Comparar las estadísticas de países vecinos suele ser un incordio: los métodos de cálculo difieren, los supuestos teóricos varían... Menos en América Latina, donde la misma institución, vinculada con las Naciones Unidas, compila cifras comparables. Desde 1948, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) formula recomendaciones que reflejan una corriente de pensamiento que ha fluctuado ampliamente.
Como la mayoría de las instituciones internacionales establecidas en Chile, la sede de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL) se encuentra en la avenida Dag Hammarskjöld, en el corazón del barrio acomodado de Vitacura, en Santiago. Su arquitectura atípica la distingue de los otros edificios. Situado majestuosamente al final de la calle, el edificio aparece desde afuera como un inmenso recinto de hormigón rectangular del que sobresale una imponente espiral. Apodado “el caracol” por los “cepalinos”, los quinientos veinte funcionarios de la CEPAL, alberga la sala de conferencias de la institución. “No quería hacer un monumento a la burocracia. [...] La política debía ser el corazón [de la sede] y [la sala de conferencias] debía, por tanto, elevarse por encima de la administración”, explica Emile Duhart, el arquitecto modernista que la diseñó, discípulo de Le Corbusier (1). En su centro, la pesada estructura revela un inmenso patio donde se entreveran las oficinas de las doce divisiones de la Comisión, con pasarelas aéreas que atraviesan los jardines que recuperan la diversidad de la flora regional. Las elecciones arquitectónicas de la CEPAL reflejan la ambición que tenía para la institución el hombre que aprobó los planos del edificio en 1960: su segundo secretario ejecutivo, el economista y diplomático argentino Raúl Prebisch (1950-1963).
La CEPAL se creó en 1948, tras la Segunda Guerra Mundial, para “contribuir al desarrollo económico de América Latina”, según reza hoy su sitio Internet. En primer lugar, recopilando y unificando las series estadísticas que permiten forjar una imagen de las economías de la región lo más precisa y fiable posible, con la publicación del primer Estudio Económico de América Latina, en 1948; pero también formulando propuestas y recomendaciones. En este segundo punto, Prebisch estaba convencido de que la región no podía limitarse a reciclar teorías económicas “importadas del Norte”, “inadecuadas a la realidad latinoamericana”; la CEPAL debe pensar en “un modelo de desarrollo autóctono” para la región. Así, la institución de la ONU escapó al destino “burocrático insignificante” que temía Prebisch (2), para convertirse en un prolífico centro de pensamiento, donde nacieron algunas de las ideas más influyentes y, a veces, progresistas de la historia del desarrollo.
A priori, nada predestinaba a Prebisch para esta misión. Formado en economía neoclásica en la Universidad de Buenos Aires, trabajó durante un tiempo para el lobby de los terratenientes y ocupó varios cargos en la administración de las dictaduras de “la década infame” (1930-1943). “En Argentina, se lo consideraba un símbolo de la vieja oligarquía”, escribe Edgar Dosman, autor de una biografía sobre el hombre que califica de “conservador ilustrado” (3).
El precio del poder
Paradójicamente, su experiencia dentro de estas administraciones, particularmente durante la gestión de la crisis de 1929, lo aleja de las tesis neoclásicas. La crisis tiene un impacto brutal en los países de la región: los precios de las materias primas exportadas por América Latina caen más bruscamente que los de los productos manufacturados, lo cual reduce a la mitad la capacidad de importación de las economías latinoamericanas. En Argentina, las medidas de estímulo ortodoxas dirigidas por Prebisch resultan ineficaces. “Creía que todos los problemas ligados al desarrollo podían resolverse mediante el libre juego de las fuerzas de la economía internacional. [...] Pero cuando llegó la gran depresión mundial, todos esos años de angustia me permitieron deconstruir poco a poco todo lo que me habían enseñado y tirarlo por la borda” (4), asegura en un texto publicado en 1963.
En 1933, la conferencia convocada por la Sociedad de las Naciones en Londres con el objetivo de organizar la reactivación del comercio internacional no mejora la situación de los países en vías de desarrollo. “La Sociedad de las Naciones [tenía una] concepción anglosajona de los problemas económicos del mundo, con un interés muy marginal y episódico por los países periféricos” (5), lamenta Prebisch, que asistió como representante de Argentina. El Reino Unido, principal socio comercial de Argentina, multiplica sus medidas proteccionistas y se repliega en sus colonias. Para convencer a Londres de seguir importando carne argentina, Prebisch decide firmar un acuerdo bilateral, el Tratado Roca-Runciman, en el que se compromete a bajar el precio de las exportaciones bovinas por debajo del de los otros proveedores mundiales. De aquello que vivirá como una humillación, Prebisch extrae una valiosa lección: “La verdadera moneda del comercio internacional es el poder” (6).
La aventura del economista en la administración argentina tiene un final abrupto en 1943, cuando un grupo de oficiales, entre ellos el coronel Juan Domingo Perón, derroca la dictadura de Ramón Castillo. El economista es entonces despedido de la dirección del Banco Central, que él mismo había fundado en 1935. Prebisch jamás le perdonará esta afrenta a Perón, a quien se opone hasta el punto de apoyar el golpe de Estado que lo derroca en 1945. Para escapar a la depresión, el economista se refugia en la investigación, en los escritos de John Maynard Keynes, y en los viajes por América Latina, donde asesora a los nuevos bancos centrales.
Cuando, en 1949, la joven CEPAL le propone redactar el primer informe de la Comisión sobre “los principales problemas de América Latina”, Prebisch aprovecha la oportunidad para poner por escrito algunas de sus ideas. Formula, entonces, la teoría que lo hace famoso: la tesis Prebisch-Singer, llamada así por el economista alemán Hans Singer que formula ideas similares en la misma época. Sugiere que el comercio internacional se organiza en torno a un intercambio desigual entre una “periferia” –los países especializados en la producción de materias primas y productos agrícolas– y un “centro”, que exporta bienes manufacturados. Basándose en datos empíricos, Prebisch constata que, a largo plazo, los precios de las materias primas caen en relación con los precios de los bienes manufacturados. Este “deterioro de los términos de intercambio” obliga a la periferia a exportar más para mantener la misma cantidad de bienes importados, lo que dificulta su desarrollo (7).
Un público “electrizado”
Cuando Prebisch presenta el informe en La Habana, invita a los representantes de los Estados latinoamericanos a sacar a sus países de su “estructura periférica”, mediante el desarrollo de estrategias de industrialización dirigidas por el Estado para sustituir las importaciones de los países del centro por una producción doméstica –una dinámica que ya estaba en marcha en algunos países de la región tras el cese del comercio durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial–. Según Dosman, el público sale “electrizado” de la conferencia. Y con razón: “cuestionaba la vieja doctrina de la ventaja comparativa. La idea según la cual los países agrícolas de América Latina podrían prosperar en el futuro permaneciendo como productores de materia prima fue desafiada”, explica. Al reconocer que los países subdesarrollados tienen estructuras productivas diferentes de las de los países desarrollados, “Prebisch desencadenó un nuevo enfoque para el desarrollo internacional”, dice Dosman, conocido como “estructuralismo”. Pero la repercusión de su informe va mucho más allá de los debates económicos: propicia un sentimiento regionalista en América Latina. A través de Prebisch, la economía se une a la política. “Permitió a los economistas latinoamericanos comprender que la región era más que una zona geográfica y que sus diferentes países compartían los mismos problemas”, afirma Enrique Iglesias, uno de sus (…)
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