Toda conmemoración es un acto político. Se pronuncian discursos domingueros cuya fraseología, a menudo convencional y repetitiva, disimula ciertas intenciones. Este año, el 75° aniversario de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz aportó una nueva prueba de ello. El pasado 27 de enero, cada Estado, persiguiendo sus propios objetivos, enunció su (re)visión de la historia. En Israel, el historiador Zeev Sternhell habló sin pelos en la lengua. Este año, la conmemoración del genocidio sirvió de “pretexto para la anexión” de los territorios palestinos (1) (Haaretz, 31 de enero). Los sobrevivientes, tomados como rehenes, se vieron relegados a un segundo plano, pese a que la memoria de su sufrimiento y de su combate sirva de justificación oficial para el evento.
La reescritura del combate antifascista
Es en Buchenwald, primer campo de concentración de Alemania en haber sido liberado, donde, en abril, tendrá lugar la próxima conmemoración. Una ceremonia que se desarrollará bajo máxima seguridad. El Memorial se encuentra en el Estado Libre de Turingia, donde, con el 23,4% de los votos en las elecciones legislativas de octubre último, la extrema derecha representada por Alternativa para Alemania (AfD) ocupa el segundo lugar en el Parlamento regional, después de la izquierda (Die Linke), que obtuvo el 31%. En Buchenwald, más aun que en Dachau, Sachsenhausen o en Ravensbrück, integrantes de la AfD irrumpen con declaraciones negacionistas. Para el director del Memorial, Volkhard Knigge, “es un indicio cada vez más serio de un debilitamiento de la conciencia histórica” (Der Spiegel, 23-1-20). Sin duda. No obstante, queda por ver en qué medida la reescritura del combate antifascista tras la caída del Muro, de la cual el Memorial de Buchenwald fue uno de los vectores, no habría, nolens volens, contribuido a dicho debilitamiento.
Efectivamente, del inicio de la Guerra Fría a nuestros días, la historia de Buchenwald ha sido incesantemente retocada según las circunstancias del momento. Inaugurado en julio de 1937, fue uno de los primeros campos de concentración construidos por el régimen nazi. Funcionó hasta el 11 de abril de 1945, fecha en la que el ejército estadounidense lo descubrió en camino a Weimar. Buchenwald, destinado a confinar a los opositores del régimen nazi, principalmente a los comunistas y a los socialdemócratas, a fin de apartarlos de la sociedad, recibió a cerca de 10.000 judíos detenidos durante la Noche de los Cristales Rotos, el 9 de noviembre de 1938, así como a gitanos, testigos de Jehová y homosexuales –sin contar a los que el régimen consideraba como “asociales”–.
Fue a estos prisioneros de derecho común que la Schutzstaffel (“escuadrón de protección”, SS) delegó inicialmente la administración del campo, hasta que, en 1942, los prisioneros políticos los eliminaron al término de una lucha caracterizada como feroz, pero beneficiosa, según la opinión general. Tras la decisión de hacer que la población concentracionaria contribuyese al esfuerzo de guerra, las SS comprendieron que los “triángulos rojos” (2) eran más aptos para ocupar funciones de supervisión. Los prisioneros políticos, ubicados en cargos estratégicos, tales como los de distribuir a los prisioneros en los comandos de trabajo, o componer convoyes hacia campos como Dora, donde la supervivencia era en promedio de dos semanas (3), o Auschwitz, para aquellos –judíos y gitanos– condenados al exterminio, gozaban de un poder de decisión, limitado pero real, sobre la suerte de los detenidos.
Tras la entrada en la guerra, en Buchenwald se encontraban resistentes de todos los países, en particular, cerca de 26.000 franceses, soldados soviéticos, de los cuales 8.483 fueron ejecutados por las SS de una bala en la nuca. Concebido inicialmente para albergar a 8.000 prisioneros, hacia el final de la guerra, el campo conoció una sobrepoblación dramática. A partir del otoño de 1944, debido al avance del Ejército Rojo, los campos de exterminio situados en el Este fueron evacuados, provocando la afluencia de miles de sobrevivientes de las “marchas de la muerte”. En enero de 1945, en Buchenwald había 100.000 prisioneros. Cuando los estadounidenses tomaron el control, encontraron allí a 21.000 sobrevivientes. La resistencia clandestina, que había reunido armas con miras a una insurrección, les entregó a los últimos SS capturados. A la cabeza de esta resistencia se encontraban los detenidos políticos alemanes, mayoritariamente comunistas.
El viento cambió, la perspectiva también
“De Stettin, en el Báltico, a Trieste, en el Adriático, una cortina de hierro se ha abatido sobre el continente”: ni bien declarada la Guerra Fría con esta frase de Winston Churchill, pronunciada el 5 de marzo de 1946, apareció el informe de un historiador del ejército estadounidense, Donald Robinson, titulado “Las atrocidades comunistas cometidas en Buchenwald”. En el nuevo equilibrio de fuerzas que se estaba (…)
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