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Una versión de la historia europea encerrada en un museo

Hitler, Stalin y el premio Nobel de la Paz

En Bruselas, el Parque Léopold alberga un museo insólito, que desde su inauguración, el 6 de mayo de 2017, ya recibió a medio millón de visitantes. Ingresamos a través de una cabina de seguridad, donde los vigilantes controlan nuestra identidad, escanean nuestros objetos personales con rayos X y verifican nuestra temperatura mediante una cámara térmica.

Nos ajustamos el casco de la audioguía y seleccionamos uno de los veinticuatro idiomas oficiales de la Unión Europea. “Bienvenidos a la Casa de la Historia Europea, un proyecto del Parlamento Europeo. A medida que les vamos conduciendo por la exposición principal, verán que no es la historia de las diferentes naciones europeas lo que les narramos”.

La exposición permanente comienza con la presentación de artefactos ligados a la geografía del continente y al mito griego de Europa. Luego, en el siglo XVII, ya es hora de evocar el régimen nazi y la Unión Soviética. “Durante la Revolución Francesa de 1789, simples ciudadanos derrocaron la monarquía absoluta que los controlaba desde hacía siglos. Sus nobles ideales de libertad, igualdad y fraternidad se vieron pronto mancillados por el Terror, un período de violenta represión, de ejecuciones masivas y de purgas políticas. El Estado revolucionario francés adoptó la guillotina para suprimir a sus enemigos”, continúa el narrador invisible en la audioguía, mientras resuena en nuestros oídos el ruido seco y frío de una cuchilla. “Este razonamiento –que objetivos idealistas pueden justificar medios brutales– ha sido utilizado varias veces en el curso de la historia europea. Particularmente por el Estado policial de la Unión Soviética bajo Josef Stalin y por el régimen nazi en Alemania.” Esta primera analogía se convertirá en el hilo conductor de la visita.

Memoria europea
Las salas dedicadas al siglo XIX pasan por alto a los pacifistas pro-europeos como Victor Hugo o Bertha von Suttner, la primera mujer en recibir el premio Nobel de la Paz en 1905. En cambio, se aprende allí que el marxismo sería una “reacción apasionada” a la Revolución Industrial, un episodio durante el cual “las condiciones de vida y de trabajo [de los obreros] a menudo son espantosas”. Pero, agrega la voz, “a finales del siglo XIX, mejoró su situación, al ir obteniendo progresivamente el derecho al voto”.

No hay que buscar aquí la menor referencia positiva a una lucha del movimiento obrero: eso no existe. De hecho, subraya la audioguía, “las clases obreras nunca conformaron un conjunto homogéneo. Los miembros de la clase obrera no compartían las mismas características, que variaban en función del país o de su sector de actividad”. En cambio, los burgueses, sí, “impulsan cambios económicos y políticos […] y cumplen un papel importante en la instauración de las democracias modernas”.

Para comprender cómo un museo que le costó 55,4 millones de euros a los contribuyentes europeos puede alcanzar semejante sutileza de análisis histórico, es necesario centrarse en la composición de su comité científico. El 13 de febrero de 2007, tres días antes de su investidura oficial como presidente del Parlamento Europeo, el dirigente de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU), Hans-Gert Pöttering, expresaba un deseo: “Anhelo que se cree un sitio de memoria y (...)

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Jean-Baptiste Malet

Periodista. Autor de L’Empire de l’or rouge. Enquête mondiale sur la tomate d’industrie, Fayard, París, 2017.

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