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El impacto de la crisis en uno de los estados más ricos de EEUU

Texas o las ambigüedades del federalismo

Cada Estado de Estados Unidos escribe su propia historia con el virus. La de Texas comenzó de manera brutal el 6 de marzo, cuando Steve Adler, el intendente demócrata de la capital, Austin, decretó el estado de emergencia municipal y anuló un festival internacional una semana antes de su comienzo. Todavía no se había registrado ningún caso de Covid-19 en la ciudad; Adler tomó la decisión luego de que muchas empresas de California como Apple, Facebook, Intel y Netflix anularan su visita, preocupadas por la idea de que sus empleados entraran en contacto con el medio millón de asistentes al festival, provenientes de todas partes del mundo. El festival, South by Southwest, es esencial para la cultura estadounidense: reúne durante quince días a la élite del espectáculo, de la música, del cine y de la tecnología. Entre dos conciertos, se habría podido escuchar a personalidades tan diversas como Kim Kardashian-West, Noam Chomsky y el CEO de Twitter. La entrada “platinum” para asistir a las conferencias cuesta 1.600 dólares. El evento logra que un pequeño ejército de trabajadores temporales del sector pueda vivir durante un año, ya sea en hotelería, vehículos de transporte con chofer (VTC) o delivery de pizzas. Su desaparición sonó como un preludio al desastre económico y sanitario que hoy golpea al país.

Contra el “yugo” del Estado
Al día siguiente a la instauración del estado de emergencia, unos cincuenta caciques y militantes del Partido Republicano de Texas (RPT), se reunían en una iglesia evangélica de Guadalupe Street, en el centro de Austin. El objetivo del encuentro –develado por micrófono por el jefe del partido, James Dickey– era reclutar voluntarios para las próximas elecciones. “Estamos en modo defensivo”, advertía el invitado de honor Karl Rove, consejero del ex presidente (tejano) George W. Bush, hoy comentador en Fox News y en el Wall Street Journal. En noviembre próximo, los ciudadanos de Texas tendrán que elegir un senador y 36 representantes para el Congreso de Washington. También elegirán a la mayoría de los legisladores del “Estado de la estrella solitaria”, que se reúnen cada dos años bajo la cúpula de granito del Capitolio de Austin. Sus poderes se extienden a todos los aspectos de la vida de los tejanos: sistema fiscal, salud, aborto, portación de armas, transportes y pena de muerte. La importancia del escrutinio de 2020 se ve multiplicada por el hecho de que el partido vencedor podrá redistribuir el mapa electoral tejano a su favor, como se hace después de cada censo de la población.

La realidad de la Covid-19 todavía no estaba arraigada en las mentes. Se habló de “ejército de voluntarios”, “puerta a puerta”, apretones de manos “siete veces más eficaces que una propaganda de televisión”. La palabra virus sólo fue pronunciada una vez para humillar a un adversario demócrata, Beto O’Rourke, en referencia a sus malas apariciones electorales: “O’Rourke, es el coronavirus de la política”, bromeó un estratega que había llegado en avión desde New Hampshire para la ocasión. Dos días más tarde, el Dow Jones registraba su mayor caída desde el 2008 (del 10 %). El 11 de marzo, la Asociación Nacional de Básquet (NBA) interrumpió el campeonato; el 12, la Organización Mundial de la Salud hizo oficial el estado de “pandemia” que pronto arrasó con todo lo que parecía anodino en esa reunión política: la llegada de algunos participantes en avión; un programa de campaña que ponía a la economía en la quinta posición, detrás de la libertad religiosa; la protección del feto o la defensa del derecho a portar armas. De manera repentina, la Covid-19 obligó a barajar de nuevo. En sólo unas semanas, la tasa nacional de desempleo superó a la de 1933, cerca de dos millones de tejanos perdieron sus trabajos, la cotización del petróleo se desmoronó. Incluso el desarrollo de las operaciones electorales es incierto. ¿Cómo se votará en Texas? ¿Personalmente? ¿Por correo? No se sabe. Frente a la pandemia, Donald Trump fue ofensivo de entrada cuando se trató de cerrar las fronteras internacionales, pero se mostró ciertamente despreocupado dentro del país. El Presidente disponía de armas potentes como la Defense Production Act –(“Ley sobre la producción de defensa”), adoptada en el inicio de la Guerra de Corea, que permite requisar a las grandes empresas. Fue utilizada esporádicamente, a veces de manera extraña (por ejemplo, para obligar a los empleados de los mataderos a ir a trabajar a pesar de los riesgos sanitarios a los que se exponían). En la mayoría de los casos, Trump trabajó sobre la base del voluntariado con los grandes grupos, según sus propias condiciones financieras. Para el resto, su gestión de la crisis se resumió al deseo de relanzar la economía (...)

Artículo completo: 2 463 palabras.

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Maxime Robin

Periodista.

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