Fue ampliamente ignorada durante gran parte de su vida y modestamente reconocida durante la última cuarta parte de su existencia. Hoy, treinta y siete años después de su muerte, Alice Neel es objeto de una consagración “oficial”. No queda más que alegrarse, ya que sus pinturas conocerán así un publico más amplio. También podemos asombrarnos: ¿qué fue lo que permitió su éxito fulgurante tras años de indiferencia?
Nacida en Pensilvania en la clase media, Alice Neel (1900-1984) se graduó en 1925 en la Philadelphia School of Design for Women, una escuela de arte para mujeres de Filadelfia. Un matrimonio fallido, un hijo fallecido, una grave depresión, amantes, dos hijos que crió sola, luego treinta años de dificultades en Nueva York –en Greenwich Village y luego en Spanish Harlem–. No tenía plata, ni interés por su trabajo. Durante la Gran Depresión, accedió a los programas de encargos públicos implementados por el New Deal entre 1933 y 1943 –el Public Works of Art Project y la Work Projects Administration alcanzarán en esta época a unos 10.000 artistas–. Militó en las filas comunistas por la igualdad de derechos, para todos, afro-estadounidenses, mujeres... y colaboró, a partir de 1946, en varias oportunidades, con la revista mensual comunista Masses and Mainstream. En 1955, en pleno macartismo, fue interrogada por el Federal Bureau of Investigation (FBI), que la vigilaba desde hacía un tiempo y en su informe la definía como “bohemia romántica de tipo comunista”. Incluso antes de unirse al Communist Party USA (CPUSA) en 1953, Neel había efectivamente hecho la elección política del comunismo.
La comedia humana
A principios de la Guerra Fría, triunfaba el expresionismo abstracto –exportado en Europa gracias al apoyo, a menudo oculto, de la CIA a diversos círculos y fundaciones–, cuyas figuras más conocidas fueron Jackson Pollock y Mark Rothko. En 1994, Peggy Guggenheim, coleccionista y durante mucho tiempo influyente galerista, declaraba que en un mundo en lucha contra el fascismo, el simple hecho de pintar de manera moderna (es decir abstracta) constituía un acto político. Derrotada la Alemania nazi, esta consigna que hizo de una forma de arte un arma al servicio del mundo libre y de la democracia, encontró un nuevo objetivo: la guerra fría cultural será extraordinariamente eficaz. Neel, por su parte, se abocó a pintar “la comedia humana”, citando a Balzac a quien admiraba.
Lienzo tras lienzo, trabaja pintando a sus semejantes, aquellos que la rodean, en toda su complejidad, su diversidad, su vitalidad, sus tragedias. Busca traducir al individuo entero que posa para ella, tanto su personalidad como su ser social: “Cuando un retrato es logrado, refleja la cultura, el tiempo y muchas otras cosas”. Como lo destacaban sus allegados, ella ama al pobre tipo en el héroe y al héroe en el pobre tipo... Es, retomando la expresión de Charles Baudelaire, una “pintora de la vida moderna”. Como lo fueron Édouard Manet, Paul Cézanne –otro héroe de Neel–, Vincent Van Gogh o los grandes expresionistas Oskar Kokoschka, Georges Grosz, Otto Dix. Su realismo es una elección que procede de lo que ve, una expresión pictórica violenta, categórica, de la realidad, que se trate de sus modelos o de las calles de Nueva York: la recreación, a través de la pintura, del mundo visible y no su simple representación, o incluso su idealización. (…)
Texto completo en la edición impresa del mes de diciembre 2021
en venta en quioscos y en versión digital
E-mail: edicion.chile@lemondediplomatique.cl
Adquiera los periódicos y libros digitales en:
www.editorialauncreemos.cl