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La invisible “República de las letras” tras el régimen de Xi Jinping

La China que piensa al margen de los discursos oficiales

Contrariamente a los estereotipos que reducen a China a un bloque monolítico, la población se mueve y los intelectuales piensan. Las manifestaciones contra los confinamientos hicieron retroceder a los dirigentes. Antes, hubo debates que agitaron a los investigadores respecto de esta cuestión y más fundamentalmente respecto del futuro del país, su especificidad y su inserción en el mundo… Aunque tuvieron poco eco en Occidente, no dejan de ser importantes.

Como mostró el reciente XX Congreso del Partido Comunista Chino (PCC), el presidente Xi Jinping alimenta la ambición de elevarse al nivel de Mao Zedong, o incluso superarlo. Para ciertos analistas, hasta sería el “nuevo Stalin” (1). En una época en que las tensiones chino-occidentales no dejan de aumentar, Occidente sigue mirando a este país a través del prisma de la Guerra Fría, y así China ocupa el lugar de la antigua Unión Soviética como principal adversario, además de ser uno de los más importantes representantes de las fuerzas autocráticas en el mundo.

Esta visión transforma a los pensadores chinos en equivalentes de los disidentes y de los refuzniks rusos que corrían el riesgo de ser deportados al Gulag por la simple posesión de libros prohibidos, y convierte a China en un mundo sin real vida intelectual por fuera de la esfera privada (o las cárceles). Así, aunque el país se haya convertido en la segunda potencia mundial, los únicos intelectuales chinos conocidos en Occidente son disidentes como el artista Ai Weiwei o el profesor de derecho Xu Zhangrun.

Pero la China actual se parece menos a la Rusia de Stalin que al Japón de la era Meiji (1868-1912), cuando este último operó su propio ascenso en términos de poder a fines del siglo XIX, al igual que lo hizo el Imperio del Medio a partir de 1980 después de las reformas de Deng Xiaoping. Hay también similitudes en el plano intelectual, porque, al abrirse al resto del mundo, ambos países abrazaron, cada cual a su manera, las ideas occidentales dejando de lado la “tradición” –feudal en el caso del Japón, maoísta en el de China–. En ambas naciones, esto produjo escenas intelectuales efervescentes e incluso pluralistas… hasta un cierto punto.

En China, este pluralismo era notable en los años que precedieron al inicio del primer mandato de Xi (marzo de 2013), al punto, sin duda, de llevar a este último a querer ajustar el control ideológico ejercido el Estado-Partido. No obstante, y pese a todos sus esfuerzos, el Presidente no logró completamente su cometido, porque el mundo intelectual parece conservar una cierta independencia, aunque sea relativa.

Desde hace diez años dirijo un proyecto de investigación focalizado en los “intelectuales públicos chinos”, es decir, los que publican en China y en lengua nacional, los que respetan las reglas del juego tales como las define el presidente Xi y el Estado-Partido sin por ello ser defensores del régimen o propagandistas (2). Existe, sin lugar a duda, una suerte de “República de las letras” que la mayor parte del tiempo pasa desapercibida, sumergida bajo el ruido ensordecedor del régimen; sobre todo porque los intercambios se dan en chino, lo cual no ayuda. Sin embargo, desde el auge del país, hubo debates que animaron a esta comunidad diversa y plural. En efecto, existe una China que piensa y habla otro lenguaje que el de los funcionarios oficiales, poco importa lo que digan Xi y consortes en las gacetillas.

Una democracia reactiva

Desde el año 2000, los debates más importantes giran alrededor de tres cuestiones fundamentales, que están vinculadas entre sí: ¿es China única, y, si lo es, en qué sentido lo es? ¿Cuál es, o cual debería ser, su rol en el mundo? ¿Y cómo “contar bien” su historia –lo que implica saber previamente cuál es la historia del país que se va a narrar?

Dos acontecimientos de envergadura marcaron los espíritus chinos: el derrumbe de la Unión Soviética, y luego el declive aparente de Occidente –particularmente de Estados Unidos– tras la crisis de 2008. Como el Imperio del Medio prosiguió su ascenso mientras que sus grandes rivales fracasaban o vacilaban, la idea de que China es única –y que siempre lo fue– se fue imponiendo casi con total naturalidad. Así, su sentimiento histórico de superioridad volvió a salir a la superficie tras un siglo de humillaciones y varias décadas de revolución.

Uno de los orgullosos defensores de esta teoría, Zhang Weiwei (3), intérprete oficial devenido en investigador, le consagró una trilogía entre 2008 y 2016: China toca el mundo (2008), La ola china: ascenso de un Estado civilizatorio (2012) y El horizonte chino: gloria y sueño de un Estado civilizatorio (2016) (4). Estos libros son una mezcolanza de estadísticas (a menudo útiles) respecto del progreso del país en comparación con otros, explicaciones perspicaces sobre las prácticas nacionales que pueden o no ser únicas (el gobierno altamente centralizado permite la experimentación local sobre asuntos económicos importantes) y afirmaciones un poco tautológicas del tipo “la población es única en su género” o “la lengua es única”…

El atractivo de estos escritos se relaciona con la noción de “Estado civilizatorio” que aparece en el subtítulo de las dos últimas obras de su trilogía. Según él, el resto de los países del mundo son simples “Estados-nación” forjados en el crisol de la experiencia moderna, mientras que China es al mismo tiempo una civilización y un Estado-nación, lo que la convierte en… “única”. El autor seduce al PCC y, si sus libros son best-sellers, se lo debe en gran parte a los miembros del Partido y a los cuadros gubernamentales, alentados a comprarlos. No es para nada apreciado por los demás intelectuales por dos razones: Zhang predica esencialmente para los conversos, y sus dos últimos libros se inspiran en buena medida en el libro del periodista británico Martin Jacques publicado en 2009, When China Rules the World, en el cual este último desarrolla la noción de “Estado civilizatorio” para aludir a China. Una obra sobre el carácter único del país que copia un libro extranjero sobre el mismo tema suscita no pocas dudas…

Hay mejores investigadores que fueron seducidos por la misma idea, como Jiang Qing (5) y Chen Ming (6), quienes vinculan el carácter único de su país al confucianismo. Esto los llevó a conclusiones controvertidas. Así, Chen estima que la “revolución republicana de 1911 [que causó la abdicación del último emperador y la instauración de la República] fue un error inútil, porque China ya estaba bien encaminada hacia el establecimiento de una monarquía constitucional”. O incluso, que “una gran parte del siglo XX fue un error trágico porque [Pekín] buscó constantemente soluciones occidentales a los problemas chinos”. Sin embargo, (...)

Artículo completo: 3 456 palabras.

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David Ownby

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