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Luces sobre un genocidio

Ruanda, el enigmático silencio africano

El fracaso de la “comunidad internacional”, que llevó a la muerte a ochocientos mil tutsis de Ruanda, es objeto de múltiples análisis desde 1994. Pero, ¿cómo entender el silencio de los Estados y los intelectuales africanos mientras se perpetraba, a la vista de todos, el último genocidio del siglo XX? Aun hoy, algunos asesinos viven tranquilos en distintas partes del continente.

¿Por qué la humanidad no prestó auxilio a los tutsis de Ruanda en 1994, aun cuando las matanzas, masivas y de una espectacular atrocidad, ocurrían a la vista y a sabiendas de todos? A menudo se cuestiona a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), y con razón: mientras que el comandante de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (UNAMIR, por su sigla en inglés), el general canadiense Roméo Dallaire, bien informado por un desertor del movimiento extremista Hutu Power, pedía un refuerzo de 5.000 cascos azules para prevenir las masacres programadas, la ONU por el contrario redujo los efectivos de 2.300 soldados a 270 observadores no armados.

Pero a menudo se olvida recordar que la organización, que entregó así a las víctimas a sus verdugos, estaba en ese momento dirigida por dos africanos: el egipcio Boutros Boutros-Ghali, su secretario general, y el ghanés Kofi Annan (subsecretario general, responsable del Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz). No tenían ciertamente ningún poder de decisión, pero nada, en sus intensas negociaciones con sus representantes en Kigali, indica que hubieran evaluado en su exacta medida lo que estaba en juego o buscado influir en los acontecimientos en la dirección adecuada.

Los jefes de Estado y líderes de opinión africanos no demostraron mayor empatía hacia los que se sacrificaba como ganado en Butare, Kibuye, Gitarama y otros lugares.

Los cien días de Ruanda
Incluso si nada puede excusar tal ceguera, se podría haber encontrado algo parecido a una explicación si la catástrofe hubiera tenido lugar en un muy corto lapso de tiempo. Pero es precisamente debido a su duración –de principios de abril a mediados de julio– que se habla de “los cien días de Ruanda” (1) a propósito del genocidio de los tutsis. Esto quiere decir que si, en Maputo, Abiyán o Abuja, las autoridades pudieron ser tomadas por sorpresa en un principio, tuvieron más de tres meses para resarcirse. No lo hicieron. En junio de 1994, el mes más mortífero, la Organización para la Unidad Africana (OUA) celebró, como si nada pasara, su cumbre anual en Túnez, sin siquiera juzgar necesario incluir en su orden del día la situación del país de las “mil colinas”. El Gobierno Interino Ruandés (GIR), que no estaba lejos en aquel tiempo de haber asesinado a un millón de tutsis, participó tranquilamente en nombre del Estado genocida…

Es cierto que el fin del apartheid acababa de oficializarse después de una larga lucha en la que la OUA había jugado un papel fundamental. La Organización se proponía entonces celebrar esta victoria a través de Nelson Mandela, presente en Túnez. Pero fue él, primer presidente de Sudáfrica electo democráticamente, quien salvó el honor del continente interviniendo, deliberadamente fuera de lugar, de manera estrepitosa: “Lo que está pasando en Ruanda es una vergüenza para todos nosotros. Tenemos que demostar con actos concretos nuestra voluntad de ponerle fin”. El historiador Gérard Prunier, quien relata el episodio (2), refiere el impacto que esta declaración provocó en París, donde François Mitterrand, desde siempre impregnado del “espíritu de Fachoda” (3), razonó más o menos de la siguiente manera: “Con o sin Mandela, ¡no dejaremos a los anglosajones meter sus narices en nuestros asuntos!”.

Prunier, por ese entonces miembro de la Secretaría Internacional del Partido Socialista, se encontraba en primera fila –e incluso prodigaba consejos– cuando se desató la catástrofe de la operación “Turquesa”, de triste memoria. Entendió muy bien que se trataba sobre todo de adelantarse a las eventuales tropas sudafricanas... Deseoso de dar una apariencia de fuerza multilateral a su expedición militar y humanitaria, París sin embargo no pudo, esta vez, hacer entrar en el juego al ejército de sus bien llamados “pays du champ” (Argelia, Malí, Mauritania y Niger, países miembros del Comité de Estado Mayor Operacional Conjunto). Incluso Senegal, amigo dócil y dueño del récord africano de operaciones exteriores de la ONU, se contentó con el servicio mínimo: un pequeño grupo de treinta de hombres, asignados de hecho a las tareas de administración...

Por su parte, la OUA intentaría más tarde enmendar de manera honorable la (...)

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Boubacar Boris Diop

Escritor.

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