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La OMS estima que 5,4 millones de personas son mordidas cada año

Las serpientes aún matan

De los arrozales del Kerala a las llanuras semiáridas de Rajastán, las serpientes pueblan la tierra y el imaginario de los campesinos indios. Los cultos hinduistas y budistas rebosan de nāgas, genios, mitad hombre, mitad serpiente, guardianes del sol. “Son fuente de peligro y también de fecundidad –describe el especialista en India Michel Angot–. En el Pañchatantra, una recopilación de fábulas [que data del año 300 a.C.], un hombre percibe una cobra en el fondo de un pozo y se asusta –relata el investigador–. Pero la serpiente le dice: ‘sabes bien que nosotros sólo mordemos ante una orden’”. El animal aparece como el brazo armado del destino.

Priyanka Kadam se enfrenta a estos mitos perennes. “Muchos indios atribuyen las mordeduras de serpientes a una maldición –constata la fundadora de la Snakebite Healing and Education Society, una asociación con sede en Bombay, en el sudoeste de la India–. Cuando son atacados, su reflejo es recurrir a los curanderos”. Esta trabajadora social recorre el subcontinente para informar a las poblaciones: “Como en una crisis cardíaca, las mordeduras tienen que ser tratadas en un hospital”, repite una y otra vez.

Cada año, a escala planetaria, alrededor de 5,4 millones de personas son mordidas por serpientes y entre 81.000 y 138.000 de ellas mueren debido a estos ataques, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) (1). Las víctimas que sobreviven con graves secuelas, como amputaciones o discapacidades permanentes, son tres veces más numerosas. En India, estas mordeduras causaron en promedio 58.000 muertes por año entre 2000 y 2019 (2).

En un punto ciego
En los campos, las serpientes merodean cerca de las casas atraídas por la presencia de roedores. El país tendría unas cincuenta especies de reptiles capaces de matar si se sienten amenazados. Kadam recoge historias escalofriantes de dramas que también son los de la extrema pobreza, como la de un hombre de treinta años y su hija de seis atacados por un búngaro, una tarde de monzones de 2018. Siete miembros de la familia dormían al sol, sin mosquitero, en una casilla de paja sin electricidad. El padre y la hija murieron en el hospital apenas dos horas después.

El veneno de los búngaros y las cobras paraliza el sistema respiratorio. El de las víboras provoca coágulos, edemas y necrosis. Sin la inyección de un suero, las mordeduras pueden ser mortales. “Las primeras horas son decisivas, pero muchos lugareños esperan a que las víctimas alcancen un estado crítico para actuar. Más de la mitad mueren en camino o llegando al hospital”, insiste Kadam. Porque a menudo hace falta llegar a la capital del distrito, donde se encuentra el establecimiento de salud, y recorrer para ello “entre 5 y 40 kilómetros”. Todo un desafío para las poblaciones pobres.

Los hospitales gubernamentales, que tienen una triste fama por los escasos medios disponibles, entregan gratuitamente antídotos… cuando los tienen. “Los estados los distribuyen sin tener siempre en cuenta las necesidades de cada región y el nivel de stocks”, se lamenta Kadam. “No existe ningún sistema de información que haga un inventario y organice el reaprovisionamiento de los establecimientos”. Por otra parte, no siempre es suficiente con una inyección. “Al cabo de una hora, si no hay ningún signo de eliminación del veneno, el médico debe administrar una nueva dosis –precisa Jean-Philippe Chippaux, director de investigación en el Instituto de Investigación para el Desarrollo (IRD)–. Luego hay que prestar atención a las reacciones del organismo por medio de un tratamiento terapéutico.” Este seguimiento muchas veces no se hace por falta de personal formado y material adecuado.

Las mordeduras de serpientes quedaron durante mucho tiempo en el punto ciego de las políticas de salud pública. Las intoxicaciones por veneno (envenenamientos) “ocurren en los países pobres y, en un 95% de los casos, en poblaciones rurales. Y no es ahí donde se toman las grandes decisiones farmacéuticas y terapéuticas”, observa Jean-Philippe Chippaux. Hubo que esperar hasta el año 2017 para que, por la presión de organizaciones no gubernamentales como Médicos sin Fronteras (MSF), o Health Action International, la OMS las inscribiera en la lista de “enfermedades tropicales desatendidas”. En 2019, la OMS se fijó como objetivo reducir a la mitad la cantidad de víctimas para el año 2030. Reclama un aumento del 25% en la producción de sueros, cuyo número se redujo como piel de zapa.

Las multinacionales del sector farmacéutico, las “Big Pharma” como se las denomina, no se interesan por los medicamentos menos rentables –es decir los más antiguos, que ya no pueden ser objetos de monopolio, o los más caros de elaborar y que además son para un mercado constituido esencialmente por países pobres. Los sueros antiofídicos cumplen ambas condiciones. La empresa francesa Sanofi puso fin en 2010 a la producción del (...)

Artículo completo: 2 490 palabras.

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lexia Eychenne y Rozenn Le Saint

Periodistas. Este artículo fue escrito en el marco de un proyecto financiado por el Centro Europeo de Periodismo (EJC) a través de su programa de becas dedicado a la salud mundial, Global Health Journalism Grant Programme for France.

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