En marzo se cumplió un año del primer caso de coronavirus en Chile. Luego de este período donde nuestra forma de vida ha cambiado radicalmente, hay muchas materias sobre las que podemos hacer análisis pensando en el futuro. Podemos comparar los casos, las personas fallecidas o la contracción económica, entre tantos otros indicadores que pretenden definir qué tan bien o mal lo han hecho los distintos países.
Más allá de los indicadores, la pandemia de SARS-COV2, nos ha permitido identificar elementos sociales y sanitarios, altamente preocupantes, sobre los cuales no siempre ponemos nuestra atención. En este sentido, tanto a nivel nacional como internacional observamos situaciones que parecen repetirse y evidencian enormes desafíos que aún la humanidad no logra superar.
La pandemia no nos impacta a todos por igual, y ha desnudado claras brechas en términos socioeconómicos. En Chile, el virus se encuentra con una situación basal de profundas inequidades. Un artículo de investigación reciente, evidencia que Santiago de Chile es una de las más inequitativas de las grandes urbes del continente, respecto a la esperanza de vida en relación al barrio donde se habita. Este dramático resultado, fue una diferencia de 8,9 años en hombres y 17,7 años en mujeres en esperanza de vida, cifras sólo superadas en su mal desempeño por la capital de Panamá en esta investigación (Bilal, 2019).
Siguiendo esta tendencia, en Chile las comunas populares y con menor nivel socioeconómico, presentan un exceso de mortalidad en el año 2020, varias veces mayor a aquellas con alto nivel de economía y calidad de vida (Canales, 2021). Por ejemplo, según datos del DEIS, mientras San Ramón y La Pintana presentan un exceso en su mortalidad (con respecto a años anteriores) de 46,88% y 45,71%, respectivamente, en Providencia y La Reina es 4 veces menor (8,51% y 11,02%). Así también, el sistema segregado probablemente derivará, como es de esperar, en que los millones de atenciones desplazadas (prestaciones de salud que no se pudieron realizar debido a la prioridad de Covid-19), también serán resueltas con este característico gradiente y su consiguiente impacto desigual.
Otras desigualdades que develan esta pandemia son las de género. Si bien en términos de mortalidad las mujeres no son las más afectadas, si nos enfocamos en lo social es otra la historia. Las mujeres han retrocedido casi diez años en participación laboral, desnudando la sobrerrepresentación de las mismas en empleos informales y precarios. Las llamadas por violencia de género se han multiplicado durante las cuarentenas, develando el calvario que sigue vigente para muchas mujeres. Por otro lado, la sobrecarga de cuidados, secundarias al cierre de jardines y colegios, han caído mucho más sobre el género femenino. Todo esto podría impactar en que la afección de la salud mental de las mujeres sea mayor, como lo muestran datos preliminares de Movid-19 y el estudio “Vida en Pandemia”.
Las crudas evidencias
La pandemia del Covid-19 la recibimos con un sistema de salud (…)
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