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Covid-19: ¿Cambio o ajuste al modelo chileno?

Diferenciándome de lo planteado por uno de los eslóganes post estallido del 18 de octubre de 2019, que afirmaba que no eran 30 pesos, sino que 30 años, afirmo que el estallido social no es producto de la miseria. Chile no estaba entonces, como en 1989, con 50% de población en la pobreza. Eso, más bien, es la situación de algunos países vecinos. Chile exhibe los mejores indicadores de desarrollo económico y social de la región, aunque en un continente caracterizado por el fracaso.

Para quienes piensan que el mundo comenzó con su generación y que no existe más conocimiento que el de su propia experiencia, es pedagógico insistir en que si bien esa idea puede tener algo de valor emocional, es insuficiente para descifrar una realidad tan compleja como la presente y que hasta ahora no ha sido comprendida y explicada satisfactoriamente. Pretendo entrar al ruedo ofreciendo algunas ideas y, por cierto, no aspiro a resolver el dilema.

Quienes tienen más apego a los datos, podrían ofrecer una volumen importante de evidencia que acredita que en los últimos 30 años el país creció y se desarrolló más que en cualquier otro momento de su historia, aunque sin reducir la distancia entre ricos y pobres. Esta brecha, sin embargo, es hoy mayor que en el pasado.

Otro tanto podría decirse de la tensión entre probidad y corrupción. Aunque le resulte asombroso a muchos, Chile nunca ha sido más probo y más transparente que en el presente. Jamás hubo tantos controles y mecanismos de contrapeso como hoy. En este aspecto, como en la desigualdad entre los géneros, nuestro pasado fue mucho peor. Desde luego, esto no implica una defensa del presente a cualquier evento, sino que situar el presente con perspectiva histórica. Ahora, como tantas veces, nuestro problema mayor es el futuro.

En consecuencia, ¿por qué se ha producido esta rabia generalizada en 2018 con la nueva ola feminista y en 2019 con el estallido social, cuya latencia se amplifica en 2020 con el Covid-19?

A mi juicio no hay uno, sino que varios mensajes que la sociedad envía desde diferentes lugares y, en consecuencia, hay varias agendas operando simultáneamente. Contrariamente a lo que se ha insistido en la prensa, no creo que haya ausencia de liderazgo en el reclamo, más bien observo que hay varios liderazgos, pero ahora no centrados en personajes, sino que en ideas-fuerza, aunque ellas estén expresadas en diferentes formatos y no solo en el típico repertorio político. Hemos observado protestas sociales altamente políticas, pero no -pese a los intentos- canalizadas y/o coaptadas por las organizaciones políticas preexistentes. Por ello ha sido difícil describir y explicar este fenómeno y, aún más, imposible predecirlo. De allí el fracaso de las instituciones políticas para intentar representar o ahogar las diversas manifestaciones que han surgido en los últimos dos años.

En este contexto, la pregunta que ronda a muchos es respecto del “modelo chileno”. ¿Qué ha desnudado la nueva ola feminista de 2018, el estallido social de 2019 y el Covid-19 de 2020?: A mi juicio ha exhibido los límites de un modelo que casi no puso frenos a una ortodoxia que rebasa los manuales de Chicago.

El modelo neoliberal ofrece opciones infinitas para quienes pueden competir y garantiza la expulsión del paraíso para quienes no sean capaces de lograrlo: Darwin es su máxima expresión y extrapolación. Este modelo, que elevó el crecimiento a niveles históricos, que amplificó el acceso al consumo como nunca antes, lo hizo solo bajo sus reglas. La seducción del consumo vino atada a la codicia de quienes otorgaban los créditos y a la connivencia de quienes debían regularlos. Así, entre encantados y agobiados, los chilenos se incorporaron a esta nueva realidad, también accediendo a un bienestar inédito. La formalización del empleo (en 1989 alrededor del 60% de la fuerza de trabajo era informal) dio lugar a la bancarización creciente de la población, la misma que accedió al crédito, mecanismo clave para resolver sus carencias históricas por vivienda, enseres y educación. A corto andar, el instrumento de acceso al consumo se volvió en contra de quienes se endeudaban ilusionada y, muchas veces, irresponsablemente.

