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La destrucción de los sitios que marcaron la rebelión egipcia

Plaza Tahrir, un símbolo sitiado

Epicentro hace diez años de la revolución egipcia, la Plaza Tahrir, en El Cairo, estuvo en el corazón de los enfrentamientos y las movilizaciones que condujeron a la caída del presidente Hosni Mubarak, el 11 de febrero de 2011. Desde el golpe de Estado militar del 3 de julio de 2013, el régimen tomó posesión de ese lugar, despojándolo de toda huella de la sublevación popular.

Cada vez que Nader Fahmi (1) atraviesa la Plaza Tahrir, en el centro de El Cairo, su ritmo cardíaco se acelera. Ni la emoción ni la nostalgia de la revolución de 2011 y de su fervor causan esta reacción, es el miedo: “Si los policías me interpelan y me piden que desbloquee mi teléfono móvil, corro el riesgo de ser detenido”, dice este militante de derechos humanos. En 2011, con apenas 20 años, había participado en las movilizaciones populares que debutaron el 25 de enero y que desembocaron en la renuncia del presidente Hosni Mubarak, el 11 de febrero. Se acuerda de las masas apretadas de manifestantes solidarios, de los eslóganes entonados al infinito, como “El-sha’ab yourid isqat el-nizam” (“El pueblo quiere la caída del régimen”) o “Irhal!” (“¡Fuera!”), y de los debates políticos improvisados en los campamentos que florecieron en la plaza. Hoy, sabe que a la menor sospecha puede unirse a los 60 a 100.000 prisioneros de opinión que contabiliza el Instituto de El Cairo para el estudio de los derechos humanos (2).

Desde que en septiembre de 2019 las manifestaciones contra el presidente Abdel Fatah al Sisi, en el poder desde 2014, agitaron el corazón de la capital egipcia y otros localidades del país, los controles arbitrarios en los alrededores de Tahrir se generalizaron. Como el régimen no tolera ninguna objeción, más de 4.400 personas fueron encarceladas en los quince días que siguieron a ese arrebato de ira, cerca de 900 de ellas en El Cairo (3). La plaza, por su parte, tomó “la apariencia de una guarnición militar custodiada por policías de civil –prosigue Fahmi–. Son más numerosos que los transeúntes. Se los reconoce por su aspecto, con su bigote y sus zapatos lustrados. La intimidación es permanente”.

Este bloqueo, instalado en nombre de la “lucha contra el terrorismo” y la “defensa de la estabilidad”, también se tradujo por un lavado de cara de la zona, que comenzó en octubre de 2019. Esa rotonda simbólica de 7,5 hectáreas (dos veces la plaza de la República en París) se transformó en un museo a cielo abierto consagrado al Egipto faraónico, según los deseos del gobierno, que invirtió en los trabajos cerca de 8 millones de euros. Actualmente, un obelisco de diecisiete metros de alto preside el centro de ese nudo urbano invadido por los autos. Cuatro esfinges con cabeza de carnero desplazadas del templo de Karnak enmarcan esa columna heredada del reino de Ramsés II. Al pie del monumento, una placa sobrevuela la historia moderna del lugar en cuatro revoluciones: aquella liderada por Saad Zaghloul para la independencia en 1919; el golpe de Estado de los Oficiales libres que, en 1952, instauró una república; la revolución del 25 de enero de 2011, que marcó el comienzo del fin para Mubarak; y, por último, la del 30 de junio de 2013, que llevaron a la destitución por parte del ejército de Mohamed Morsi, primer presidente civil democráticamente elegido de Egipto, el 3 de julio de 2013. Este último acontecimiento hizo de la Plaza Tahrir, y así está inscrito, un “símbolo de la libertad de los egipcios”.

Para los transeúntes es imposible fotografiar o acercarse a esa “libertad” grabada en el zócalo del obelisco, así como sentarse en los bancos recientemente instalados. En mayo de 2020, las autoridades encomendaron a la sociedad de seguridad Falcon que garantice la protección del sitio. En 2014, ese grupo, afiliado a los servicios de inteligencia militares (4), había arrasado en la licitación para “securizar” una decena de universidades públicas, entonces teatro de numerosas movilizaciones contra el régimen. “Tahrir es como una fortaleza en una guerra entre dos partes. La que se la adueña y la domina, gana”, analiza Galila El-Kadi. Arquitecta urbanista e investigadora emérita en el Instituto de Investigación para el Desarrollo (IID), El-Kadi ve en los recientes acondicionamientos la confesión del “temor” que obsesiona al poder desde la revolución: que los egipcios vuelvan a movilizarse allí. Muy anterior a 2011, el simbolismo político del lugar se remonta a comienzos del siglo XX, cuando todavía se llamaba Plaza Ismailía. A partir de 1930, bajo el impulso del partido independentista Wafd, el lugar se impuso, en detrimento de otras rotondas de la capital egipcia, como el “sitio de la ira, de la libertad y del cambio” (5).

Ahora bien, desde 1952, fecha en la cual tomó su (...)

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Martin Roux

Periodista.

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