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El temor de las élites a la fuerza del sujeto plural y diverso

Sobre la soberanía del Pueblo en la nueva Constitución

El siglo XX se construyó en torno a la idea de “Pueblo”. Con esta palabra se denominó a un sujeto político activo, que se constituye a sí mismo, y que adquiere existencia propia. Pueblo era una noción difusa y en disputa, pero nadie podía negar la existencia del Pueblo y de lo Popular. Las propuestas políticas apelaban a representarlo, ya sea por medio del discurso adulador de Arturo Alessandri Palma, el Frente Popular, la Promoción Popular de Eduardo Frei Montalva o la Unidad Popular. Para todos era evidente lo que no era popular. El humor político recuerda el afiche de un candidato conservador que decía: “Zañartu: puro Pueblo”. Zañartu lucía un traje de huaso. Pero para todo el mundo quedaba claro que esa chilenidad formal, de patrón de fundo, no le daba derecho a afirmar su pertenencia al pueblo chileno.

La idea liberal de pueblo es coherente con una tradición que parte con la declaración de Independencia de Estados Unidos: “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una Unión más perfecta...”. Ese “Nosotros” supuestamente no hace distinción entre personas. Pero como todas las formas de igualdad formal, es una igualdad hipócrita, ya que el “pueblo” era un grupo de varones, propietarios, blancos, protestantes, que asumieron la representación del Pueblo real, excluyendo a las mujeres, los esclavos, los indígenas, y los varones que no tenían una propiedad declarada.

Llegado el siglo XXI la palabra “pueblo” ha desaparecido, en el sentido en que se entendió durante el siglo pasado. La única forma en la que ha sobrevivido es como falso sinónimo de Nación. Así aparece en el artículo 5º de la actual Constitución: “La soberanía reside esencialmente en la Nación. Su ejercicio se realiza por el pueblo a través del plebiscito y de elecciones periódicas y, también, por las autoridades que esta Constitución establece. Ningún sector del pueblo ni individuo alguno puede atribuirse su ejercicio”. Establece así la distinción entre Nación, esencialmente soberana, y Pueblo, regulado y conducido, que sólo puede ejercer esa soberanía de forma acotada mediante los mecanismos que mandata la ley. El pueblo es una masa que debe ser guiada por los intereses nacionales, definidos en un espacio distinto y diferente al espacio popular. Una nueva Constitución debe devolver al pueblo su papel, señalando que él, sólo en él, reside la soberanía, y que su ejercicio puede ser tanto directo como representativo.

Pueblo como Plebe
La noción más antigua de pueblo la encontramos en Roma, donde acrónimo el SPQR -Senatus Populusque Romanus- establecía una clara distinción entre dos cuerpos sociales y políticos constituyentes de la República: el Senado y el Pueblo. El Senado eran las familias aristocráticas o Patricias, fundadoras míticas de la ciudad, mientras el Populus era el resto de la sociedad, esencialmente la Plebe, gente que no tenía antepasado conocido. Esta diferencia explica que el Pueblo sólo se puede entender en el marco de una contradicción permanente entre Patricios y Plebeyos. Este último campo engloba una enorme diversidad de actores.

Si Pueblo se identifica con lo Plebeyo, el “Antipueblo” (1), es lo aristocrático-oligárquico. Esta contradicción explica que pueblo no es exactamente una clase social. No se identifica con la clase obrera de la tradición marxista, aunque la clase obrera sea parte del Pueblo y constituya la condición socioeconómica mayoritaria del Pueblo. Pero Pueblo también engloba otros actores, fundamentalmente a los sectores calificados como “pasivos”: jubilados, estudiantes, enfermos crónicos y dependientes, inadaptados sociales, presos, locos, migrantes, niños y niñas, indígenas, campesinos. Aquellos que Eduardo Galeano llamó los “nadie”, aquellos que valen menos que la bala que los mata. Todos estos sectores no están subsumidos (...)

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Álvaro Ramis

Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

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