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En Rusia, un opositor potencialmente molesto

Alexei Navalny, ¿profeta en su tierra?

Víctima de un intento de envenenamiento, el opositor ruso Alexei Navalny se encuentra actualmente tras las rejas. Mientras piden por su liberación, las cancillerías occidentales preparan la adopción de nuevas sanciones. Si bien el Kremlin no está dispuesto a ceder a las presiones internacionales, que califica de injerencias, vigila las consecuencias del caso dentro del país.

“El combate heroico de Navalny no es diferente al de Gandhi, King, Mandela y Havel”. En sintonía con la prensa occidental, el ex embajador de Estados Unidos en Rusia, Michael McFaul, no teme la exageración cuando menciona al militante anticorrupción que desafía al presidente ruso Vladimir Putin (1). Hospitalizado en Alemania tras haber sobrevivido a un intento de envenenamiento en un avión en Siberia en agosto, Alexei Navalny rechazó el exilio definitivo. Al regresar al territorio ruso, en enero, fue condenado, como era de esperar, a una pena de dos años y ocho meses de prisión. Lo que merece respeto. Sin embargo, su caso tuvo una repercusión de la que no suelen beneficiarse los opositores políticos.

Al conocerse su detención, las cancillerías occidentales exigieron la “liberación inmediata” del opositor ruso y amenazaron con tomar represalias. En el Congreso estadounidense, una amplia coalición de demócratas y republicanos aprovechó la ocasión para solicitar el endurecimiento de las restricciones ya adoptadas en 2019 contra las empresas involucradas en la construcción del gasoducto Nord Stream 2, que transportará gas ruso a Alemania. Semejante decisión dejaría satisfecho al Parlamento Europeo, que aprobó por amplia mayoría en enero una resolución que llama a “la Unión” a “detener inmediatamente la construcción” del gasoducto –contra la opinión de Berlín, pero de acuerdo con el deseo de Polonia y los Estados bálticos–.

Por su parte, Navalny multiplicó los contactos en el extranjero. El opositor desea que la Unión Europea intensifique y reoriente el conjunto de sanciones individuales adoptadas el 15 de octubre pasado contra seis altos responsables supuestamente involucrados en su envenenamiento, entre ellos, el vicedirector del gabinete presidencial, Serguéi Kiriyenko. Su objetivo: obtener medidas de represalias contra el Kremlin y apuntar contra los bienes de los oligarcas cercanos al poder en Europa y Estados Unidos. Su equipo envió al presidente estadounidense una lista de treinta y cinco personas que “hicieron de la manipulación de las elecciones una política nacional, roban dinero público, envenenan”. Además de personalidades de primera línea –como el vocero del gobierno, el alcalde de Moscú y tres ministros, entre ellos el primer ministro–, en su lista figuran hombres de negocios cercanos a Putin o hijos de altos responsables sospechados de servir de testaferros en operaciones de desvío de fondos públicos.

Washington podría escuchar su reclamo. Desde 2012, la Global Magnitsky Act permite a Estados Unidos sancionar actos de corrupción en todas partes del mundo. La Comisión Europea militó este otoño en favor de una “Navalny Act” según el modelo estadounidense. Frente a las reticencias de algunos Estados miembros, Bruselas llegó a un acuerdo: el nuevo régimen de sanciones adoptado el 7 de diciembre, y aún no implementado, mantiene la regla de la unanimidad y se limita estrictamente al ámbito de las violaciones a los derechos humanos. “Esperamos que este nuevo régimen pueda en el futuro extenderse a los actos de corrupción”, declaró el Ministro de Relaciones Exteriores lituano, Linas Linkevičius.

La construcción de una figura
La estatura política de Navalny en su país, ¿justifica acaso este entusiasmo internacional? En todo caso, se trata de la opinión de Washington, que menosprecia al régimen de Putin, acusado de desestabilizar las democracias. En 2018, en la revista Foreign Affairs, Joseph Biden presentaba a Rusia como un país en manos de una “camarilla de antiguos responsables de los servicios de inteligencia y oligarcas”. “Sin el estrangulamiento de la sociedad civil –quería creer– los aplausos de adoración y los altos niveles de popularidad de los que gozan [los dirigentes rusos] podrían rápidamente ceder el lugar a una tormenta de abucheos y silbidos [...]. El régimen tiene una imagen de invencibilidad que oculta la fragilidad del apoyo con el que puede contar, particularmente, entre los jóvenes urbanos instruidos” (2).

A pesar de su microscópica audiencia en Rusia, el ex campeón de (...)

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Hélène Richard

De la redacción de Le Monde diplomatique, París.

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