La historia de la medicina siempre remite a una interpretación política de la enfermedad. Ya en Hipócrates se puede ver esta relación directa entre las patologías de los cuerpos y las patologías de la sociedad. Hasta bien entrada la modernidad la salud corporal se fundaba en el equilibrio de los “cuatro humores”, entendidos como los cuatro líquidos básicos del organismo. La enfermedad era interpretada como un exceso o un déficit de bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre. Estos cuatro líquidos podían aumentar o disminuir en razón de factores como la alimentación o la actividad de los individuos. A la vez el superávit o desequilibrio de humores afectaba tanto la corporalidad como la personalidad. Quienes tenían mucha sangre eran sociables, aquellos con mucha flema eran calmados, aquellos con mucha bilis amarilla eran coléricos, y aquellos con mucha bilis negra eran melancólicos.
En forma equivalente se consideraba que las naciones, para mantener su salud política, debían tener ese mismo equilibrio de humores. En autores como Hume, Bodin, Montesquieu o Voltaire se pueden encontrar muchas referencias a esta teoría médica como fundamento de una filosofía política. La clave era encontrar una forma de gobierno adecuada al “carácter de los pueblos”, o personalidad colectiva que se expresaba en los humores dominantes de su población. Para Aristóteles la política sabia y prudente consistía en “acomodar la forma de las cosas públicas al natural de los lugares”. Bodin escribe en el siglo XVI que “el natural del español... por ser mucho más meridional, es más templado y melancólico, más firme y contemplativo... que el francés, que de su natural... [es] inquieto y colérico”. Por ello se debían considerar principios esencialistas respecto al supuesto carácter nacional: por ejemplo, que Francia es inclinada a los pleitos, o España es una nación displicente y fatalista. Montesquieu en “El Espíritu de las Leyes” pensaba que el frío o el calor del clima dan a las diversas naciones un tan diferente carácter que de ello se siguen varios efectos: “Si es verdad que el carácter del espíritu y las pasiones del corazón son extremadamente diferentes en los diversos climas, las leyes deben ser relativas a la diferencia de esas pasiones y a la diferencia de esos caracteres”. Este determinismo salubrista de la política también se expresaba en las medicinas y tratamientos a seguir: la teoría de los cuatro humores prescribía terapias como la sangría para tratar los excesos de sangre (plétora) o la aplicación de calor para el excedente de bilis negra, o prescribir un emético para inducir el vómito para la flema, o un diurético para inducir la micción de bilis amarilla. De la misma forma, una nación podría requerir una “sangría” para calmar sus humores dominantes. La guerra o la represión sangrienta eran formas adecuadas de terapia política de acuerdo a esta idea.
Higienismo social y político
Pasó mucho tiempo hasta que se logró consolidar, gracias a Louis Pasteur, la “teoría germinal de las enfermedades infecciosas”, que identificó la causa (etiología) de las enfermedades en un germen con capacidad para (...)
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