Los límites del capitalismo de cuño neoliberal, como demostró Thomas Piketty, son los límites del chorreo, que una sociedad consumista reclama con frustración como un deseo no cumplido. La calle no ha reclamado un cambio paradigmático o de todo el sistema, ha pedido un trato más equitativo para sentarse a la mesa de la economía de mercado, no para abandonarla del todo. En este mismo período, se multiplicaron los medios para conocer y dar a conocer aspectos materiales de la vida privada, que pusieron en evidencia la desigual distribución del ingreso. Los medios y redes sociales le permitieron a la gente que viaja hacinada en el metro, ver los autos, las casas y lo que Instagram muestra de la vida de otros. En esta especie de sociedad del espectáculo, ver y ser visto también permite la dolorosa contemplación de la vida de los privilegiados.

Con todo, en la medida que la política pública corregía las distorsiones en la desigualdad del ingreso por la vía de los subsidios públicos, las brecha del mismo se fue haciendo más tolerable. Sin embargo, todo aquello tuvo un límite con el caso Caval, en febrero de 2015. Este incidente no solo puso término virtual al segundo gobierno de la presidenta Michelle Bachelet, sino que terminó por derrumbar la confianza púbica, un edificio sostenido sobre pilares muy frágiles.

Pese al impacto del caso, esto no era algo solo concerniente a Bachelet. Su caída coronaba el derrumbe de otras instituciones que habían sostenido el “sistema chileno”. Corrupción y abuso en la Iglesia Católica, cuestión que la afectaba transversalmente, pero que terminó en la elusión de ancianos que argumentaban no recordar sus pulsiones de antaño; corrupción en el Congreso, cuyo financiamiento unía a sujetos supuestamente tan distantes como un senador socialista y el ex yerno de Pinochet, enriquecido en dictadura, cuestiones que concluyeron en el sobreseimiento por prescripción, no por inocencia; corrupción en el mundo empresarial, que ahora se sostenía en hechos y pruebas que llevaron a connotados representantes a la cárcel preventiva y cuyos delitos pagaron con clases de ética; corrupción en el Ejército y en Carabineros, que ahora limpios de sangre, se mancharon las manos con los recursos fiscales; corrupción en el fútbol, que implicó al presidente más exitoso en cuanto a logros (dos copas América seguidas).

Todo esto concluyó con el incidente Caval, que le arrebató a la Presidenta un capital político inigualable, como era su credibilidad. La gente no le creyó, no creyó que no supiera de los negocios, no le creyó que se hubiese enterado de todo por la prensa, no le creyó su severidad con su hijo sabidamente consentido.

Este quiebre fue un verdadero drama, no solo para la Presidenta, sino que para sus adherentes e incluso para quienes siendo sus opositores, admiraban el temple de una mujer que había perdido a su padre en la tortura, que junto a su madre había padecido el mismo horror y que iba por la vida, no solo sin un discurso de odio, sino que con una sonrisa. Los chilenos se sintieron irremediablemente decepcionados y lo hicieron ver en las encuestas.

Si aceptáramos que Caval constituyó la última pieza de la credibilidad derrumbada, no sería aventurado suponer que las bases mismas de esta construcción también se hubiesen debilitado, a punto de poner en duda aquello que antes asumíamos como incuestionable. La más cara de todas, la certeza jurídica sobre la propiedad privada. De allí a los saqueos, resignificados en actos de justicia redistributiva, hubo un paso muy breve.

En este contexto, los más moderados se tomaron la calle, casi el único lugar reivindicado como un espacio democrático. ¿De dónde provenían estos “alienígenas”? Muy probablemente de los sectores que podríamos denominar “los marginales de la sociedad del cansancio” (Byung-Chul Han). Estos mismos son los auto-marginados electorales, que ahora hacían el camino inverso, desde el mercado (consumidores) a la política (ciudadanos), pero fuera de las reglas convencionales de ella.

¿Será cierto que Chile cambió o siempre fue el mismo país? Quisiera cerrar estas breves palabras con una cita de Financial Times, famosa publicación liberal inglesa, del 3 de abril del presente año. En su editorial del día citado, y abordando los problemas económicos del Covid-19, hace una reflexión que en Chile sería clasificada como de izquierda o de extrema izquierda.

Será necesario poner sobre la mesa reformas radicales, que inviertan la dirección política predominante de las últimas cuatro décadas. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver a los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda: la cuestión son los privilegios de los ancianos y los ricos. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y la riqueza, tendrán que estar en la mezcla.

La disyuntiva no es necesariamente debatirse entre lo que Francisco Herrera Navarro llamó el “Comunismo del desastre versus capitalismo del desastre”, sino que en mirar críticamente nuestra trayectoria y tener el coraje moral para entrar al fondo de los grandes desafíos de Chile, sin más cálculos maniqueos y sin ambages.

*IDEA, USACH.

César Ross

IDEA, USACH.

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