Febrero de 2019. Los aviones a reacción surcan los límpidos cielos de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), un pequeño Estado Federal situado entre el Golfo Pérsico y el Mar de Omán. Cómodamente instalado, rodeado de líderes extranjeros, el príncipe heredero de Abu Dabi (1), hombre fuerte de la Federación y figura influyente en el mundo árabe, Mohamed Ben Zayed Al-Nahyan (conocido como “MBZ”), asiste en persona a la inauguración de la Exposición Internacional de Defensa (IDEX). Este salón del armamento, muy apreciado por las principales firmas mundiales del sector, se inaugura con un espectáculo bélico a gran escala, durante el cual desfilan vehículos todoterreno Nimr de los Emiratos Árabes Unidos, blindados estadounidenses y tanques franceses. Una producción hollywoodense que está a la altura de las ambiciones militares y geopolíticas de la “pequeña Esparta”, como el general estadounidense James Mattis llamó a los EAU en 2011, cuando estaba al frente del Mando Central de Estados Unidos (2).
Porque los EAU, quinto importador mundial de armas (3), no se conforman con fingir que juegan a la guerra. La dirigen, la provocan o la mantienen, impulsados por una “estrategia regional de influencia y poder”, como explica Emma Soubrier, investigadora del Arab Gulf States Institute en Washington. Ya en marzo de 2011, durante las “primaveras árabes”, intervenían militarmente en Bahréin junto con Arabia Saudita para poner fin al levantamiento popular contra la monarquía de los Al-Khalifa (4). En Yemen, donde desde 2015 lideran la coalición anti-huti, siempre al lado de Riad, se lo acusa -al igual que a su aliado saudita- de violar el derecho internacional, pero también de trabajar por la división del país (5). En Libia, ignorando el embargo de armas, apoyan al mariscal Jalifa Haftar en su lucha contra el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN). Por un lado, la puesta en escena; por el otro, una guerra abyecta: dos caras de una misma moneda, la de una monarquía que comunica su “modernidad” mientras contribuye a agravar las tensiones en el mundo árabe. Fue también Abu Dabi quien en 2017 impulsó la exclusión regional de Qatar.
El armamentismo
¿Cómo explicar la evolución de ese país que en diciembre celebrará su 50º aniversario y en el que el 90% de los 10 millones de habitantes son extranjeros? Para hacerlo hay que remontarse a 1971, año de la constitución de la Federación, a la que Bahréin y Qatar se niegan a unirse por miedo a caer bajo el dominio de Abu Dabi. Con vecinos poderosos como Arabia Saudita, Irak e Irán, los siete emiratos y su líder, el jeque Zayed Al-Nahyan, se enfrentaron de inmediato a la cuestión de su seguridad. Pequeños y con un ejército reducido, los EAU buscaron rápidamente el apoyo de Occidente, empezando por Estados Unidos, que desempeñará el rol de protector y proveedor de armas. “Para Washington, que también estaba preocupado por el riesgo de expansión de la influencia soviética, el Golfo proporcionaba un mercado energético seguro”, recuerda Kristian Ulrichsen, investigador del Instituto James Baker de Houston. Con importantes recursos en hidrocarburos a su disposición, la Federación podía movilizar recursos financieros colosales para firmar impresionantes contratos de armamento. Suficiente para mantener la lealtad de los protectores occidentales. “En los años 1970 y 1980 estas compras de armas también permitían afirmar un prestigio. La capacidad de los EAU para utilizarlas era realmente limitada”, señala, sin embargo, Pieter Wezeman, investigador del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
En 1990 el ejército iraquí invadió Kuwait, cuyas fuerzas militares, también ricamente dotadas, se mostraron incapaces de resistir a los vehículos blindados de Sadam Husein. A partir de entonces las cosas cambiaron. Los EAU consolidaron su estrategia: las asociaciones y compras de defensa continuaron, pero acompañadas del fortalecimiento de las fuerzas armadas nacionales. La relación con Washington se convierte en “la columna vertebral del ejército emiratí”, explica Abdulkhaleq Abdulla, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de los EAU. “MBZ”, uno de los hijos del jeque Zayed, participó en la maniobra y se convirtió en comandante de la fuerza aérea y luego en jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas. “Es un hombre marcado por su formación militar, que alimenta una visión en la que la disciplina y el poder armado son suficientes para resolver casi todo”, afirma el investigador Jalel Harchaoui. A su lado, desde 1991 el coronel estadounidense John William McGuinness funciona como asesor militar. En la base aérea de Al-Dhafra, al sur de Abu Dabi, Estados Unidos aumentó su presencia en términos de hombres y equipos. Junto con sus anfitriones, lleva a cabo entrenamientos y ejercicios (6), contribuyendo a constituir una fuerza aérea que actualmente se considera la mejor del Golfo.
