Sobre el resultado electoral del 21 de noviembre propongo los siguientes 10 puntos que buscan perfilar el Chile que hay que convocar en la segunda vuelta electoral:
1. Chile sin duda quiere un cambio. Pero es un error identificar ese cambio específico con lo que propone la izquierda. No es un cambio unívoco. Para los seguidores de José Antonio Kast el “cambio” es la mano dura que impone un orden, sin las consideraciones políticas y los “complejos de culpa” que le achacan al gobierno de Sebastián Piñera. Para el votante de Franco Parisi el cambio podría dibujarse como el fin de lo que experimentan como abusos de las élites de todo tipo, no sólo económicas, sino también políticas sociales y culturales. Es la reivindicación de la “gente común” que no participa de la esfera pública o las corrientes de opinión vanguardistas, y que no se siente representada por quienes participan de ellas en cualquiera de sus dimensiones. Se podría decir que la agenda del cambio, luego de dos años de tanta incertidumbre y alteración de todas las dimensiones de la cotidianidad, puede interpretarse también como un tiempo de tranquilidad y estabilidad. En la candidatura de Apruebo Dignidad y en la dinámica de la Convención Constituyente ha primado naturalmente la pulsión hacia la transformación. Pero esa agenda deberá ponderar la forma de plantear cambios simultáneos en todos los frentes de la realidad, sin gradualidad y proporcionalidad, y avanzando más rápido que lo que puede entender y asimilar una sociedad compleja.
2. Chile es un país fragmentado por muchas variables. La desigualdad económica es sólo una de ellas. Es necesario ponderar la asimetría entre la capital y regiones, entre los defensores de su identidad territorial, religiosa o cultural, y los innovadores sociales que plantean cambios relevantes. Existe una distancia cada vez mayor entre quienes disfrutan o valoran las modernizaciones capitalistas y buscan mantenerse o ingresar en sus beneficios, y un campo social que advierte críticamente sus riesgos, su insostenibilidad y aspiran a modificar el curso de sus procesos. En esta tensión chocan valores contradictorios: consumo versus sostenibilidad ambiental, acceso al crédito versus necesidad de desendeudamiento, seguridad y orden público en la vida cotidiana versus respeto a los derechos humanos sin abusos policiales, apertura al mundo versus desconfianza ante los migrantes, participación política activa versus descrédito y apatía ante la institucionalidad que permite esa participación. 3. Chile transita en un estado de tensión entre un discurso voluntarista que desea transformaciones profundas y rápidas, y la preocupación por otras personas que viven ese discurso como una incertidumbre que no pueden asumir. Este choque de percepciones exige empatizar con este segundo campo de personas que vive el eslogan de un “Nuevo Chile” como amenaza más que como esperanza. Además, requiere un reconocimiento de sus demandas cotidianas inmediatas, que surgen desde un sentido común naturalizado. 4. Chile enfrenta una segunda vuelta electoral ante el riesgo de triunfo de un candidato que reúne todas las características propias de la nueva ultraderecha (…)
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