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¿Una nueva condición del género humano?

Confinados en la matriz

Meses de enfermedad y confinamiento llevaron a poblaciones enteras a depender más de los medios para informarse, reflexionar, conversar y trabajar. Por más que la difusión de la prensa escrita estuvo penalizada por las medidas de confinamiento, rara vez fue tan importante su consumo: diarios, emisoras tradicionales de radio y televisión, videos por internet, redes sociales, información continua, foros y videoconferencias: el planeta multimediático zumba de mensajes intercambiados, como una colmena gigante. ¿En qué dirección se estimulan o influencian actos y pensamientos? Es difícil responder, aunque hayamos examinado minuciosamente los miles de referencias temáticas de Google Noticias durante cinco meses (1). Salvo en un punto: el medios-mundo fue claramente un productor del acontecimiento, imponiéndole un sentido intolerable y la alineación de una mayoría de los Estados con una misma política sanitaria de excepción.

Posicionándose como el coro de un teatro trágico, instalada entre el público y los profesionales, para hacer llegar a ambos sus respectivas posiciones, la información globalizada hace aparecer dos principales fuerzas presentes: personas con saber y decisión por un lado, pueblos y “pacientes” por el otro. Pero todos ellos conectados y sometidos a la nueva condición electrónica del género humano, ¿o no están acaso, públicos y actores, confinados juntos dentro del perímetro de una misma instancia mediática?

A nadie escapó una de sus manifestaciones más espectaculares: las curvas, los mapas y gráficos relacionados con la epidemia, las órdenes de confinamiento, cuarentenas y cierres de frontera, que captaron y alimentaron a diario a los medios del planeta entero. Esas infografías, a través de las cuales se produce la realidad (más que lo contrario), a tal punto que la estrategia mundial de lucha contra el Covid-19 se llama “aplanar la curva”, constituyen de aquí en más en la faz del planeta de los medios, una analogía sanitaria de los boletines meteorológicos o de las cotizaciones de la bolsa, interpretados en tiempo real y luego comentados en cometas conversacionales.

Basados en cifras parciales, sesgadas y fragmentadas, esos indicadores de R0 (cantidad promedio de personas infectadas por una persona a su vez afectada por el virus), de índices de mortalidad, de número de enfermos, de fallecimientos, de pacientes en terapia intensiva, etc., captan de continuo una atención inquieta. La comparación internacional demuestra ser más elocuente aún con respecto a la imposibilidad de un saber exhaustivo. Uno sospecha que las incesantes batallas de cifras publicadas sobre la inclusión o no de tal categoría de fallecimientos tienen como objetivo (comprensible) evitar la vergüenza de un resultado “peor” que el del vecino. De ahí que sea dable esperar que los planetas mediático y sanitario se fusionen, a fin de crear los instrumentos para una lectura universal inmediata de todos los datos seguros de contaminación y fallecimientos.

Sobre la propagación del virus, los medios se cuidan de acreditar información que cuestione la doctrina gubernamental y la necesidad del confinamiento, como por ejemplo, la hipótesis de un impacto menor de la epidemia, en muchos países cálidos y húmedos, en poblaciones desvinculadas de los flujos de intercambio, y jóvenes. Pero la desconfianza es de corto alcance: también hay que tranquilizar, tener en cuenta las esperanzas que surgen en la población y las promesas de las industrias farmacéuticas. Los periodistas reproducen pasivamente las reglas supuestamente siempre virtuosas del “método científico”, que apunta a descubrir el remedio “por fin confiable”. Ignoran voluntariamente la proporción siempre importante de baja replicabilidad de las experiencias y los protocolos de prueba, así como la no fiabilidad de muchos tests positivos o negativos.

La expectativa versátil del coro mediático desemboca en este punto en una paradoja: reafirma la creencia en una tecnociencia idealizada, al tiempo que está dispuesta a condenar a quienes hayan defraudado con anuncios prematuros, o a quienes cuestionen la farmacología oficial. La sospecha de charlatanería acompaña a la fe tecnófila como su propia sombra. Ella pesa sobre unos ingenieros investigadores que también necesitan libertad (de equivocarse y desandar camino), sea cual sea la urgencia del encargo.

Pasiones y controversias
Los anuncios de las autoridades, sobre la reducción de las libertades ordinarias, continúan una orientación mediática similar a la de las cifras, pero de otra manera. Estos despiertan (...)

Artículo completo: 2 310 palabras.

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Denis Duclos

Antropólogo, director de investigaciones del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS).

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