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A un año de las elecciones presidenciales

En Brasil, la estrategia de la tensión

Todo indica que Jair Bolsonaro será expulsado del poder por las urnas al finalizar su mandato en 2022. Él, que prometía acabar con la corrupción, se ve cada vez más envuelto en escándalos, y sus locuras irritan al sector privado. El ex capitán analiza entonces otros caminos, menos democráticos, para mantenerse en el poder. Con el peligro de verse desbordado por una base radicalizada.

Sumido en una pandemia que ha tomado el aspecto de una pesadilla, Brasil parece vivir la agonía de más reciente período democrático. Desde hace varios meses, una coalición de fuerzas lideradas por el presidente Jair Bolsonaro, electo en 2018, arremete contra el Parlamento y el sistema judicial. Un trabajo de zapa de las instituciones brasileñas en el que cada éxito estimula a los partidarios del jefe de Estado, que diferentes estudios estiman en alrededor del 12% de la población (1), es decir, casi 25 millones de personas. ¿Cómo ha llegado la mayor democracia de América Latina a este punto?

A mediados de la década de 2010, la perspectiva de que el Partido de los Trabajadores (PT, izquierda) se mantuviera en el poder tras cuatro victorias presidenciales consecutivas (de 2002 a 2014), convenció a las elites de destrozar la Constitución de 1988. Con el apoyo de Estados Unidos, optaron por la vía de un golpe de Estado parlamentario y la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, en 2016, bajo el pretexto de una corrupción que jamás se produjo. “Las políticas sociales no se enmarcan en el presupuesto federal”, justificaba entonces su mentor, Antônio Delfim Netto (2), uno de los ministros de Economía de la dictadura (1964-1984). Desde el punto de vista de los golpistas, no existía diferencia alguna entre recurrir a los recursos del Estado para enriquecerse y poner en marcha programas sociales destinados a sacar a la población de la pobreza (3).

“Vamos a deshacernos de estos canallas y liberarnos de ellos por lo menos durante treinta años”, había declarado en 2006 el senador del Partido del Frente Liberal (PFL, transformado en Demócratas en 2007) Jorge Bornhausen, sugiriendo que la idea de un golpe de Estado seducía ya a algunos. Diez años después, el proyecto se hizo realidad, respaldado por una alianza del sector privado, diferentes formaciones conservadoras, militares, iglesias evangélicas y medios de comunicación privados (controlados por cinco de las familias más ricas del país). Washington también aportó su colaboración, a través de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) que, se sabe ya, inspiró la gran operación “anticorrupción” conocida como Lava Jato, destinada a desacreditar el PT y luego impedir la candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva para las elecciones presidenciales de 2020, que estaba a punto de ganar (4).

Unión circunstancial
Tan pronto como Rousseff fue destituida, los nuevos dueños del país orquestaron el cambio que habían estado esperando desde hace tanto tiempo. Se apoyaron en “El puente hacia el futuro” (5), un programa estratégico publicado en 2015 por el partido del nuevo presidente Michel Temer, que detallaba el conjunto de medidas a tomar para “modernizar” Brasil e impulsar la rentabilidad de las empresas: reforma del código laboral, revisión del sistema de jubilación, privatizaciones, supresión de derechos sociales, etc. A los neoliberales se les pueden reprochar muchas cosas, excepto su falta de ambición. En diciembre de 2016, Temer hizo aprobar la Enmienda Constitucional 95, que limitó el aumento del gasto social al nivel de la inflación del año anterior: la medida condenó al país a un retroceso programado de la protección social a medida que la población crece.

El pueblo opuso resistencia y las perspectivas de la derecha tradicional se ensombrecían a medida que se acercaban las elecciones presidenciales de 2018. Inspirada en su pasado colonial y guiada por una moral conservadora, ésta redescubrió sus viejos reflejos autoritarios y se apoyó en un antiguo capitán, expulsado del ejército por “complot” y “terrorismo”... Las redes evangélicas, poderosas en Brasil (6), bendijeron esta unión circunstancial, posibilitada por la promesa del nombramiento de Paulo Guedes, militante monetarista, en el Ministerio de Economía. Desde su llegada al cargo, ha seguido escrupulosamente el programa del “Puente hacia el futuro”; no sin cierto éxito para el sector privado: las cifras del segundo trimestre de 2021 indican que las ganancias de diez de las mayores empresas que cotizan en la Bolsa brasileña se multiplicaron por diez en un año (7).

Una reciente declaración del coronel Marcelo Pimentel sugiere otro análisis –no necesariamente incompatible– del (...)

Artículo completo: 2 348 palabras.

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Silvio Caccia Bava

Director de la edición brasileña de Le Monde diplomatique.

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