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Chile: “Nunca más sin nosotras”

La imaginación política feminista al poder

¿Quién lo hubiera dicho? en tan poco tiempo, no tan solo el feminismo creció y se diseminó en la conciencia crítica nacional con fuerza avasalladora, desde 2006 hasta ahora, logrando movilizar, como nunca antes, a millones de personas para el 8 de marzo o en el seno de la Revuelta de 2019 y 2020 o la redacción de una Constitución de forma paritaria, sino que ahora, también, logró llegar al poder, a través del triunfo de la candidatura del Presidente Electo, Gabriel Boric, quien no sólo se declara feminista, al igual que su partido Convergencia Social y su coalición Apruebo Dignidad, sino que se comprometió a hacer del feminismo parte fundamental de su gobierno.

Ahora el gran desafío es ocupar los espacios con fuerza transformadora, evitando los riesgos de una institucionalización domesticadora, superando las tensiones que esto seguramente generará entre gobierno y movimiento feminista, y principalmente enfrentando las ambigüedades que, por cierto, dentro del propio gobierno podría significar el intentar definir para la acción pública qué es hacer política desde el feminismo. Un desafío nada insignificante.

Lo político en el feminismo
Cuarenta y ocho horas habían pasado del triunfo de Gabriel Boric, y ya estaba Camila Vallejo asegurando en un programa de televisión que aspiraba a que el feminismo tuviera un lugar clave dentro del Comité Político en La Moneda.

“En un gobierno feminista el Ministerio de la Mujer no puede quedar como vagón de cola, como fue durante el gobierno de Sebastián Piñera. Por eso mismo creo que sería bonito, interesante que estuviera en el Comité Político. Yo creo que debería tener un rol político más relevante […] A mí me gustaría que estuviera en el Comité Político o que de alguna otra manera lograra mayor relevancia, y no me cabe duda de que Gabriel entiende perfectamente el desafío en el que estamos” (CNN, 21. 12. 2021)

Para muchas personas ajenas al mundo feminista, semejante afirmación puede ser resultar extraña. ¿Por qué incluir una ministra abocada a los temas “de mujeres y género” en un Comité Político? Aún son muchos los que consideran al feminismo como un asunto de mujeres o en el mejor de los casos “sectorial”. Sin embargo, los feminismos si bien se ocupan de la realidad de las mujeres, no se reduce a ellas ni a “asuntos de mujeres”. Hace tiempo que las diversas corrientes del feminismo han identificado la posición de subordinación y dominación de las mujeres en nuestras sociedades como una cuestión esencialmente de poder, un orden de cosas, que ha sido socialmente construido y culturalmente justificado y sustentado, durante siglos, manifestándose en todas las áreas de la vida social: la salud, la economía, la educación, el trabajo… La buena noticia es, que por ese mismo motivo, es también modificable.

La construcción histórica de ese poder que jerarquiza y construye el deber ser de los géneros, que se entrama con las etnias y la clase, y que produce y reproduce diversas formas de sometimiento, marginalidad y explotación de los cuerpos femeninos, pero también en otros cuerpos “feminizados”, es entonces una materia esencialmente política. Requiere transformar la forma de concebir y practicar el poder, en todos los planos de la vida social. La lucha por la educación, la anticoncepción, el aborto o la violencia machista nunca va a lograr una liberación plena de las mujeres por sí mismas. Son batallas necesarias y justas, pero todas parte de problemas generados en un mismo soporte cultural y político que se debe desmontar.

La Primera Dama y la paridad ministerial
Una de las discusiones que siguieron a la victoria de Gabriel Boric, nos permite precisamente apreciar esta necesidad de reconstruir nuestras concepciones del poder y la conciencia de ello que tienen algunas de las integrantes del nuevo gobierno. Inicialmente, los recién elegidos, denostaron la posición de “Primera Dama” como un cargo dependiente de un vínculo familiar y no surgido de la elección popular, que cumple funciones paternalistas y asistencialistas, fortaleciendo el modelo de mujer estereotipado del siglo pasado. Sin embargo, el 18 de enero, se anunció por el contrario que el puesto sería efectivamente asumido por Irina Karamanos, pareja del Presidente electo, con el objetivo de desmontarlo desde adentro.

