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Un nuevo trato para un país más igualitario

Hacia la Constitución de la igualdad

“Chile ya no es lo que era”. Este puede ser el único consenso en el actual momento del país. Desde los funcionarios del gobierno, incluyendo a los que apuestan por el Rechazo a la nueva Constitución, hasta las organizaciones más radicales de la izquierda coinciden en esta afirmación. Los datos muestran un desplazamiento en las capas más profundas de la estructura del país. Y ese cambio antecedió al 18 de octubre de 2019. Hasta este punto el acuerdo es transversal, desde la UDI al Frente Amplio, y desde La Dehesa a La Pintana. Pero luego de ese juicio general, comienza el debate. Y como dice Rancière, en el punto donde empieza el desacuerdo, allí empieza la política (1).

No es banal que exista un diagnóstico mínimo, en un país tan polarizado como el Chile de hoy. Lo que parece concitar opiniones convergentes está basado en evidencias: las bases del modelo económico, que se generaron a fines de los años 80 e inicios de los 90, se han agotado. Después de la crisis de 2008 este ciclo se degradó progresiva, pero definitivamente. Y este fin del crecimiento fácil, simple y rápido no ha logrado ser sustituido por una alternativa de recambio adecuada, capaz de producir un aglutinador social, capaz de relanzar al país en un ciclo de estabilidad económica y política fundamental. La crisis del patrón de desarrollo, fundado a la “maldición de los recursos naturales”, se ha convertido en un motivo de inestabilidad y de creciente bloqueo político. La deslegitimación de las instituciones (gobierno, partidos, FFAA, Iglesias, Congreso, etc.) debe leerse como una consecuencia de ese problema de fondo (2).

¿Es posible que Chile pueda volver a ser lo que era? Quienes sostienen la posición del Rechazo, y piensan que la actual crisis se puede resolver dentro de los marcos de la continuidad sistémica, creen que sí. Y no parece que ese sector ofrezca alternativas: sólo legislación policial y laboral más dura, mayores subsidios a la gran empresa, más facilidades a la inversión extranjera, menos regulaciones ambientales, menos impuestos, etc. Nada nuevo. Solo incremento en la intensidad de lo que ya se está haciendo. Se trataría de un problema de fuerza y convicción. El núcleo de la promesa de la coalición Chile Vamos radicaba en esa premisa: el “Vamos” era un llamado a la voluntad, a apretar un poco más las tuercas de las maquinas, poner un poco más de presión a las calderas, acelerar un poco más el ritmo de la faena. Y con esa actitud se instaló el segundo gobierno de Sebastián Piñera. Hasta el 18 de octubre de 2019, cuando los motores se recalentaron, las tuercas se rodaron y las calderas se fundieron.

La salida no es fácil. No se trata de ofrecer otro “vamos”, si no se sabe cuál es el lugar a donde ir ¿Cuál es el Chile que busca el Apruebo? ¿Qué norte fijará la nueva Constitución? No basta con saber lo que no se quiere, es necesario pensar en cómo superar la “maldición de los recursos naturales”, en una ruta que pueda sofisticar tanto la estructura institucional como la productiva del país.

Motor de desarrollo
Ante ese dilema se argumenta que la búsqueda de un nuevo modelo de desarrollo, con crecimiento económico y estabilidad política, es contradictoria con el interés por lograr más igualdad para las personas. Se dice que la Plaza Dignidad hizo un buen diagnóstico del malestar, pero no propuso soluciones, ya que el problema de Chile sería una crisis de crecimiento, y preocuparse de la redistribución cuando el ingreso se estanca o disminuye es una forma equivocada de plantear el problema: “La trampa en la que (...)

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Álvaro Ramis

Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

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