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Reflexiones sobre el racismo

¿Migrante o ser humano?

Cuando el bien supone lo humano universal es porque el mal está del otro lado, es decir del lado de lo inhumano o de lo que no es ni será nunca humano. Así es como el bien advierte de la existencia de un “enemigo” construido en la deshumanización que lo coloca en el lugar de lo “salvaje”, o de lo “incivilizado”. Ese alguien deshumanizado está presente para ser perseguido o destruido en nombre del universalismo que supone que la sociedad debe ser homogénea. Así lo ha propuesto la lucha entre las “razas” dada en distintas partes del mundo, que ha emanado de las guerras para admitir la existencia de “razas” buenas y “razas degeneradas”. Gustave Le Bon (1917), uno de los principales representantes del racialismo evolucionista, insistía en separar a las “razas” debido a una superioridad que, enfrentada a una inferioridad, seguía la pista de las disposiciones naturales que dejaban ver a las concepciones darwinianas: competir para vivir, seleccionar para dominar el mundo y clasificar para jerarquizar.

En Chile, el racismo y la “raza” han adquirido una forma específica que podemos encontrar ya en la obra de Nicolás Palacios quien, siguiendo las posturas racialistas europeas, planteaba la homogeneidad, la superioridad y el carácter patriarcal de la “raza chilena” a la que buscó permanentemente asemejar a las naciones más poderosas de Europa. Si bien Palacios no fue el único que tenía estos propósitos, la “lucha de razas” lo influenció fuertemente al punto que consideraba que la “raza chilena” era una mezcla (pura) -de godos y de “araucanos”- que podía ser un verdadero motor del progreso. Palacios buscaba la superioridad y la perfección de las “razas” y ello implicaba seleccionar y dejar fuera a quienes podrían contaminarlas. (Palacios, 1987). La chilenidad que este médico proponía en su antropología era muy atractiva para los grupos fascistas de la época (Alvarado, 2005), pero sigue siéndolo para los de hoy, pues su xenofobia preñada de desprecio contra ciertos extranjeros de la época permanece en los discursos políticos de la extrema derecha sedienta de castigo contra los migrantes contemporáneos de la región.

El “mal”, la “invasión”, el “virus”, la “infiltración” o el “peligro” fueron algunos de los términos que Nicolás Palacios entregaba en su obra y que no han perdido actualidad pues los seguimos escuchando a lo largo del tiempo. La presentación que él hizo de la nación chilena como una “raza” única e imposible de compararse a ninguna otra, subsiste en el habitus nacional. Podemos entonces detenernos a pensar la fuerza de lo que significa ser chileno(a) cuando nuestra sociedad experimenta crisis económicas y políticas y precisa buscar culpables en hombres, en mujeres, como en niñas y niños provenientes de la migración. Este desvío político de los problemas que viven las sociedades promueve al racismo al asegurar gracias a la potencia de discursos de autoridades que son difundidos por medios de comunicación oficiales, que se trata de una verdad incuestionable.

Desde los años noventa, al momento en que Chile exhibía una economía triunfadora y con ella la posibilidad de dar trabajo, ingresaron al país comunidades de migrantes de la región que experimentaron procesos de racialización. A medida que se insertaban, los que recién llegaban sufrían el maltrato que condenaba su condición. La xenofobia y el racismo se dejaban ver en distintos hechos violentos como asesinatos, negligencias médicas, ataques, humillaciones o abandonos. Sin embargo, frente a estos hechos no se observaron respuestas críticas por parte de las instituciones aun cuando diversas organizaciones sociales alertaban sobre la necesidad de trabajar conjuntamente para proponer políticas que permitieran la inserción de quienes llegaban y buscar una regularización que impidiera delitos como la trata laboral, el tráfico y los distintos abusos que se producen cuando hay urgencia por sobrevivir. El tiempo fue pasando, los gobiernos se sucedieron y durante ese tiempo la migración hacia Chile fue administrada (...)

Artículo completo: 2 040 palabras.

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María Emilia Tijoux Merino

Profesora Titular en la Escuela de Sociología. Universidad de Chile.

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