No obstante, una década después la participación de dos ciudadanos emiratíes en los atentados del 11 de septiembre de 2001 alteró la relación con Washington. “Para tranquilizar a sus socios, MBZ se comprometió en la guerra contra Afganistán”, explica Ulrichsen. Es cierto que participó tardía y modestamente, desplegando doscientos soldados partir de 2003, pero para Washington el símbolo era importante: un país árabe y musulmán participaba en la coalición contra los talibanes. “Los EAU también se dieron cuenta de que debían cambiar su imagen”, prosigue el investigador. La monarquía, asesorada por un batallón de agentes de comunicación anglosajones, obraba para construir una imagen de Estado moderno y visionario. En 2006, las dudas de Washington se disiparon y el general Peter Pace, presidente del Comité de jefes del Estado Mayor Conjunto estadounidense, alabó la solidez de la asociación entre ambos países (7).
Cambio generacional
A mediados de los años 2000 llegaba al poder una joven generación. En 2004, Khalifa Ben Zayed sucedió a su padre como presidente de la Federación y a la cabeza del Emirato de Abu Dabi -su hermano “MBZ” se convirtió en príncipe heredero-, mientras que en 2006 Mohamed Ben Rachid Al-Maktum tomó las riendas del Emirato de Dubái. Estos nuevos dirigentes pretenden reducir la dependencia al petróleo de la Federación. Para ello, se basan en múltiples informes prospectivos (“Visión 2020”, “Visión 2030”) que ofrecen la perspectiva de un futuro radiante (8). El comercio, turismo, ocio, urbanismo y las nuevas tecnologías se convierten en los fundamentos de una nueva política proclamada urbi et orbi.
La creación de una industria militar se inscribe en esta dinámica de diversificación económica. Para lograrlo, los EAU se basan en el principio de las “compensaciones industriales” (offsets): a cambio de sus ventas de armas, los proveedores extranjeros deben participar en el desarrollo de infraestructuras locales. Por ejemplo, la estadounidense Lockheed Martin, que en 2000 les había vendido ochenta aviones de combate F-16 y que en 2013 instalará su sistema de defensa antimisiles Thaad, se comprometió paralelamente con un fondo emiratí en una empresa conjunta, Ammroc, dedicada al mantenimiento de aviones. En el seno de esta sociedad, la presencia de muchos trabajadores expatriados facilitaría el desarrollo de las competencias de los empleados locales y permitiría la transferencia de tecnología. Al igual que Ammroc, se crearon una miríada de empresas público-privadas de defensa, desde 2019 reunidas en la plataforma Edge.
Esta estrategia permite que la Federación exporte a su vez material militar, en especial a otros países árabes -Argelia, por ejemplo, compró doscientos vehículos blindados Nimr en 2012-. Unos años más tarde, en diciembre de 2020, el Grupo Edge se clasificó entre los veinticinco principales proveedores militares del mundo (9), mientras que el discurso oficial elogiaba el savoir-faire emiratí. Pero abundan reservas y críticas. En principio, Wezeman quiere distinguir comunicación de realidad: “Crear una industria de defensa con tanta rapidez no es cosa fácil. Los EAU son poco transparentes y siguen siendo muy dependientes de las cadenas de suministro, así como de trabajadores extranjeros”.
Plataforma de exportación
Tony Fortin, desde el Observatorio de Armamentos, una asociación que lucha por el desarme, es más alarmista. “Abu Dabi alberga un centro de comercio armamentístico alimentado por miles de expatriados que ayudan a los EAU a fabricar su autonomía militar-industrial”, afirma con preocupación. Un “hub” que reúne a muchas empresas occidentales seducidas por las ventajas que ofrece este escaparate regional. Dado que, desde los EAU, “el acceso a nuevos mercados se ve facilitado por normas de exportación menos restrictivas que en Occidente”, señala Wezeman. En 2008, el grupo canadiense Streit instaló allí una empresa, desde la que inunda de vehículos blindados el mercado africano, incluida Libia (10). “Los EAU estuvieron implicados en numerosas transferencias de armas (...), tanto para los rebeldes como para las fuerzas emiratíes con base en Libia, violando el embargo de armas”, denuncia la asociación holandesa Pax for Peace (11). Para esta organización, el “elevado” riesgo de entregar armas a países bajo (…)
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