En un discurso pronunciado el 22 de febrero, en vísperas de la invasión a Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin expuso los motivos ideológicos que justificaban el desencadenamiento de la guerra. Para él, dicho país, con sus fronteras actuales, sería una entidad artificial creada por el poder bolchevique y a la que hoy “se la podría designar, con razón, como la Ucrania de Vladimir Ilich Lenin”.
Si al llegar al poder hace veinte años, Putin calificaba la dislocación de la URSS como “catástrofe geopolítica mayor”, actualmente estima que la verdadera tragedia fue la creación misma de la Unión Soviética: “Los errores estratégicos de los dirigentes bolcheviques provocaron el colapso de nuestro país unido”, declara, reprochando a Lenin que haya inscrito en la Constitución soviética la posibilidad, para cada República, de abandonar la Unión. De hecho, al hacer de la guerra en Ucrania una “verdadera ‘des-comunización’”, el presidente ruso quiere dar vuelta finalmente la página de la historia soviética para volver a los principios del imperio ruso prerrevolucionario. Este anticomunismo declarado, sin embargo, no le impidió al Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) –o más exactamente, a su dirección– apoyar sin reservas la “operación especial” en Ucrania. Porque dicho partido, el segundo en número de diputados en la Duma, vive desde hace algunos años una importante transformación de sus militantes y, sobre todo, de sus votantes, algunos de los cuales se encuentran hoy expuestos a la represión del movimiento antiguerra.
Aunque el preámbulo del programa del PCFR proclame una filiación directa con el partido bolchevique, su historia comienza realmente en 1993. Dos años antes, tras la desaparición de la URSS, el presidente Boris Yeltsin había disuelto el Partido Comunista Soviético, lo que provocó la emergencia de una multitud de grupos políticos de izquierda, ferozmente opuestos a la “terapia de shock” administrada a la economía del país. Para eliminarlos, el gobierno optó por alentar la creación de una fuerza de oposición moderada, lista para plegarse a las nuevas reglas del juego político. Yeltsin autoriza entonces la reconstitución de un partido comunista después de haber ponderado prohibir “la ideología criminal comunista”, a semejanza de algunos países de Europa del Este.
En febrero de 1993, el congreso fundador del PCFR elige a Guennadi Ziuganov a la cabeza de la organización, puesto que ocupa aún hoy. Después de la disolución por la fuerza del Soviet Supremo (Parlamento ruso) en octubre de 1993, preludio de la instauración de un régimen presidencial autoritario, el PCFR adquiere un cuasi monopolio sobre el flanco izquierdo del nuevo sistema de partidos. A cambio, la formación se somete a una regla tácita: cualquiera sea el número de votos conquistados, los comunistas no deberán amenazar la orientación estratégica del país. En particular, renuncian a oponerse a que prosigan las privatizaciones y a que se construya una economía de mercado. Al canalizar el descontento, se convierten durante un largo período en un factor de estabilidad.
Un partido dócil
A lo largo de los años 1990 y 2000, el PCFR sigue siendo el partido que dispone de la mayor base militante (hasta 500.000 miembros) y el único capaz de hacer bajar a la calle a decenas de miles de manifestantes. El entusiasmo de sus adherentes le permite llevar adelante campañas electorales exitosas, pese a los recursos financieros limitados y a un acceso casi inexistente a la televisión. El partido alcanza el primer lugar en las elecciones de 1995 a la Duma de Estado y, en 1996, Ziuganov pasa a la segunda vuelta en las elecciones presidenciales, antes de perder, por poco, frente a Boris Yeltsin. Pese a las numerosas manipulaciones que jalonaron el escrutinio (1), los comunistas reconocen el resultado.
Después de la llegada de Putin al poder en 2000, el régimen político ruso se endurece progresivamente. El éxito y la independencia relativa del PCFR son cada vez menos tolerados por el Kremlin. La administración presidencial obliga a los dirigentes comunistas a apartar a todos los elementos radicales y ajusta su control financiero sobre la organización. Y mientras a comienzos de los años 2000 las cuotas de sus miembros constituían más de la mitad de sus ingresos, en 2015 ya no representan más que el 6%. El financiamiento público se eleva, en lo que le compete, al 89% de sus recursos (2).
La docilidad con la cual el PCFR cumple su rol de oposición “constructiva” le hizo perder muchos adherentes (160.000 en 2016), así como el apoyo de los votantes. Desde entonces se ve tironeado entre la necesidad de seguir siendo leal al Kremlin y la de conquistar nuevos partidarios. En 2011, aunque haya sido la primera víctima de la adulteración de las urnas, el Partido Comunista permanece al margen de las manifestaciones contra el fraude electoral de las elecciones legislativas, dejando a la oposición liberal la (…)
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