“Hay que darle un giro diferente y más contemporáneo a este papel, despersonalizarlo. Y esto va a significar cambiar la relación con el poder” (Irina Karamanos, El País, 20.01.2022)

Las políticas de paridad implementadas por el presidente electo -que ya tenían un precedente en el primer gabinete de Michelle Bachelet y en la Convención Constitucional- representan, sin duda, un esfuerzo mucho más potente de nivelación de la distribución del poder entre hombres y mujeres que la política de cuotas usada, por ejemplo, en un par de elecciones del Congreso Nacional, que llevará en marzo a un 35,5% de mujeres a sus asientos. Sin embargo, para una efectiva redistribución del poder social no bastan las nominaciones a cargos -como tampoco el género en sí de los ministros- sino que se requiere una forma de ver y la decisión de encarar las cosas de modo diferente, que transformen la forma de producir y reproducir nuestra vida en comunidad. Es en este marco transformador, donde una participación de una ministra de la Mujer y Equidad de Género en el Comité Político, por ejemplo, podría hacer la diferencia, siempre y cuando ésta lograra incidir en los sustentos teóricos y en la práctica política que hace efectiva las distintas políticas públicas. Esto es, si logra hacer hegemónica la imaginación política feminista que pretende encarnar el nuevo gobierno.

La imaginación política feminista
Primero que nada, es importante recordar -como siempre- que los feminismos son diversos y que el nuevo gobierno no representa necesariamente una única voz hegemónica en el movimiento feminista nacional. No obstante, al llegar al poder y declararse feminista, la impronta que coloque con sus políticas públicas sin duda resultará determinante para el devenir del movimiento -en cómo éste será visto y comprendido por la ciudadanía más amplia-. Con esto en consideración, no debe dejarse pasar el hecho de que se ha desarrollado una suerte de imaginación política feminista, que ha construido en los hechos una concepción de militancia y organización, de liderazgo y de participación en la esfera pública distintiva y que ha impregnado a parte del equipo que hoy entra a La Moneda.

Ahora, ¿dónde encontramos estos enunciados? ¿qué modelos de construcción de una sociedad feminista se nos propone o compiten en la actualidad por concretar este anhelo? ¿o existe un modelo único? ¿qué tan profundas son las transformaciones propuestas? Numerosas preguntas vienen al foro al tratar de hacer más concreto esto que se imagina como un orden político deseable. Pero aun cuando hay muchas respuestas posibles, no deja de llamar la atención la presencia de ciertas tendencias que van haciendo explícitos en el discurso y en la práctica, reconocidos como parte de aquello que se imagina constituye una nueva forma de pensar el poder social.

De hecho, las personas y grupos que nos gobernarán desde marzo, saben -porque lo aprendieron sobre todo en el movimientos estudiantil y social de la última década y media (desde el movimiento de los Pingüinos en 2006)- que la forma de concebir la política por parte de las nuevas generaciones, parte de una forma de comprensión diferente a la de las generaciones precedentes de los equilibrios entre igualdad y diferencia, y que asume las temporalidades y ejercicios de liderazgo desde otros criterios éticos y de responsabilidad política, lo que supone una transformación de la cultura política nacional, caracterizada por todo lo contrario.

Es en este encuadramiento axiológico donde los colectivos feministas se han pensado y han aportado, asumiendo, en primer lugar, la política feminista como una forma de aversión al autoritarismo y al paternalismo, y particularmente a las formas de violencia social (física y psicológica) que se derivan de ello. Esto implica, no solo la explotación de las mujeres en términos sexuales y reproductivos y las diversas limitaciones a su goce de derechos o a su capacidad de agencia social, en la cama, en la casa y en la calle, sino también a la eliminación de todas las formas de explotación humana, que en el caso chileno alcanzan hoy su mayor expresión, por ejemplo, en las condiciones indecentes de trabajo y de estructuración en el sistema de bienestar social, que afecta a la mayoría de la población pero con mayor fuerza, sin duda, a las mujeres.

