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Un máximo de influencia con un mínimo de esfuerzo

Juego de go chino en la ONU

“En las Naciones Unidas, los altos funcionarios chinos se cuentan con los dedos de la mano. Sin embargo, lo que no falta son puestos de responsabilidad”. Era el año 2005. Wang Jingzhang, un diplomático chino hoy jubilado, durante mucho tiempo secretario del Comité de Sanciones contra Irak, se quejaba en la prensa de su país (1). La pequeña cohorte de funcionarios enviados por Pekín a Nueva York estaba compuesta, esencialmente, por traductores y redactores. Los no lingüistas “avanzan diseminados en diversos servicios técnicos o generales”. Según él, de las ocho direcciones de la Secretaría de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), sólo el Departamento de la Asamblea General y de la Gestión de Conferencias, encargado de organizar las reuniones de gran concurrencia, quedaba a veces en manos de un funcionario chino, que podía acceder al rango de secretario general adjunto. Los chinos tenían la sensación de ser el último orejón del tarro de la ONU.

Quince años más tarde, la situación ha cambiado sensiblemente: varios de ellos ocupan cargos directivos, por ejemplo, en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) o en la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT). Algunos comentaristas preocupados consideran que pocas veces un país obtuvo tanta influencia en tan poco tiempo. Algo así como si, al día siguiente de una larga borrachera para celebrar el “fin de la historia”, Occidente se despertara en 2020 con resaca y observara que, en la mesa de las Naciones Unidas, China ha preparado el desayuno.

Sin embargo, recoger testimonios sobre las consecuencias de este avance resulta complicado: obligados contractualmente a respetar el deber de confidencialidad cuya transgresión puede costarles el puesto, los funcionarios de la ONU son cautelosos; los diplomáticos, que, sin embargo, nada tienen que temer excepto la irritación china, también lo son. Todos o casi todos piden mantener el anonimato. “China inscribe su accionar en el tiempo, de manera muy organizada y sistémica –comenta M. P. F., un diplomático francés en Nueva York–. El modo de funcionamiento de la sociedad china es la planificación, y eso se observa en su enfoque internacional”.

Aumento sostenido
Tras su ingreso a la ONU en 1971, donde reemplazó a Taiwán, la República Popular China se mantuvo durante mucho tiempo al margen, a pesar de su estatuto de miembro permanente del Consejo de Seguridad. Hubo que esperar hasta 2003 para que obtuviera, con Shi Jiuyong, la presidencia de la CIJ. Luego la máquina se aceleró. En 2007, la hongkonesa Margaret Chan asumió la dirección de la primera agencia especializada de la ONU, la Organización Mundial de la Salud (OMS). Un cargo de influencia que permitiría particularmente elevar la medicina tradicional china al rango de norma internacional en 2018, un año después del fin de su mandato. Durante este último, Taiwán fue integrada como observador en las asambleas generales de la OMS, antes de ser excluida por presiones chinas tras la elección de Tsai Ing-wen, la presidenta del Partido Progresista Democrático, independentista, a la cabeza de la isla, en 2016.

El año 2007 vería también a Sha Zukang asumir la dirección del importante Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DAES), crisol de los diecisiete “Objetivos de Desarrollo Sustentable” oficialmente adoptados por la Asamblea General en 2015. Ese año, sin llamar mucho más la atención, China controlaba ya cuatro agencias especializadas. Tal como sigue sucediendo hoy, aunque la mirada cambió y la preocupación crece.

Un “feudo” chino
Sin embargo, por extraño que pueda parecer, las cifras demuestran que China está más bien subrepresentada en los engranajes de la Organización (2): en 2018, entre las 37.505 personas empleadas solamente por la Secretaría General (excluyendo a los Cascos Azules), sólo figuraban 546 funcionarios chinos, muchos de ellos traductores (132), al ser el mandarín uno de los seis idiomas oficiales de la ONU. China se ubicaba detrás de India (571), Irak (558) o Reino Unido (839). Se mantenía muy lejos de Francia (1.476) o de Estados Unidos (2.531). Si bien, teniendo en cuenta todos los sectores y departamentos de la ONU (excepto los Cascos Azules), el número de chinos creció entre 2009 y 2019 mientras que el de estadounidenses disminuyó, la jerarquía, en cambio, no se ha modificado. China representa el 1,2% del total de efectivos (contra apenas el 1% diez años antes) y Estados Unidos el 5% (contra el 5,8%) (3). Difícil sostener que ha invadido la Organización.

“Contrariamente a algunos países, que tienen una presencia a la vez muy amplia y diseminada, los chinos se concentran en algunas direcciones –explica M. P. F.–, en puestos claves, no necesariamente siempre de altísimo nivel, pero que tienen una dimensión prescriptora o que son determinantes en el funcionamiento de la administración. Saben muy bien cómo identificarlos”. Típico ejemplo: el DAES. Dependiente de la Secretaría, constituye un feudo chino desde hace catorce años, con tres directores sucesivos. Poco conocido, este departamento es sin embargo el principal autor de toda la literatura de la ONU: sus informes y recomendaciones sirven de base para las negociaciones y los trabajos de las comisiones de la Asamblea General, así como para el Consejo Económico y Social (ECOSOC), el órgano consultivo de la ONU. Sus publicaciones anuales sobre los Objetivos de Desarrollo Sustentable o sus “Perspectivas de la economía mundial” son ampliamente reproducidos en el mundo, mucho más allá de los pasillos de la ONU.

“La mayor parte de las decisiones y gestiones realizadas por estas entidades [del DAES] van en el sentido de los intereses directos de China, o en todo caso no se oponen a ellos –continúa el diplomático–. Es una estrategia de posicionamiento que se concentra también en los textos. Una resolución sobre un tema preciso que emplea los elementos de lenguaje de un texto influirá jurídicamente en el modo en que los Estados estarán obligados y en la creación de normas ulteriores”. Entre los textos producidos por este departamento, se encuentran “El modelo chino de éxito económico” (4) –obviamente, elogiado– o la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” (Belt and Road Initiative, BRI), el gran proyecto de Pekín, presentada como un medio de “cooperación para el desarrollo sustentable” (5).

Subrepticiamente, China intenta controlar su imagen gracias a un dominio, o al menos un control, del discurso. Así, su “capacidad para inscribirse en objetivos generales como los Objetivos de Desarrollo Sustentable nunca fue realmente cuestionada –se queja el diplomático–, cuando no puede decirse que la industria china sea la menos contaminante, ni que los compromisos asumidos por Xi Jinping sobre el medioambiente hayan sido particularmente impresionantes. Sin embargo, China es mencionada en todas partes como una gran defensora del medioambiente, la biodiversidad, etc. En términos de discurso y de imagen, el efecto es concluyente”.

Además de estratégico, el DAES es, según sus propias palabras, “uno de los puntos de entrada de las organizaciones no gubernamentales [ONG] que buscan un estatuto consultivo ante el ECOSOC. A través de su apoyo al Comité de las ONG, [las] guía sobre la mejor manera de contribuir a los trabajos del Consejo” (6). Y como las cuestiones ligadas a los “pueblos autóctonos” dependen también del DAES, su dirección china se ubica en las primeras filas no bien se manifiesta un indeseable activismo (...)

Artículo completo: 3 782 palabras.

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Jeanne Hughes

Periodista.

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