Se dice que está dividida, que es débil, ineficaz e incluso inexistente. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por su sigla en inglés) forma parte de esas organizaciones regionales que parecen estar fuera de los radares diplomáticos, aun cuando reúne a diez países (Birmania, Brunei, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam) y 652 millones de personas. De hecho, su 37ª Cumbre se inauguró el pasado 12 de noviembre en Hanoi en medio de la indiferencia. Sin embargo, tres días después, culminó con un golpe de efecto: la firma de un acuerdo de libre comercio, la Asociación Económica Integral Regional (o RCEP, por su sigla en inglés: Regional Comprehensive Economic Partnership), con Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda.
En una época en que la relocalización de la producción, el “consumo local” y la protección de los mercados deberían servir de base para un nuevo modelo de desarrollo, los principales países de Asia (excluyendo a India, que se retiró de las negociaciones por temor a la competencia de sus vecinos) siguen apostando a la extensión de la esfera de la globalización. “Una victoria del multilateralismo y el libre comercio”, se congratuló el primer ministro chino, el comunista Li Keqiang, mientras que, haciéndose eco, su homólogo japonés, el liberal Suga Yoshihide, celebraba ese “día histórico, después de ocho años de negociaciones”, y llamaba a implementar el acuerdo “lo antes posible” (1). ¡Librecambistas de todo el mundo, unámonos! Con el 30% de las riquezas producidas en el planeta, el 28% del comercio mundial y 2.200 millones de individuos, el RCEP es el mayor acuerdo de este tipo que jamás se haya firmado. ¡Y sin Washington! Ver a China reinando con majestuosidad en este Sudeste Asiático antaño tan hostil supone un singular giro de la historia.
La ASEAN, en efecto, fue fundada en 1967, en plena Guerra Fría, con el objetivo explícito de contener el comunismo. En ese entonces, un núcleo de “países seguros”, que a menudo perseguían a los “rojos” (o presuntos “rojos”) en su propio territorio (2), y de aliados firmes de Estados Unidos, integrado por Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia, se reunió para contener el “mal”. Pero, con el tiempo y la caída de la Unión Soviética, las disputas ideológicas desaparecieron. La crisis asiática de 1997-1998, que destrozó la región mientras que la economía china levantaba vuelo, se encargó del resto: los enemigos de otros tiempos negociaron y la ASEAN se consolidó. Luego, se amplió con la creación de la llamada ASEAN+3, que incorporó a los tres gigantes asiáticos (China, Corea del Sur y Japón), así como a una serie de organizaciones de geometría variable, como el Foro Regional de la ASEAN, que cuenta con 27 miembros (entre ellos los de la ASEAN+3, Estados Unidos, Corea del Norte, Rusia, India y la Unión Europea), y la Reunión ampliada de Ministros de Defensa de la ASEAN (Asean Defense Ministers Meeting Plus), que reúne a 18 países (los de la ASEAN+3, Australia, Estados Unidos, India, Nueva Zelanda y Rusia).
De manera sigilosa, la ASEAN tejió así una enorme red diplomática que, aunque no logró resolverlos, probablemente impidió que los conflictos territoriales en el Mar de China escalaran. En 2018, esbozó con Pekín un código de conducta (CoC) que sirviera de base para las negociaciones entre todos aquellos que reivindican la soberanía de las islas Paracelso y Spratley: China, que no da tregua, reclama ambas; Vietnam, Filipinas, Malasia, Brunei e Indonesia son menos exigentes, pero, aun así, las reivindicaciones nacionales se entrecruzan (3). Dos años después, el CoC está en punto muerto, los incidentes proliferan y los rencores se acumulan.
Sin productos agrícolas
No obstante, estas tensiones no impidieron la firma del RCEP, que reúne en un mismo texto a la segunda y tercera potencias económicas del mundo: China y Japón. Este contrato de 521 páginas (en inglés), 20 capítulos, 17 anexos y un calendario de acceso a los mercados nacionales tiene por objetivo “eliminar los aranceles y las cuotas sobre las mercancías”, como indica el sitio de la ASEAN. También cubre determinados obstáculos no arancelarios (relativos a las normas), una parte del comercio de servicios, el comercio electrónico y cuestiones de propiedad intelectual, pero deja de lado la mayor parte de los productos agrícolas.
A decir verdad, las reglas parecen poco restrictivas: un bien fabricado con materias originarias de uno de los quince países firmantes será admitido automáticamente en los demás. Esto, por cierto, tendrá consecuencias para la Unión Europea, que firmó acuerdos de libre comercio con varios de los países que forman parte del RCEP (Vietnam, Corea del Sur, Japón). Como será más difícil, por no decir imposible, rastrear el origen de los productos, estos podrán, por ende, acceder al tratamiento especial europeo.
El RCEP no incluye ningún (…)
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