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Jugosas operaciones mineras para el grupo Freeport McMoRan en Indonesia

Un gigante del cobre entre los papúes

Cuando una empresa minera se alegra por su porvenir, es una suerte para sus accionistas y una desgracia para la mayoría. Si explota filones excepcionales, su círculo de relaciones también será excepcional. Y por poco enraizada que esté en la elite político-financiera del país más poderoso del planeta, su libertad de acción será vertiginosa: superior a las ganancias calculadas, pero siempre por debajo a las responsabilidades asumidas. Entre la decena de gigantes mineros que erosionan los múltiples relieves de nuestro planeta, la empresa estadounidense Freeport-McMoRan interpela por la magnitud de los desastres que engendra y el demasiado escaso eco que estos despiertan. ¿Cómo explicar que esta compañía minera asociada con innumerables tragedias tanto a nivel medioambiental como político, económico, geopolítico, humano y social sea tan poco conocida por el gran público?

Especializada en la extracción y la producción de cobre y de oro, pero también de cobalto y molibdeno (que se usa principalmente para hacer los aceros más resistentes a las altas temperaturas), la empresa minera con base en Phoenix, Arizona, Estados Unidos, va viento en popa. Su director, Richard Adkerson, de 75 años, es de los que más confían en ello. La cotización del cobre, muy baja durante la pandemia de Covid-19, volvió a dispararse, fomentada principalmente por los anuncios estrenduosos del presidente estadounidense (1): Joseph Biden va a luchar contra el calentamiento climático. En el centro de su nueva política, la transición energética. Que tiene su primer engranaje en la transformación de la más importante industria manufacturera estadounidense: el automóvil y sus 285 millones de vehículos (térmicos en un 97%), que quiere reemplazar por vehículos eléctricos con una huella de carbono claramente mejor… si se ignora el impacto ecológico vinculado con la extracción de metales raros indispensables para su fabricación.

Uso intensivo de cobre
Un automóvil eléctrico exige, en efecto, de dos a cuatro veces más cobre que su equivalente térmico. Con un automóvil producido cada dos minutos en el mundo, la demanda y el precio del cobre no pueden más que despegar, a menos que reduzcamos nuestras necesidades. Lo que parece contradecir al seductor Tesla, el primer vehículo eléctrico en ingresar en el Top 20 de vehículos más vendidos en Estados Unidos en 2021. Adkerson es todo sonrisas. ¿Acaso no es la minera, desde 1998, la mayor productora mundial del cobre que cotiza en Bolsa? Freeport-McMoRan tiene con qué tranquilizar a sus accionistas. ¿A condición de que su producción acompañe la demanda y de que los consumidores se conformen con ignorar los nocivos procesos que requiere la producción de estas máquinas consideradas virtuosas?

A Freeport no le faltarían los medios si quisiera reducir la huella de carbono de sus actividades mineras. En 2006, puso sobre la mesa 25.900 millones de dólares para adquirir la empresa estadounidense Phelps Dodge (2). Una oferta muy atractiva para los accionistas de este gigante del cobre. Así fue como cayó dentro de su red el 60% de la producción cuprífera estadounidense, incluido el amplio distrito minero de Morenci, el más importante yacimiento de Arizona (37% de la producción nacional). También las minas chilenas de El Abra, las peruanas de Cerro Verde y la de Tenke Fungurume (cobre y cobalto) en la República Democrática del Congo, que fue revendida a China Molybdenum en 2016, luego de unas inversiones riesgosas en recursos fósiles (3). Sin embargo, esta transacción financiera inédita por la magnitud de su monto declarado fue recibida con moderación por el mundo minero. La compañía Freeport no solo tomó posesión de un actor histórico (fundado en 1834) mucho más importante que ella, sino que lo hizo a partir de fondos provenientes esencialmente de un sitio minero explotado en total opacidad a más de 13.000 kilómetros de Estados Unidos, en la isla de Nueva Guinea, en el sector occidental de ese territorio papú violentamente anexado por los indonesios en 1963.

