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La cuestionada reelección del presidente Lukashenko

Los jóvenes urbanos promueven el cambio en Bielorrusia

Mediados de agosto de 2020. Las imágenes de manifestaciones se suceden en continuado por la televisión. “Pronto acabará”, dice Stas L., casi sin mirar la pantalla. De espaldas a las noticas, sentado en un bar de Bragin, al sur de Bielorrusia, él y sus amigos, todos treintañeros, conversan bebiendo una botella de vodka. Hace cinco días que una ola de protestas de una amplitud inédita invade el país. El curso de los acontecimientos no le dará la razón: las manifestaciones aun persisten a mediados de septiembre, fundamentalmente en las universidades de la capital bielorrusa, y las marchas todavía reúnen a cientos de miles de personas, en Minsk y en otras grandes ciudades del país.

La reelección de Aleksandr Lukashenko, el 9 de agosto de 2020, y las protestas que estallaron a continuación ubicaron a Bielorrusia en el centro de la atención mediática. El presidente inició su sexto mandato consecutivo desde 1994 tras obtener el 80,23% de los votos en un escrutinio manchado por el fraude. Así fue como derrotó a su principal rival, Svetlana Tijanovskaya, quien reemplazó a las apuradas a su marido, arrestado en mayo por “violentar el orden público”, y detrás de la cual se reunieron los equipos de los otros dos candidatos, Valery Tsepkalo y Viktor Babariko, representados respectivamente por la esposa Veronika y por la directora de campaña, María Kolesnikova, tras la fuga a Moscú del primero y la detención del segundo.

Después del escrutinio, los enfrentamientos entre jóvenes contestatarios y fuerzas del orden marcaron el ritmo de las noches de la capital. Durante tres días el servicio de Internet se interrumpió. Miles de detenciones y numerosos testimonios sobre abusos policiales cometidos en las comisarías incrementaron el rechazo al Presidente, que jamás había utilizado a semejante escala este tipo de métodos de intimidación. Tras la elección presidencial de 2010, las detenciones se contaban por centenas y la oposición había sido discretamente decapitada en los tribunales los meses siguientes.

Incluso aquí, en la pequeña ciudad de Bragin, se siente el nerviosismo de las autoridades. Al caer la tarde, un puñado de patrullas comienza a vigilar la plaza principal de la ciudad mientras que uno de sus autos controla la avenida. El despliegue parece desmedido para una pequeña ciudad de alrededor de 3.000 habitantes. ¿Será a causa de la proximidad con la frontera ucraniana? ¿O el temor a las manifestaciones que se desataron en Gome, la capital regional ubicada a un centenar de kilómetros, se extiende ahora hasta aquí?

Stas, obrero de la red vial, vivió toda su vida bajo presidencias de Lukashenko. “Voté a Tijanovskaya, pero no iré a las manifestaciones”, afirma. “Para nosotros, los bielorrusos, lo más importante es la tranquilidad, nadie quiere un ‘Maidán’”. El muchacho se refiere al levantamiento ucraniano que, durante el invierno de 2013-2014, logró derrocar al presidente Viktor Ianoukovitch y dio paso a una guerra civil. El fantasma agitado desde el poder se alimenta de un temor real presente en la población. Uno a uno los amigos de Stas develan su voto en las elecciones. Muchos dicen haber optado por Tijanovskaya, otros votaron en blanco. “Yo voté a Lukashenko”, responde uno de los presentes –una revelación que sorprende al grupo–. “¿En serio? ¿Lo votaste a él?” “Sí, claro”. Sin más explicaciones ni debates los vasos se vaciaron y las conversaciones frívolas siguieron su curso.

Inflado por el fraude electoral o bien reducido a casi nada como afirman a veces, de manera excesiva, algunos opositores (estos sostuvieron durante la campaña la tesis de un Lukashenko cercano al 3%), el voto a favor del Presidente es un dato difícil de analizar. “Los trabajaos sociológicos lo sitúan cerca del 60%, sin dudas mucho menos en la capital donde la oposición siempre contó con un núcleo duro”, explica Bruno Dwerski, historiador y profesor en el Instituto Nacional de Lenguas y Civilizaciones Orientales de Francia (INALCO). Para los investigadores Stephen White y Elena Korosteleva, el perfil tipo de los electores de Lukashenko sería: “principalmente, mayores de 60 años, con un nivel educativo en promedio bastante bajo” y sobre todo rural. Por el contrario, los opositores serían sobre todo “jóvenes”, “trabajadores del sector privado”, “con alto nivel educativo” y “residentes de las grandes ciudades”. Una oposición por lo tanto generacional a la que se adiciona una fractura geográfica. Para Aleksei Dzermant, politólogo cercano al gobierno, “el electorado del Presidente se encuentra en el seno de los funcionarios, de los que trabajan para el Estado y en la clase obrera”.

Resultados estrechos
Sin embargo, una cierta erosión del apoyo a Lukashenko parece haber operado incluso entre las capas sociales que le fueron tradicionalmente fieles. Un estudio basado en el escrutinio manual de los resultados exhibidos en los 900 centros de voto (un cuarto de (…)

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Loïc Ramírez

Periodista.

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