En el reino de las telenovelas, una gran parte de la población sigue atraída por los escenarios melodramáticos que caracterizan al género: un cóctel de heroínas virtuosas, sentimientos castos y ascenso social fulgurante. Pero las series que elige el público latinoamericano ya no se escriben ni realizan en la región, sino en Turquía.
Una joven viuda se entera de que su hijo de cinco años tiene leucemia. Su vida depende de un trasplante de médula ósea, pero no tiene con qué pagarlo. Toca la puerta de la mansión de su suegro para pedir ayuda, sin éxito. Este nunca aceptó su casamiento con su hijo y la acusa de ser responsable del accidente de auto que le costó la vida. Desesperada, decide suplicarle a su empleador, propietario de una empresa constructora, que le otorgue un préstamo, aunque oculta la razón del pedido. Convencido de que las mujeres están dispuestas a todo por dinero, el hombre acepta con una condición: que pase la noche con él. Ella acepta.
De esa “noche negra” nace una historia de amor tormentosa, que se extiende a lo largo de noventa episodios de una hora y media. En 2014, cuando el canal chileno Mega TV transmitió Las mil y una noches por primera vez, la serie rompió todos los récords de audiencia al reunir cerca de un 28% de los telespectadores por noche (1). Al igual que el resto de América Latina, el país es conocido por su predilección por los melodramas románticos; sin embargo, esta historia se destaca por su singularidad: el héroe y la heroína no se llaman Rosa o Ricardo, como en las telenovelas tradicionales de la región, sino Scherezade y Onur. Y cuando llega el momento del primer beso –después de no menos de 28 episodios–, el plano de fondo permite vislumbrar la costa del Bósforo y la punta iluminada de la Torre de Gálata. La serie tiene lugar en Estambul.
Tras el éxito de Las mil y una noches, decenas de telenovelas turcas inundaron los principales canales de televisión privados de América Latina, siempre con la misma popularidad. En 2014, ¿Qué culpa tiene Fatmagül?, la historia de una joven pastora que es obligada a casarse con su agresor para salvar el honor de su familia, se convirtió en la serie más vista en el canal peruano Latina (2). En Colombia, Elif, una serie que cuenta las aventuras de una niña abandonada que busca a su madre, se mantuvo al aire por más de cuatro años (entre 2016 y 2020), con 1.150 episodios: un récord para una producción extranjera.
Máquinas del tiempo
El éxito de estas telenovelas eleva a Turquía al pináculo de la moda. Los recién nacidos reciben nombres como Elif, Fatmagül o Ibrahim, en referencia a los protagonistas. En las redes sociales, los fans multiplican las páginas donde se examina al detalle la vida de los actores. Algunos incluso llegan a atravesar el Atlántico para visitar los lugares donde se rodaron: en 2018, las agencias de viaje registraron un crecimiento del 70% del turismo latinoamericano hacia Turquía (3). Hasta el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, hizo un desvío para visitar el plató de su serie preferida, Resurrection: Ertuğrul (una producción histórica sobre la ascensión del Imperio Otomano en el siglo XVII), después de asistir a la ceremonia de investidura de Recep Tayyip Erdoğan en 2018.
¿Cómo se puede interpretar este triunfo de las series turcas en América Latina, la tierra santa de las telenovelas (4)? Según Guillermo Orozco Gómez, investigador en Comunicación por la Universidad de Guadalajara, estas series funcionan como máquinas del tiempo, puesto que retoman el esquema de la telenovela clásica de los años ochenta. De hecho, la mayoría cuenta la historia de amor imposible entre una joven pobre y un hombre de familia acomodada. Además, enlazan esta narrativa con una mirada del mundo “muy conservadora y púdica”, analiza Orozco Gómez. Su contenido podría resumirse como “familia, trabajo y tradición”, agrega. Lo cierto es que no se muestra ni un centímetro de piel: a lo sumo un beso (después de varios episodios) o una caricia sugestiva.
Secretos de familia
Otra de las similitudes de la telenovela turca contemporánea con la latinoamericana clásica es que la virtud, encarnada por el héroe, siempre triunfa. Así, después de la muerte de su padrastro, la joven Elif finalmente encuentra a su madre y descubre que es la heredera de una de las mayores fortunas del país. (…)
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