¿Cómo Freeport –en su origen Freeport Sulphur Company, una empresa tejana– pudo descubrir y luego explotar, a más de 4.000 metros de altura, en una de las cadenas montañosas más inaccesibles del planeta (la “montaña de mineral”, o Ertsberg en neerlandés), el complejo minero de Ertsberg-Grasberg, de potencial cuprífero y aurífero excepcional?

Para comprender cómo la empresa estadounidense negoció, a partir de 1967, esta concesión minera, hay que reposicionarse en el contexto de Guerra Fría que oponía a las dos grandes potencias de posguerra –Estados Unidos y la URSS–, cada una de las cuales quería imponer su ideología a los países recientemente descolonizados. Entre ellos, la joven República de Indonesia, liberada del yugo neerlandés (1945-1949) por el carismático general Sukarno. Ferviente nacionalista, portavoz del no alineamiento, ardiente defensor de un soberanismo económico, Surkano dirige uno de los países más grandes y ricos del Sudeste Asiático. Es también el más poblado, con un centenar de millones de habitantes. Muchos de los cuales poco a poco se volcarán al Partido Comunista Indonesio (PKI) –el más importante fuera del bloque chino-soviético–. Ésta es una fuente de preocupación para Washington, que Surkano va a potenciar amenazando a los estadounidenses con sumarse al campo soviético si no obligan a los Países Bajos a cederles su última posesión colonial, la Nueva Guinea Neerlandesa (N-GN). Ahora bien, los neerlandeses pretenden transmitirla a sus únicos y legítimos propietarios, los papúes, según el principio del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos… pero no de sus riquezas. En efecto, los ocupantes no ignoran en absoluto los fabulosos yacimientos papúes descubiertos a partir de 1936 por la Compañía Petrolera Neerlandesa de la Nueva Guinea Neerlandesa (NNGPM). Al igual que la Standard Oil Company, casa matriz del imperio petrolero del millonario estadounidense John D. Rockefeller, que asumió su control algunos meses antes, gracias a un montaje jurídico realizado por uno de sus más eminentes juristas, Allen Dulles. Este último se unió a su hermano mayor, John Foster, director asociado, dentro de uno de los más influyentes estudios de abogados internacionales, Sullivan & Cromwell (4).

Y aquí se unen poderes financieros y responsables políticos. Al ministro de Economía del III Reich alemán, Hjalmar Schacht, John Foster Dulles le abrió sus contactos industriales, mineros y bancarios para ayudar al partido nazi a financiar y equipar su ejército (5). Lo que no hipotecó en absoluto su carrera política. Se convertirá en secretario de Estado de Estados Unidos (1953-1959) y su hermano Allan en el primer director civil (1953-1961) de la Central Intelligence Agency (CIA). Después de todo, los hermanos Dulles sólo tienen en mente combatir la ideología comunista y defender –por medio de sobornos– los intereses de Washington. El poder estadounidense cuenta sobre todo con la expansión de las multinacionales estadounidenses petroleras y mineras, consciente del lazo simbiótico que une recursos naturales, medios económicos y potencia militar.

Pérdidas en Cuba
En Indonesia, la determinación de Surkano y la tozudez neerlandesa preocupan al gobierno estadounidense del mismo modo que contrarían los intereses de las “Big Oil”, esas compañías mineras impacientes por explotar el subsuelo papú. Freeport Sulphur es de las más insistentes, sobre todo después de sus sinsabores cubanos: perdió todas las inversiones y los activos mineros que tenía en la Isla, nacionalizados por el nuevo dirigente, Fidel Castro, una vez expulsado el dictador Batista, apoyado por mucho tiempo por los estadounidenses (6). Esta pérdida, estimada en cerca de 100 millones de dólares, salpica a todos aquellos que habían trabajado –accionistas, bancos, medios de negocios, estudios de abogados, entre ellos Sullivan & Cromwell– para que el grupo pudiera beneficiarse de condiciones contractuales óptimas. Entre sus beneficiarios y protectores influyentes: John Hay (...)

Artículo completo: 3 901 palabras.

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Philippe Pataud Célérier

Periodista.

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