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Reelección del presidente Emmanuel Macron en Francia

Macron, el triunfo del cinismo

El resultado de las próximas elecciones legislativas francesas, los días 12 y 19 de junio, definirá el mandato del presidente Emmanuel Macron y el perfil de su programa. El agotamiento del sistema político francés, así como su absoluta falta de representatividad, se suman al desencanto general, mientras crece el descontento social.

La reelección de Emmanuel Macron concluye un duelo que una mayoría aplastante de electores esperaba evitar. Anuncia un nuevo quinquenio sin ímpetu y sin esperanza. El presidente saliente fue reelecto por defecto, cuando una mayoría de los franceses estima que su balance es malo (56%), que desde hace cinco años la situación del país se degradó (69%), que su programa es peligroso (51%) y que sirve sobre todo los intereses de los privilegiados (72%) (1). Por lo tanto, es únicamente por rechazo a la extrema derecha que millones de electores de izquierda se han resignado a votar por un presidente contra el cual algunos ya están dispuestos a salir a la calle. Las ocasiones no les van a faltar: baja del poder adquisitivo, aumento de la edad de jubilación, inacción climática, aumento de las tasas de interés, dispositivos punitivos contra los desempleados...

Hace cinco años, el semanario británico The Economist, cerca del éxtasis, presentaba al presidente francés en portada. Se lo veía caminando sobre el agua vestido con un traje tan reluciente como su sonrisa fanfarrona. Para una burguesía mundial golpeada por el estupor y el pavor generados por el Brexit y la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca, la llegada a la escena internacional de Macron parecía una venganza. Esperaba que produjera un reflujo del “populismo” de la extrema derecha en Europa, a favor del liberalismo “progresista” y de la globalización. Ya no queda casi nada de esta ilusión. Junto con la crisis sanitaria y hospitalaria, las dificultades de abastecimiento energético y la guerra en Ucrania, los temas de la soberanía, del poder adquisitivo, de la reubicación de las actividades y de la planificación ecológica ocupan un lugar creciente en el debate público. A tal punto que el pasado 10 de abril, al final del fallido quinquenio de Macron, la izquierda rupturista consolidó su influencia, y la extrema derecha nacionalista, que la política del presidente saliente pretendía contener, progresó significativamente. Sus tres candidatos sumaron un total del 32,3% de los votos emitidos en la primera vuelta (2), un resultado superior al del jefe de Estado (27,8%). Dos semanas más tarde, en la segunda vuelta, Marine Le Pen juntó 2.600.000 votos más que en 2017, mientras que su rival victorioso obtuvo 2 millones de votos menos.

El ex ministro de Economía de François Hollande logró no obstante hacerse reelegir conservando el apoyo de su electorado socialista, a pesar de una política que no lo fue en absoluto. Remató su obra devorando al electorado de derecha gracias a decisiones fiscales y sociales alineadas con sus expectativas. Podríamos aplaudir este talento. Desde que, bajo la V República, el Presidente es elegido por sufragio universal directo, cada segunda vuelta de escrutinio incluía un candidato de derecha o un candidato de izquierda, y la mayoría de las veces ambos a la vez, uno contra el otro. El pasado 10 de abril, la derrota de los socialistas y de la derecha pulverizó este escenario al borrar a sus dos protagonistas habituales: la derecha y los socialistas sumaron en total el 6,5% de los votos. En 2012, sumaban el 55,81%...

El presidente francés se convirtió así en el elegido de la derecha “al mismo tiempo” que el de una izquierda burguesa que, desde François Mitterrand, el “giro del rigor” de 1983, el Tratado de Maastricht de 1992 y el Tratado Constitucional Europeo de 2005, se acostumbró (y conformó) a las políticas neoliberales. Más que admitir esta evidencia, Macron prefirió presentarse como el demiurgo de una “ideología” heteróclita cuya única utilidad discernible es que le permite actuar a su antojo. “El proyecto de extremo centro –pontificó la antevíspera de su reelección ante un puñado de periodistas afables– se basa en la “unión de varias familias políticas, de la socialdemocracia, pasando por la ecología, el centro, y una derecha en parte bonapartista y en parte orleanista y pro europea” (3).

Tales acoples entre socialdemocracia y derecha orleanista, ecología europea y derecha bonapartista, no tienen ni consistencia teórica ni espesor histórico. A nível sociológico, en cambio, definen el actual “bloque burgués”, el “partido del orden”, la “Francia de arriba”. La coalición de todos aquellos que se horrorizaron ante el movimiento de los chalecos amarillos, cuya feroz represión tranquilizó. Este mismo público ovacionó a Macron durante su gran mitín parisino del pasado 2 de abril, cuando pregonó lo que luego se convirtió en uno de sus clips de campaña: “A pesar de las crisis, hemos mantenido nuestras promesas. Para poner fin a ese mal francés que era el desempleo en masa, había que arremeter contra los viejos tabúes del sistema fiscal, el derecho del trabajo, el seguro de desempleo”. Su gobierno también “arremetió contra el tabú” de las ayudas a la vivienda y el del impuesto sobre la fortuna.

Derecha dispensable
Por lo tanto, no sorprende que en lugares tan acomodados y conservadores como Neuilly, el XVI distrito de París o Versalles, el resultado del presidente saliente se haya duplicado en cinco años, y que haya aplastado a la candidata de la derecha oficial Valérie Pécresse (4). Tras la represión del movimiento obrero de junio de 1848, seguida por la de la Comuna de París en 1871, los monarquistas también perdieron su utilidad política, una vez que los republicanos demostraron a la burguesía que ellos también podían mostrarse implacables con la plebe. En suma, con Macron en el poder, la (...)

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Serge Halimi

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