Como alternativa a una concepción elitista del cine ugandés, en el barrio de Wakaliga, en Kampala, viene gestándose un nuevo género. Entre la denuncia social y las películas estadounidenses de los 80, Ramon Film Productions evidencia el costado colectivo y comunitario del séptimo arte.
En 2005, Feeling Struggle, de Hajj Ashraf Ssemwogerere, que narra la historia de una niña robada a sus padres para un sacrificio ritual, se gana el título de primer filme ugandés. En ese país, las salas de cine se reducen a un local cualquiera, unas sillas, una pantalla de televisión y una videocasetera; pero, a pesar de la evidente falta de medios y de infraestructura, el “Kinna-Uganda” (cine ugandés) se desarrolla. Sin embargo, su reconocimiento sigue estando confinado a las clases sociales más acomodadas: mientras que cerca de la mitad de la población sobrevive por debajo de la línea de la pobreza, los temas “neorealistas” apreciados por los cineastas locales ya no tienen éxito para un público que busca más bien evadirse de su lamentable cotidianeidad.
Algunas décadas antes, era justamente en las “salas de cine” de los pueblitos y barrios precarios que componen el barrio de Wakaliga, al sur del centro de la ciudad de Kampala, donde Robert Kizito, futuro profesor de kung-fu, seguía apasionadamente las hazañas de Chuck Norris, Arnold Schwarzenegger, Bud Spencer, Roger Moore, Jackie Chan, Jet Li y, por supuesto, Bruce Lee. Eran generalmente películas estadounidenses o hongkonesas, que le contaba luego a su pequeño hermano, Isaac Godfrey Geoffrey “IGG” Nabwana. Desde entonces, este último, aunque nunca vio él mismo esos filmes, alimenta el ferviente deseo de hacerlos.
En 2005, con 32 años, fundó Ramon Film Productions, una sociedad que nombró así en homenaje a sus abuelas, Rachael y Monica, quienes lo criaron y protegieron durante la guerra civil (1981-1986). Tras haberse entrenado haciendo videoclips para músicos locales, “IGG” comenzó a realizar largometrajes completamente diferentes a los que se filman en los barrios acomodados. El registro era menos serio: su primer largometraje, por ejemplo, My School Days, que nunca fue lanzado, ponía en escena a un vampiro en moto. Aunque las lenguas oficiales del país son el inglés y el suajili, sus actores dialogaban en una mezcla de inglés y luganda, el idioma más hablado en Uganda –que aumentó el desprecio de las élites–.
Todos los domingos, “IGG” juntó a sus amigos del club de kung-fu administrado por su hermano para filmar, sin permisos… ni guión prestablecido. En 2009, cuando una huelga generalizada paralizó al país, terminó de filmar en un mes (con aproximadamente 200 dólares) Who Killed Captain Alex?, “la primera película de acción realizada en Uganda por ugandeses”: el incorruptible capitán Alex, estandarte de la lucha contra la Mafia del Tigre, es misteriosamente asesinado. Su hermano, Bruce U, “del templo ugandés de Shaolin”, intenta vengarlo…
Entre fusilamientos gore y técnicas del “pequeño dragón”, Who Killed Captain Alex? pone en escena a un policía tan incapaz como corrupto y a unos soldados ebrios que buscan pelea en los bares. Mientras que, en el rodaje –discreto, porque se realiza sin autorización–, el jefe (ficticio) de la policía declara: “La ciudad está protegida, los ugandeses adoran la ley marcial”, las calles de los alrededores son rastrilladas por verdaderos soldados luego de que un grupo de manifestantes incendiara la comisaría de Wakaliga. La realidad supera a la ficción a solo algunos metros –además, el filme termina con imágenes de verdaderos manifestantes que son reprimidos con camiones hidrantes–.
Aunque el director describe un clima social dramático directamente vivido –ya sea en la época de Idi Amin Dada (en el poder de 1971 a 1979), en la de la guerra civil o en la actualidad–, el humor siempre está presente. Verdaderamente realizados con muy pocos recursos (las armas fueron ingeniosamente fabricadas con chatarra y tubos, pedacitos de madera tallados en punta a modo de cartucheras, etc.), sus películas no tienen nada que ver con la risa involuntariamente provocada por numerosas “series Z” de acción (…)
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