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Artes

Un tráfico de expertos

En el podio de los tráficos internacionales, el comercio ilegal de obras de arte figura en el tercer lugar, después de las drogas y las armas. Se mantiene próspero a pesar de la creación de unidades de investigación especializadas. En Italia, combina las prácticas de estafadores profesionales y el blanqueo de obras por parte de expertos.

De la restitución de las obras robadas a los países otrora colonizados a los saqueos recientes en zonas presas de la inestabilidad, los desafíos, esencialmente políticos y simbólicos, del tráfico de arte, son conocidos. Pero este negocio clandestino ha sabido operar también desde hace siglos sin derramamientos de sangre, aprovechando los resquicios de la legalidad, haciendo jugar la ley de la oferta y la demanda, por sumas considerables: “El comercio ilícito de bienes culturales ocupa el tercer lugar en la lista de actividades criminales internacionales, después del tráfico de estupefacientes y de armas”, precisa El Correo de la UNESCO del 9 de octubre de 2020. El caso del saqueo del patrimonio de Italia, rico en vestigios etruscos, griegos y romanos, con destino principalmente a Estados Unidos y sus 5.000 museos, durante unos sesenta años, subraya la importancia financiera de este “comercio”, su rol en la búsqueda de prestigio y las dificultades que enfrentan los representantes de la ley.

“En nuestro país, es preferible robar una obra de arte que un jean”, nos decía el fiscal Paolo Giorgio Ferri un poco antes de su muerte, en junio de 2020. Aunque una unidad de carabineros especializada en este tipo de tráfico vio la luz en 1969, recién en 1995 se formó un pool de magistrados sobre el tema. Ferri lo integraba desde sus inicios. En el automóvil de un capitán de la Guardia di Finanza (la policía aduanera y financiera) muerto en un accidente en una autopista en 1994, los carabineros descubrieron fotografías de objetos de arte y, en su departamento, un documento escrito de su puño y letra: el organigrama de una red de tráfico internacional.

Aumenta la oferta
A la cabeza, el estadounidense Robert “Bob” Hecht. Un nombre ya conocido por los carabineros. En 1972 había vendido la crátera (vaso) del pintor antiguo Eufronio al Museo Metropolitano de Nueva York (MET) por un millón de dólares. Cuando se enteraron del monto de la transacción, los tombaroli –los “saqueadores de tumbas”, los que hacen el trabajo al menudeo del tráfico de objetos arqueológicos, en tierra o en mar– estimaron que los estafados habían sido ellos. Hecht decía haber adquirido el vaso a un coleccionista armenio que lo habría conservado en Suiza. En 1973, uno de los seis hombres que habían desenterrado el vaso develaba a The New York Times la fecha (1971) y el lugar de la excavación: las necrópolis etruscas de Cerveteri, en el norte de Roma (1).

El esquema indicaba a Giacomo Medici como lugarteniente de Hecht. Vivía muy cerca de Cerveteri. Se lo consideró sospechoso del robo de 20.000 piezas. “Cuando se creó el pool en 1995, ya estaba investigando a Medici y sus relaciones con la casa de subastas Sotheby’s”, precisaba Ferri, que había encontrado un aliado circunstancial en el periodista británico Peter Watson. La investigación de Watson sobre Sotheby’s (2) suscitó una auditoría interna en la célebre casa de subastas, cuyos abogados viajaron a Roma para mostrar sus catálogos a Ferri. Los vendedores que trabajaban para Medici figuraban en ellos de forma recurrente: “Las subastas le dan pedigree a obras que no lo tienen –explicaba Ferri–. Permiten inflar los precios gracias a compradores que en verdad son prestanombres. Estos hacen escalar las ofertas para un mismo patrón, que decide in fine el valor del objeto. Medici revendía luego los objetos a los museos con el argumento: “Los compré a tanto en Sotheby’s, denme un poco más…”.

Sin control aduanero
Las informaciones brindadas por Sotheby’s se sumaron a los descubrimientos realizados en 1995 en el puerto franco de Ginebra, una zona de almacenamiento no sometida al servicio de las aduanas. En un (...)

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