A pesar de la intervención militar de la coalición dirigida por Arabia Saudita y apoyada por las potencias occidentales, la rebelión hutí avanza en Yemen. Más allá de los aspectos locales del conflicto, sus implicancias regionales, principalmente la rivalidad irano-saudita y la emergencia de los Emiratos Árabes Unidos como potencia militar, transforman los equilibrios en Medio Oriente y el Golfo.
Durante la noche del 25 al 26 de marzo de 2015, las fuerzas aéreas saudíes lanzaban las primeras bombas sobre las posiciones hutíes en Saná, la capital de Yemen. De este modo, actuaban como el brazo armado autoproclamado de la “comunidad internacional”, que deseaba restablecer la presidencia de Abd Rabbuh Mansur Hadi, derrocado de facto por la rebelión del 21 de septiembre de 2014. La campaña, bautizada “Tempestad decisiva”, apuntaba a un movimiento armado no estatal que reivindica una identidad religiosa minoritaria, el zaidismo –una rama del chiismo con frecuencia considerada como la más cercana al sunnismo, e incluso como su quinta escuela jurídica–. Parecía entonces destinada a durar sólo algunas semanas.
Con la resolución 2216 del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), adoptada el 14 de abril de 2015, la coalición, que comprendía a Arabia Saudita y a una decena de países árabes y musulmanes (Egipto, Jordania, Sudán, Marruecos y las monarquías del Golfo, a excepción de Omán), recibía una carta blanca de manera retrospectiva. Su acción militar se veía, de este modo, legalizada, al igual que su control de las entradas y salidas de Yemen, incluso a través de una forma de bloqueo cuyo costo humano se volvió chocante rápidamente. Este cierre favoreció lo que se suele describir como la “peor crisis en décadas”, una crisis a la cual la respuesta de urgencia sigue siendo estructuralmente deficitaria. Desde ese momento, y mientras las agencias de la ONU estiman en 250.000 el número de víctimas de los combates y de la catástrofe humanitaria, el estancamiento político sigue siendo patente (1). Las potencias occidentales, implicadas principalmente por sus contratos de venta de armas, vuelven a estar asociadas a una iniciativa guerrera tan deshonrosa como ineficaz (2).
Como Alemania nazi
La derrota, al menos simbólica, de la coalición y de sus diversos aliados en este conflicto asimétrico, provocó un refuerzo del bando hutí y una fragmentación del amplio espectro de sus opositores. En marzo de 2020, el politólogo yemení Abdulghani al Iryani llamaba a los beligerantes y a los observadores a reconocer la “victoria irreversible” de los hutíes, para poder seguir adelante e iniciar la reconstrucción (3). Los objetivos de los opositores yemeníes a los hutíes no son compatibles, lo que suele desembocar en enfrentamientos armados. El control del poder considerado legítimo y reconocido por la “comunidad internacional” se limita a una porción exigua del país. Hadi –que sigue refugiado en Riad debido a su afianzamiento aún incierto en todas partes y a su salud endeble– se ve confrontado al movimiento separatista sudista que, por su parte, está representado entre otros por el Consejo de Transición Sudista (CTS). La latitud del presidente también está minada por el lugar que ocupan los partidarios del ex presidente Ali Abdullah Saleh, asesinado por los hutíes en diciembre de 2017 tras haberse puesto en contra de estos últimos, luego de que en 2014 se había aliado a ellos para provocar la caída de Hadi.
De este modo, los altercados regionales no agotan la complejidad del conflicto. Muchas dinámicas militares, pero también políticas y sociales, escapan en gran parte a las injerencias de los vecinos de Yemen: los mecanismos de corrupción, pero también las estrategias individuales de adaptación a la terrible crisis económica. Algunos funcionarios se ven privados de sus sueldos desde hace cuatro años, y el 70% de los yemeníes depende de la ayuda humanitaria. Los problemas regionales, que suelen ser sobrestimados, son ciertamente un prisma necesario, pero insuficiente para la comprensión del conflicto.
Ahora bien, las acusaciones realizadas contra Irán, que apoyaría a los hutíes, obligan a evocar el rol desempeñado por Teherán. Este rol es claramente la razón primera de la iniciativa militar de la coalición (cuya geometría es variable, Marruecos, por ejemplo, la abandonó en 2019 mientras que Paquistán, miembro inicial, salió rápidamente de ella, antes de volver a ingresar siguiendo el ritmo de las alternancias políticas). El conjunto de sus miembros considera a Yemen como el escenario de una tentativa de expansión de la República Islámica. En (…)
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