El trabajo de la Convención Constitucional avanza y la “hoja en blanco” ya tiene sus primeros párrafos. En pocas semanas los avances han sido sustantivos, ha dibujado un nuevo Chile descentralizado, que distribuye poder a las regiones, otorga autonomía a los territorios, reduce las desigualdades ante la justicia, reconoce la diversidad de los pueblos que habitan el país y tiñe de feminismo la futura institucionalidad, mientras va dejando atrás aquellas normas que procuran rescatar los principios en los que por décadas se ha sustentado la Constitución autoritaria, excluyente y concentradora que rige hasta estos días. Los pronósticos extremistas no se han cumplido. Chile no se ha derrumbado, los inversionistas no han huido, no ha llegado el caos, ni aquello que está naciendo se parece al temido “comunismo castro-chavista” que pregonan los sectores conservadores.
Derechistas y “amarillos” se unen para demandar “no ser excluidos”, desde la propia Convención –donde no consiguieron construir los votos para tener un tercio de obstrucción- y desde los medios, gestan nuevas alianzas conservadoras, inoculan el miedo y no vacilan en poner a circular mentiras, información manipulada e inexistentes iniciativas que jamás han estado entre las ideas transformadoras.
Al contrario, desde la Convención Constitucional –resultado de la movilización masiva y democrática de millones de personas en rebelión contra los abusos y las desigualdades- está emergiendo un Chile que expande la democracia, la profundiza, eleva su calidad y le da mayor densidad. Se atisba una democracia con mayor participación de sus habitantes y sus territorios, de mayor control ciudadano sobre las instituciones, con mejores herramientas para luchar contra la corrupción y el crimen organizado, que apuntan a relegitimar a las autoridades, a generar más confianza, a disipar los temores, mejorar la calidad de vida y con mayor justicia social. Un proceso constituyente que estará acompañado en su fase final por un (…)
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