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Cuando el cambio climático amenaza el abastecimiento de agua

La agonía de los glaciares bolivianos

Testigos por excelencia de las evoluciones del clima terrestre, la mayoría de los glaciares atraviesan una fase de decrecimiento. En los Andes tropicales, este deshielo se acelera desde hace treinta años e hipoteca el riego, la producción eléctrica o el suministro de agua. Grandes metrópolis como La Paz, en Bolivia, ven amenazada una parte importante de sus recursos.

En el horizonte hormiguean decenas de miles de puntitos rojos: los ladrillos de La Paz y de su vecina popular, El Alto. El monte Chacaltaya (5.395 metros) está ubicado en la Cordillera Real, a unos treinta kilómetros al norte de la capital administrativa de Bolivia. Cien metros por debajo de la cima, la ruta en zigzag termina en una pequeña área de estacionamiento que domina el Altiplano, la alta meseta andina. El viento hace restallar los postigos de los edificios abandonados cuyos techos evocan chalets alpinos. La incongruencia de semejante arquitectura en el corazón de los Andes le recuerda al visitante que hace tan solo una década Chacaltaya era la sede del centro de esquí más elevado del mundo. Desafiando las curvas cerradas y el soroche (el mal de la altura), una clientela acomodada venía a distenderse durante el verano: en Bolivia, el invierno corresponde a la estación seca; es por lo tanto en verano, durante la estación de las lluvias, cuando nieva. O, más precisamente, cuando nevaba…

Ya nada es igual
“Había un glaciar de quince metros de espesor en los años 1990”, se lamenta Edson Ramírez, señalando la ladera rocosa en la que se oxidan tallos metálicos torcidos, vestigios de una subida mecánica. Ingeniero hidrólogo y glaciólogo del Instituto de Hidrología y de Hidráulica de la Universidad Mayor de San Andrés (IHH-UMSA) de La Paz, el profesor Ramírez supervisa desde hace casi treinta años los glaciares tropicales andinos. “En 2003, advertí que este, de dieciocho milenios, corría el riesgo de desaparecer en 2015. Era demasiado optimista. De hecho, los últimos hielos se derritieron entre 2009 y 2011 -suspira el científico-. Es extremadamente preocupante.” De su pasado, el monte Chacaltaya no conserva más que el nombre, que significa “puente de hielo” en aymara.

Tras algunas horas de viaje a través de la Cordillera Real, nos encontramos al pie de la ladera oeste del Huayna Potosí. Según los cálculos de los científicos, este majestuoso gigante está, también, condenado. Los peñascos negros que lo rodean, calentados por el sol, aceleran su deshielo: “Cada año, este glaciar disminuye dos metros su espesor y retrocede unos veinte metros -detalla Ramírez-. Nuestros cálculos demuestran que, desde 1980, la Cordillera Real perdió el 37% de su superficie glaciar. Ahora bien, millones de bolivianos dependen de su agua…”. Los ingenieros Edson Ramírez y Francisco Rojas se acercan luego a las inmediaciones de una modesta granja que está de frente al glaciar, donde instalaron una estación hidrometeorológica que releva la pluviometría, las temperaturas, la velocidad y la dirección del viento. Rojas mismo armó esta instalación para abaratar costos: “Con una impresora 3D, embudos, tubos de plástico, fabriqué veinticinco aparatos por un total de 25.000 dólares. Es decir, el precio de uno solo si se lo compra en el mercado”, suelta sonriendo el ingeniero. Con 73 años, don Guillermo Aruquipa cría llamas, ovejas y vacas. Da fe de los cambios: “Cuando me instalé aquí con mi familia en 1974, el glaciar llegaba hasta el canal ese que usted ve allí -recuerda, señalando una línea que corta el horizonte mucho más abajo que la actual lengua terminal-. ¡El hielo era azul! Ya nada es igual”. El aumento de las temperaturas modifica el ecosistema, no sin consecuencias: “Ahora está lleno de orugas de una especie que nunca habíamos visto. Mis llamas se las comen y eso las enferma”.

Retroceden los glaciares
El campesino saluda a los visitantes y les ofrece un queso: “Nos reciben bien -murmura Ramírez-. Alcanza con explicar bien qué es lo que hacemos y por qué lo hacemos”. En el pasado hubo montañeses que, desconfiados frente a las intrusiones de citadinos y mal informados en cuanto a sus intenciones, vandalizaron instalaciones científicas. Los hidrólogos de los cuatro países de la comunidad andina (CAN: Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia) realizaron en 2014, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), un almanaque pedagógico para explicar sus procedimientos. A partir de entonces, destaca el profesor Ramírez, “los campesinos ya no vandalizan nuestros equipos. Al contrario, algunos nos piden que coloquemos sensores: quieren información, porque están preocupados”.

La mayoría de los glaciares del planeta retroceden desde el final de la “Pequeña Glaciación”, a mediados del siglo XIX. Esta pérdida de masa se acelera desde fines de los años 1970 y la evolución de las últimas décadas en los Andes no tendría precedentes desde principios del siglo XVIII (1). El deshielo regional es uno de los más rápidos que se han observado en el mundo y aporta una de las contribuciones más importantes a la elevación del nivel de los océanos, explica un equipo de glaciólogos franceses (2). “La pérdida drástica de los glaciares estos últimos años coincide con las condiciones extremadamente secas desde 2010 y contribuyó en parte a atenuar los impactos hidrológicos negativos de esta sequía severa y prolongada”, precisan. En Bolivia, ciertos glaciares perdieron desde los años 1980 dos terceras partes de su masa, e incluso más”, destaca la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (UNESCO), en un Atlas consagrado a la cuestión, publicado en diciembre de 2018 en el marco de la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP24) organizada en Katowice (Polonia) (3).

Cambios sin precedentes
Este documento constata que en el transcurso del siglo XX el límite lluvia/nieve aumentó “45 metros en promedio” en los Andes tropicales. A fines del siglo XXI, la temperatura podría aumentar “entre 2 y 5 grados”. El último glaciar de Venezuela debería desaparecer “a partir de 2021”, y es probable que en 2050 subsistan en la región solo “los más importantes en los picos más elevados”. Según las proyecciones, “incluidas las menos alarmistas”, los últimos testigos de un clima pasado en los Andes tropicales perderían “entre el 78 y el 97%” de su masa antes de fin de siglo, cuando representan el 61% del abastecimiento de agua de La Paz en tiempos normales, y el 85% en los años de estrés hídrico. El “pico hídrico”, es decir, el momento en el que el volumen de agua que sale del deshielo y corre río abajo inicia su inexorable disminución, en su mayoría ya ha sido alcanzado -en algunos casos a partir de los años 1980-. “Esta región montañosa atraviesa un período de cambio sin precedentes”, destaca la UNESCO, trazando un paralelo con “la caída de la civilización Tiwanaku” (en el siglo XI, en la actual Bolivia), que “coincidió con un cambio climático importante y rápido”.

A partir de los años 1990, “nosotros alertamos a las autoridades –recuerda Edson Ramírez–. Pero en (...)

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Cédric Gouverneur

Periodista.

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