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A más de medio año de conflicto bélico

La imposible paz ruso-ucraniana

Mientras sigue prevaleciendo la lógica de las armas, Rusia busca quitarle a Ucrania todo valor estratégico. La perspectiva de una anexión de nuevos territorios por parte de Moscú reduce aun más la esperanza de una tregua negociada entre los beligerantes. Por su parte, los aliados occidentales de Kiev no tienen claros sus objetivos y siguen sin una solución para salir de la crisis.

Cerca de seis meses después del inicio de la invasión a Ucrania por parte del Kremlin, su “operación especial” se enquistó a lo largo de una línea de frente que se extiende desde los barrios de Járkov, en el Este, hasta las estepas de las costas ucranianas del Mar Negro, con el Donbass como epicentro de los combates. Mientras que prevalece la lógica de las armas, la perspectiva del fin de las hostilidades parece lejana. Porque, desde la Cumbre de Estambul del 29 de marzo, que reunió a los negociadores rusos y ucranianos en torno a un proyecto de Tratado de Paz, el componente diplomático de la crisis está en un punto muerto y las posiciones se han endurecido.

Breves negociaciones
Cuando las dos partes se encontraron en Estambul el 29 de marzo, Moscú abordó la Cumbre con expectativas máximas, que fueron formuladas durante un encuentro preparatorio, el 10 de marzo, en el balneario turco de Antalya. Con el fin de acordar un cese el fuego, el Kremlin esperaba que Ucrania reconozca la soberanía de Rusia sobre Crimea, así como la independencia de las dos repúblicas autoproclamadas de Lugansk y Donetsk, que Vladimir Putin reconoció formalmente el 21 de febrero tras un largo discurso televisado. Además, Kiev debía abandonar toda ambición de integrar la OTAN y por lo tanto conformarse con un estatus “extra bloque” –lo que requeriría una modificación de la Constitución ucraniana, donde están grabadas las aspiraciones euroatlánticas de Kiev–. Rusia también reclamaba la prohibición de los partidos, organizaciones y sociedades ultranacionalistas y “neonazis”, así como la derogación de las leyes que glorifican a figuras históricas consideradas polémicas por el Kremlin. Por último, la lengua rusa debía ser reconocida como segunda lengua del Estado. En resumen: Moscú esperaba una capitulación de Ucrania. Por su parte, Kiev exigía el cese inmediato de los combates y la retirada de las fuerzas rusas de todo el territorio ucraniano, incluyendo Crimea.

En Estambul, las negociaciones ruso-ucranianas duraron tres horas. La delegación rusa salió de allí optimista. Y con razón: la parte ucraniana le entregó un documento de trabajo de diez puntos que validaba una forma de neutralidad armada. Dado que el presidente Volodimir Zelensky constató con amargura que no podía contar con la participación militar directa de la OTAN, y menos aun con una adhesión a corto plazo a la Alianza Atlántica, Kiev declaró estar lista para adoptar un “estatus extra bloque y no nuclear”. Ucrania se comprometió además a no admitir bases ni tropas extranjeras de manera permanente en su suelo. Sin embargo, exigió como contrapartida “garantías internacionales de seguridad”. Según el punto 1, estas pueden ser aportadas por los Estados miembro permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (incluyendo por lo tanto a Rusia), a los cuales se podrían agregar Turquía, Alemania, Canadá, Italia, Polonia e Israel. Estas garantías no se aplican ni a Crimea ni al Donbass (punto 2), con el fin de que los potenciales países garantes no sean disuadidos de asumir ese rol, que los colocaría en un sendero de confrontación con Rusia.

Queda cierta confusión respecto de qué abarca la noción de garantía de seguridad. ¿No estaría Ucrania buscando forjar una cláusula de responsabilidad colectiva y, en suma, obtener el compromiso de una respuesta militar automática ante toda hipotética agresión, comparable al artículo 5 de la Carta del Atlántico de la OTAN? Porque esas garantías imaginadas por Kiev deberían permitir, en caso de “agresión o de ataque armado contra Ucrania”, la implementación de una serie de medidas individuales o comunes decididas por los garantes, incluyendo “la entrega de armamento y el uso de la fuerza armada” (punto 4). El texto plantea otros problemas para la parte rusa. El punto 7 trata sobre la celebración de un referéndum con el fin de que los ucranianos aprueben las disposiciones del acuerdo. ¿Pero qué sucedería en caso de rechazo del texto? Por último, el punto 8 prevé hacer de Crimea un objeto de discusión entre las dos partes durante unos quince años: para Moscú, el tema está cerrado desde la anexión de la península durante la primavera de 2014.

Freno a la diplomacia
Vistas desde el Kremlin, las concesiones de Kiev eran insuficientes. Ahora bien, la delegación ucraniana fue desautorizada cuando se descubrió la masacre de Bucha unos días más tarde. Tanto en Moscú como en Kiev, prevaleció el bando de la guerra y, desde el comienzo del mes de (...)

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Igor Delanoë

Doctor en historia, especialista en asuntos de seguridad y defensa rusos.

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