A pesar de la reanudación de las negociaciones entre los países occidentales y Teherán sobre la cuestión nuclear iraní, es poco lo que se ha avanzado. Convencidos de que Irán está tratando de adquirir la bomba, los países de la región, encabezados por Arabia Saudita, también están desarrollando programas nucleares, sin garantía de que no se extenderán al ámbito militar.
“Arabia Saudita no quiere adquirir una bomba nuclear. Pero si Irán desarrollara una, seguiríamos sus pasos de inmediato, sin duda”. Esto dijo el príncipe heredero saudí Mohamed Ben Salman (MBS) (1) en marzo de 2018 en una clara advertencia al vecino y rival del reino wahabí. Unas semanas después, el presidente estadounidense Donald Trump anunció la salida de Estados Unidos del acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear iraní, restableciendo las sanciones de su país contra la República Islámica. A cambio, la República Islámica reanudó su programa de enriquecimiento de uranio. Arabia Saudita e Irán, ambos en busca de la hegemonía regional, estaban enfrentados por entonces en varios escenarios, incluido Yemen. Siete años después, este tenso contexto apenas ha cambiado. En términos de tecnología nuclear, Teherán sigue estando muy por delante, pero Riad pretende competir con él.
Sin embargo, ambos países firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que los compromete a renunciar a las armas nucleares. La mayoría de los miembros de la ONU también suscribieron –hasta Estados Unidos, China, Rusia, Francia y Reino Unido, que tienen la bomba–. Incluso se comprometen a promover el desarme nuclear general a largo plazo. Los únicos países ausentes en el concierto de las naciones son India, Pakistán y, en Medio Oriente, Israel (Corea del Norte anunció su retirada en 2003 y Sudán del Sur no ha firmado el tratado desde su creación en 2011). Fue a fines de los años 60 cuando Tel Aviv se convirtió en el primer país de la región, y el único hasta la fecha, en adquirir ilegalmente la bomba –con la ayuda de París (2)–. Desde entonces, Israel no ha confirmado ni desmentido la posesión. “Dejarlo en entredicho le permite evitar cualquier llamado a las negociaciones [de desarme]”, remarca Mycle Schneider, miembro del Grupo Internacional sobre Materias Fisibles, que reúne expertos independientes que trabajan por una mayor seguridad nuclear (3). Así que las grandes potencias nunca han intentado enfrentar a Israel con la realidad. “Ninguna ve ningún interés geopolítico en hacerlo”, comenta Schneider.
Peligrosa opacidad
Esta política de opacidad y su aceptación por parte de la comunidad internacional sienta, sin embargo, un precedente perjudicial para Medio Oriente. Aunque la normalización entre Israel y parte del mundo árabe ha avanzado desde septiembre de 2020 –cuando Tel Aviv firmó los Acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, y posteriormente con Marruecos–esto anima a sus vecinos a desarrollar también su capacidad nuclear. Y, a su vez, empuja a las autoridades israelíes a mantener la supremacía de su país en este campo a toda costa. Así, la amenaza regularmente esgrimida de un ataque aéreo israelí contra instalaciones iraníes –con o sin el respaldo y apoyo de Estados Unidos– afecta la estabilidad regional. Para que conste, Tel Aviv ya había bombardeado en 1981 el generador de Osirak en construcción en Irak. Diez años después, el descubrimiento formal del programa clandestino iraquí hizo que aumentaran los recursos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), la entidad que verifica la aplicación del TNP. En 1997 se adoptó un protocolo adicional al tratado que amplía el alcance de las actividades sujetas a declaración y permite a los inspectores del Organismo realizar controles con poco tiempo de aviso.
Sin embargo, muchos países aún no lo han firmado. Irán lo hizo en 2003, pero solo lo ha aplicado provisionalmente. “Originalmente, Irán quería adquirir una capacidad nuclear para enfrentarse a Israel”, afirma Mohammed Alzghoul, investigador del Emirates Policy Center, un think tank con base en Abu Dabi. “Hoy se trata también de demostrar su poder en la escena internacional”. Sin embargo, Teherán insiste en que cumple con el TNP. “El tratado tiene puntos débiles: no prohíbe el enriquecimiento de uranio ni la separación de plutonio”, señala Sharon Squassoni, investigadora de la Universidad George Washington y ex funcionaria del Departamento de Estado estadounidense. Se acusa con frecuencia a Irán de procesar uranio más allá de las necesidades de su programa nuclear civil.
Tensiones crecientes
“Una vez que un país tiene suficiente material fisible, tarda unos seis meses en construir una bomba”, indica Squassoni, para (…)
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