Por otro lado, hay una gran preocupación por la precariedad de la vida y un énfasis en la colaboración horizontal para la superación de esta fragilidad esencial de nuestra naturaleza. Por eso, existe una preocupación fundamental por el cuidado de sí y de los otros, para un Buen Vivir y por la creación colectiva de sistemas de bienestar y acción social sensibles a las comunidades, que exigen la participación, el diálogo, el uso respetuoso del territorio y de los seres no humanos que lo habitan.

De este modo, todo aquello que podría parecer “mera filosofía”, se traduce también en otras formas de praxis política, es decir, de organización no jerárquica, o con jerarquías rotativas o acompañadas permanentemente de mecanismos de participación en la toma de decisión y establecimiento de las prioridades, y en las formas de construcción e implementación de las políticas en las distintas escalas (y no de los sistemas de “simulacro de participación ciudadana y clientelas políticas” que se han visto en las últimas tres décadas). La redistribución del poder no supone solo tener voz, o que la tengan algunas en delegación por todas, sino que requiere de una participación efectiva a partir de mecanismos de organización y consulta en los distintos niveles de vinculación comunitaria y social, que además se percibe tecnológicamente posible y éticamente necesaria.

Ser y hacer un Gobierno Feminista
Si tomamos todo esto en cuenta, por ejemplo, el nuevo gobierno no debería solo “crear más trabajo para las mujeres”, como se lo ha propuesto, sino que escucharlas respecto de qué trabajos desean, buscar formas de promover su formación/capacitación e inserción laboral en las distintas áreas, facilitar su organización en colectivos de trabajadoras, convocarlas a buscar soluciones a los problemas por áreas productivas y por tipos de comunidades involucradas (migrantes, indígenas, campesinas o urbanas), diseñar políticas para el cuidado compartido (entre los padres) y colectivo (desde el Estado) de los hijos, reestructurar los horarios laborales en beneficio de las familias y la comunidades… Y, en general, establecer criterios de calidad laboral y mecanismos de fiscalización y exigencia efectiva de esos estándares, para evitar que se repita el ciclo en que hemos vivido las mujeres por décadas: contrato precario, sueldos bajos, brecha salarial, desprotección social, deterioro de la salud física y mental, falta de vida familiar y educación, cesantía, lagunas o deserción laboral, pobreza en la vejez.

Hacer política feminista, según lo que se comunica dentro de las organizaciones feministas predominantes en Chile, no es solo una cuestión de paridad, sino que una forma de sensibilidad y horizontalidad social, que desafía la forma de pensar y hacer predominantes hasta ahora en un país donde siempre el éxito macroeconómico se colocó por sobre la calidad de vida de su comunidad y territorio.

Si el gobierno electo será capaz de promover estos cambios en la pesada burocracia estatal y con el lastre de la aun vigente Constitución y el Parlamento poco favorable que le acompañará es difícil de predecir. Y más bien podemos pensar que será un gobierno de cuatro años de instalación de un soporte que debería profundizarse y perfeccionarse en períodos subsecuentes. Además, tenemos consciencia de que probablemente la relación gobierno – movimiento feminista no va a ser fácil. Existe una larga tradición en nuestro país de desdén del “institucionalismo feminista”, y una fuerte corriente de “autonomía feminista”.

Además, es evidente que el desarrollo del movimiento feminista chileno ha sido notable no solo porque se haya extendido la idea de que la violencia contra las mujeres en todas sus formas es inaceptable, sino porque ellas han hecho suya la convicción profunda de que hágase lo que se haga será, nunca más, sin nosotras.

*Magister en Género y Cultura. Historiadora Universidad de Chile.

Ximena Goecke

Magister en Género y Cultura. Historiadora Universidad de Chile.

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