Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania Occidental, en reconstrucción, buscó reconquistar una imagen de inocencia apoyando la construcción del Estado de Israel. Así, Bonn desempeñó en Medio Oriente un papel tan importante como desconocido. Sin embargo, durante los años 50 y 60, esta diplomacia en busca de absolución no siempre logró enmascarar la expresión de un trasfondo dispuesto a resurgir.
En abril de 2018, el Parlamento alemán se reunió para conmemorar el septuagésimo aniversario de la creación del Estado hebreo. Durante el debate, Martin Schulz, que hablaba en nombre del Partido Socialdemócrata (SPD), declaró: “Al proteger a Israel, nos protegemos de los demonios del pasado” (1). A su vez, el portavoz del partido ecologista, de centroizquierda, capturó en una frase la quintaesencia del debate: “El derecho a la existencia de Israel no es ni más ni menos que el nuestro”.
Cuando la clase política alemana habla de Israel, habla sobre todo de sí misma. Debido a que sus vínculos con este Estado constituyen la base sobre la cual la Alemania post-nazi edifica su identidad progresista, la actitud de los alemanes al respecto nos enseña mucho más sobre su propio estado de ánimo que sobre estas relaciones bilaterales, su historia y su verdadero contenido.
Política de reparaciones
La República Federal de Alemania y el Estado de Israel son dos países que nacen como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y del genocidio judío. Su acercamiento se produce con el acuerdo de reparaciones, firmado entre Israel y Alemania el 10 de septiembre de 1952. ¿Cómo se explica este movimiento, apenas unos pocos años después de que el Tercer Reich haya casi logrado exterminar al pueblo judío, con el apoyo de una gran parte de su población?
Es difícil creer en la retórica oficial alemana, que insiste en el fundamento “moral” de sus relaciones con Israel. Como lo han ampliamente demostrado los historiadores, los ex dirigentes nazis seguían ocupando altos cargos en la Alemania vencida, mientras que la sociedad en general estaba sumida en la negación de la barbarie que había provocado poco tiempo antes.
Quizás Konrad Adenauer, primer canciller de la posguerra y símbolo del “renacimiento” de su país, pueda arrojar más luz sobre el tema. En 1966, dos años después de retirarse del poder, fue entrevistado en la televisión alemana, en horario central. Allí explicaba a propósito de su política de reparaciones que “expiar o reparar [los crímenes alemanes contra los judíos] era la condición sine qua non para recuperar nuestro estatus internacional”. Antes de añadir: “Aun hoy, el poder judío no debe subestimarse, sobre todo en Estados Unidos”.
Según Adenauer, las reparaciones no se debían tanto a una cuestión moral como a la necesidad de limpiar la imagen de Alemania. Su segunda justificación sorprende aun más. Al evocar el “poder judío”, al que le añadía un revelador “aun hoy”, Adenauer retomaba en efecto uno de los temas del repertorio antisemita. Su política con respecto a Israel se basaba en estos dos pilares: la voluntad de rehabilitar Alemania y una evaluación exagerada de la influencia judía en la opinión occidental.
Necesidades materiales
Eso en cuanto a las motivaciones alemanas. ¿Pero por qué el Estado dirigido por David Ben Gurion, Estado fundado tras los horrores de la solución final, aceptaba la mano ensangrentada que le ofrecía una Alemania occidental apenas desnazificada? Los sobrevivientes del exterminio constituían un tercio de la población de Israel en el momento de su creación. Pocos eran los israelíes que no contaban con ningún muerto en sus familias o en su entorno. El país había sido literalmente construido por refugiados europeos traumatizados. Solo una razón podía explicar su acercamiento a Alemania: satisfacer sus necesidades materiales. Después de su guerra de independencia, marcada por el éxodo forzado de la mayor parte de la población palestina, el joven Estado se encontraba en una posición frágil en Medio Oriente. Además, se encontraba exangüe, económica y militarmente.
El acuerdo de 1952 fue el primer gran tratado que organizó el pago de las reparaciones alemanas. Aunque se habían sentado las bases para una indemnización individual, que se establecería más adelante, el acuerdo se refería más concretamente a las reparaciones que debían pagarse al Estado de Israel. La República Federal de Alemania se comprometió a abonar 3.450 millones de marcos alemanes, lo que equivale en la actualidad a aproximadamente 7.000 millones de euros. (…)
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