidad de pagar con cheque: los que tengan una huerta volverán a trabajarla y los demás, al stock de fideos. Esto muestra a la perfección que las élites neoliberales están determinadas a ignorar las lecciones más claras y violentas de la realidad para alcanzar el mayor beneficio, determinadas a ignorar el desastre ambiental que se nos viene encima, así como el desastre financiero que está de vuelta. Lo que se está escribiendo hoy es lo mismo que se escribía hace doce años durante la crisis de las subprimes...

Burbujas infladas
Por el momento no estamos en ese punto. Bien, pero ¿cuánto tiempo falta para llegar? No por nada los anticipos de una crisis violenta florecían desde antes de la aparición del virus. En pocas palabras: la situación de las finanzas es la misma que en 2007, pero peor: desde ese entonces, los volúmenes de liquidez en los mercados no dejaron de crecer y las burbujas se inflaron como debían, ¡genial!; muchos balances bancarios no terminaron de deshacerse de las consecuencias de las subprimes (en Italia, en Alemania, etc.), lo que deja importantes puntos de fragilidad en el núcleo duro del señorío (en particular, el Deutsche Bank); el movimiento de “consolidación” (recuperación, fusiones, etc. ) que se dio en el sector bancario post-2008 dejó a los organismos reguladores sosteniendo instituciones financieras privadas aún más too big to fail.

En este sentido, la aberración de las tasas cero (o negativas) le agrega su cuota de encanto a la situación: las tasas cero son condición necesaria para que los mercados financieros puedan sostenerse (a duras penas)... pero los rendimientos para los inversores son míseros. Resulta que quieren que los sostengan y además sacar provecho: tiene que funcionar como fondo de pensión, pagar las jubilaciones capitalizadas y todo lo que ofrecen es un 1%, ¿cómo se hace? Y bueno, como siempre, haciendo malabares. En este caso, los malabares consisten, por un lado, en ir a buscar títulos de riesgo (los que ofrecen mayores rendimientos) y, por el otro, practicar de manera más intensiva el apalancamiento, el equivalente de los esteroides para la rentabilidad financiera. Ahora bien, los títulos de riesgo podrán ser más rentables, pero... son más riesgosos. En cuanto al apalancamiento, este consiste en tomar mucha deuda para financiar operaciones especulativas, claro está, suponiendo que estas van a resultar bien y que el dinero se devolverá sin problemas, pero ¿y si resultan mal? Si resultan mal, habrá suspensión de pagos, porque los activos adquiridos se colocan a menor valor que la deuda que permitió adquirirlos y el que tendrá que soportar esta cesación de pagos será el banco, ya que fue el que amablemente propuso sus servicios para el apalancamiento (préstamo).

Hoy por hoy, la cuestión reside en saber cuántos agentes financieros serán incapaces de devolver ese dinero y, del otro lado, cuántos bancos se van a quedar esperando con las manos vacías y por qué montos. La respuesta depende, en gran parte, de cómo evolucione la coyuntura bursátil, el volumen de las pérdidas, el horizonte temporal en el que podrían recuperarse y la capacidad de los agentes especuladores para refinanciar sus déficits mientras tanto... Es decir que depende (sobre todo) de la buena voluntad de los bancos, teniendo en cuenta sus propios adelantos y la decisión que van a tomar en consecuencia: ya (...)

Artículo completo: 3 581 palabras.

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Frédéric Lordon

Economista y filósofo. Última obra publicada: Les Affects de la politique, Seuil, París, 2016.

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