Bosnia-Herzegovina sigue suscitando relatos antagónicos. En primer lugar, los de los tres pueblos que la conforman y que se enfrentaron en los años 1990. Luego, los de las potencias regionales o mundiales que avanzan sus peones en el tablero de los Balcanes. Por último, los de los medios de comunicación que difunden un discurso de miedo, propicio al mantenimiento de los reflejos étnico-nacionalistas explotados por los partidos en el poder.
Responsable de una cooperativa agrícola especializada en el cultivo de papas en Janja, en República Srpska (RS), la República Serbia de Bosnia, Mujo Bogaljević vivió “todo lo peor de los años 1990: trabajo forzado, detención arbitraria, combates en el frente, exilio, expropiación...”. Bosniaco (musulmán), debió exiliarse durante la guerra en Tuzla, situada hoy en la Federación de Bosnia-Herzegovina. En el año 2000, su familia decidió volver a vivir en su casa, situada en esta segunda entidad del país, dominada por los serbios. No piensa irse y no cree en los ruidos de botas que evocan insistentemente los medios de comunicación occidentales: “Ya no tenemos los medios para hacer la guerra. Ninguna parte cuenta con la fuerza que tenia el ejército yugoslavo. Tal vez veamos a dos imbéciles dispararse, pero nuestros dirigentes acumularon demasiado capital para arriesgarse a dilapidarlo. El verdadero problema, es la emigración económica que destruya a toda la región. Pronto habremos perdido a toda una generación formada y en edad de trabajar”.
Más de un cuarto de siglo después del fin de los combates, en 1995, Bosnia-Herzegovina sufre muy pocas violencias. Las poblaciones bosniaca, serbia, croata o rom cohabitan a diario sin dificultades y permanecen intrincadas a pesar de la depuración étnica (ver mapa). Sin embargo, los espectros y los fantasmas del pasado siguen hipotecando el futuro, cada comunidad conserva su historia, cada bando da la impresión de perseguir sus objetivos de guerra. Para eludir el balance de su gestión ante la perspectiva de las elecciones del próximo mes de octubre, los dirigentes nacionalistas que comparten el poder aun hacen uso de la victimización de sus comunidades. Así, para salvarse, los serbios deberían rapatriar en la entidad territorial que controlan las competencias adquiridas por el gobierno central a lo largo de los años, manteniendo al mismo tiempo un sueño de independencia. Los croatas deberían garantizar su lugar en las instituciones por la vía de cuotas electorales, o incluso una nueva entidad a su medida. Por último, los bosniacos, que representan actualmente más de la mitad de la población, deberían forzar el destino del país construyendo un Estado unitario.
La disidencia de Srpska
La República Srpska bordea el Río Drina, que la separa de Serbia, así como el Río Sava de Croacia. Los puentes de la era yugoslava se convirtieron en fronteras fuertemente vigiladas ante las cuales los camiones forman largas filas de espera. Los pasajeros intercambian sus dinares serbios o sus euros croatas contra marcos convertibles, la moneda bosnia. Este entidad contaba con 1.228.000 habitantes en el último censo de 2013, es decir 344.000 menos que en 1991, en función de las municipalidades correspondientes antes del conflicto.
“La República Serbia de Bosnia quiere la paz, no la guerra. No tenemos ninguna razón para luchar, no lucharemos”, asegura Milorad Dodik, el personaje central de esta entidad, presidente de la Alianza de los Socialdemócratas Independientes (SNSD). El hombre en el centro del escándalo contesta largamente a nuestras preguntas, confortablemente sentado en un pomposo salón del gobierno, en Bania Luka, la capital de la RS (1). Detrás de él, imponentes, emergen una bandera serbia y un mapa topográfico de esta república recortada por los relieves y las líneas del frente en 1995. En toda la entidad como en las oficinas de Dodik –que sin embargo es uno de los tres elegidos a la presidencia colegiada alternante–, el visitante buscará en vano un estandarte, un símbolo del Estado de Bosnia-Herzegovina.
Desde hace varios meses, su voluntad explícita de dotar a la RS de competencias otorgadas en los últimos años al gobierno central (salud, justicia, fiscalidad, defensa) altera las cancillerías. “Observamos una ofensiva contra las instituciones estatales –se inquieta el embajador Johann Sattler, representante especial de la Unión Europea en Bosnia-Herzegovina y jefe de la delegación en Sarajevo–. Ya no se trata de hablar vagamente de una eventual secesión, sino de decisiones tomadas por el Parlamento de la RS”.
Sin embargo, en 1998, a su llegada al poder como Primer Ministro de la entidad serbia, Dodik era presentado como un “moderado”, ya que no había participado de la guerra. “Hay que aplicar los Acuerdos de paz de Dayton literalmente”, afirmaba en ese entonces (2). Hoy repite exactamente la misma frase, pero es una manera de rechazar las construcciones institucionales y legislativas impuestas por el alto representante internacional, devenido en la verdadera autoridad del país debido a la falta de consenso parlamentario; un “procónsul” para algunos. “Bosnia-Herzegovina esta constituida por dos entidades y tres pueblos –explica el jefe serbio–. Los altos representantes hicieron todo lo posible para abolir esto. Cuando uno se opone a esta voluntad centralizadora, queda como un agitador. El drama viene de Occidente, que busca fidelidad y no socios políticos.”
“El orden constitucional de Bosnia-Herzegovina no le permite a una entidad retirarse unilateralmente de sus instituciones –responde Sattler–. Si usted tiene un problema con el funcionamiento de una administración, debe discutirlo ante el Parlamento.” Una dificultad proviene del derecho de veto comunitario que lo paraliza y del que sólo puede liberarse el alto representante. “Los Acuerdos de Dayton no le otorgaban al Estado de Bosnia prerrogativas concernientes a la justicia, el establecimiento de tribunales y la nominación de los procuradores –insiste Dodik–. Fue el alto representante [Jeremy] ‘Paddy’ Ashdown quien lo hizo posible en virtud de los poderes que le fueron otorgados posteriormente, pero que no estaban previstos por Dayton”. Cuestionado respecto de su proyecto de recrear un ejército, Dodik remite nuevamente al texto de Dayton, precisando no obstante: “Por mi parte, estoy a favor de una Bosnia sin armas, para eliminar esta discusión en torno a estas prerrogativas. No sucedió, porque los musulmanes querían tener un ejército y tienen el apoyo de algunos países occidentales”. Cree que es posible una separación pacífica: “Pienso que Bosnia-Herzegovina se va a derrumbar por sí-misma, se tratará simplemente de tomar nota del hecho”.
Semejantes iniciativas provocan la ira contenida del nuevo alto representante, Christian Schmidt. Este ex ministro y diputado conservador de la Unión Social Cristiana de Baviera reemplazó al austríaco Valentin Inzko, que le dejó una “hermosa cáscara de banana” antes de retirarse, según la fórmula de un diplomático. En julio de 2021, Inzko impuso un texto que preveía sanciones penales para la impugnación de crímenes de “genocidio”, provocando enseguida un boicot de las instituciones estatales por parte de los partidos serbios. La utilización de este término sigue generando divisiones. Los bosniacos consideran que debería calificar al (…)
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