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Una mirada a nuestra revuelta histórica y sus consecuencias

De la derrota surgen derroteros

Me encuentro en Chile desde agosto. Aterricé buscando sentir el pálpito de la sociedad y participar en la lucha por una nueva Constitución. Como cualquiera de ese 38% que votó “apruebo”, he vivido los resultados del plebiscito como una derrota, salvo que a cierta edad, luego del shock, es la ira ante el discurso arrogante de los triunfadores lo que me pone en movimiento. En la disputa por la memoria, no hay tregua.

Envalentonados y desinhibidos ante un rechazo victorioso (que no les pertenece), el ataque contra nuestra Revuelta ocupa en octubre la escena mediática: el “estallido social” se resume en delincuencia, destrucción y caos. “El país se ha pronunciado –dicen- y reclama orden y seguridad”.

Una bruma espesa comienza a cubrir nuestras vivencias. Entonces, escribo estas notas desde el lugar que mis pies rozan, la fecha de un calendario, precisa y, sin embargo, múltiple. Fines de octubre del 2022, con Miguel Enríquez en la cabeza, con su vida intensa dibujándose en una radiosa sonrisa burlona, con sus proyectos todos sensatos, aquella mañana del 5 de octubre de 1974, aquel día del combate de resistencia por la vida, contra la máquina de matar.

Este 5 de octubre del 2022 es miércoles, no sábado como antaño. Un puñado de viejas y viejos militantes nos encontramos frente a la tumba de Miguel Enríquez. Una capa de cemento espeso recubre sus restos, pero los que buscan sumergirlo en la desmemoria ignoran que los muertos nunca se quedan allí donde los enterraron. El hombre, el militante e intelectual revolucionario, su vida y su pensar, su espíritu, son siempre una herencia a reinventar en este mundo que es otro. Estudiarlo, aprender, destruir la foto en blanco y negro, dura, recoger las huellas de sus escritos y actos, y transmitir lo que vamos descubriendo al desenterrar el “tesoro perdido”. Al despedirnos, la lectura del “Ángel de la barricada”(1) parece encender las brasas de una fraternidad dormida, tal como aquel 18 imprevisible.

Como de costumbre son nuestros muertos, faro y brújula, quienes salen de sus tumbas y susurran el mensaje; no una carga pesada, sino un mensaje hecho de palabras y sueños. En mi particular cronología, el tiempo enreda sus tiempos, no es lineal. Con Walter Benjamin, leído por Michael Lowy, intentaría pensar desde un “marxismo libertario”, que se aleja de una visión de la historia como progreso, para aproximarse a aquella que invoca la revolución como un freno de alarma que detiene el tren que corre loco hacia la catástrofe.

Y en esa extraña colisión de tiempos dispares, entre pérdidas y algunas victorias, atravieso el fracaso reciente. En mi caminar he conocido muchos momentos de desolación. Desde la masacre, el golpe militar, que aplastó una sociedad entera en estado amoroso, a la muerte de Miguel y tantos otros. Ahora, igual que ayer, me pregunto cómo mantener la fidelidad a nuestra historia sin caer en la nostalgia mortífera ni en la caricatura de lo que fuimos, cómo transmitirla, cómo hacer memoria. Rosa Luxemburgo escribía días antes de su asesinato: “La vía al socialismo está pavimentada de derrotas… En ellas hemos fundado nuestra experiencia, nuestros conocimientos, la fuerza y el idealismo que nos animan”. Habitada por la energía de la memoria de los vencidos, poco a poco voy aprendiendo que de la derrota surgen derroteros.

El vocablo “derrota” proviene del francés déroute, abandono de la ruta. Sin embargo, desde una navegación incierta, surge una bifurcación, la apertura de un nuevo rumbo. Esa capacidad que nos caracteriza de comenzar siempre otra vez. Pero para lograrlo debemos aprender a perder, entendiendo esta palabra, no en el sentido de “no ganar”, sino en el de ya no tener lo que se tenía. “La sabiduría de la derrota y el aprendizaje de la pérdida establecen un régimen de afectos que nada tiene que ver con una nostalgia del pasado ni con una melancolía política, sino más bien permiten una lucidez capaz de acompañar y proteger –cuando se produzca, para que se produzca– el desencadenamiento de una imaginación común tributaria del anhelo de emancipación que retoña inexorablemente, una y otra vez”.(2)

En la batalla por la memoria hay que pelear contra viento y marea y desear ganar esa pelea, puesto que “el poder de la memoria es el (...)

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Carmen Castillo

Cineasta.

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