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Las alianzas a través de la historia

Ucrania, una guerra por la memoria

A principios de julio, en el centro de Lviv, al oeste de Ucrania, se descubren las últimas novedades literarias en el café-librería “El viejo león” tomando un café de especialidad. Una hagiografía del líder fascista Stepan Bandera (1909-1959) de la revista Lokalna Istoria [Historia local] se mezcla con bolsas con el lema “Make books not war” (Haz libros, no la guerra). Este abigarrado despliegue simboliza el doble aprieto al que está sometida la población ucraniana. Supuesta encarnación de los valores pacíficos y democráticos de Europa en la guerra contra Rusia, Ucrania está alimentando su impulso patriótico, aunque ello suponga cultivar una vieja base nacionalista.

La ambivalencia existe desde la movilización del Euromaidán de 2013. Los promotores de un movimiento cívico de acercamiento a la Unión Europea agitaban la bandera nacional amarilla y azur con el estandarte azul estrellado de la Unión Europea. Luego, los manifestantes conmemoraron la muerte de las cien víctimas de la represión de febrero de 2014 al grito de “¡Gloria a Ucrania! ¡Gloria a los héroes!”. Este grito de arenga nació en los años 1920-1930 en el seno de la Organización de Nacionalistas Ucranianos (OUN), grupo en el que militaba Stepan Bandera (1). En 1942, sus partidarios fundaron el Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) (2), que al año siguiente llevó a cabo las “masacres de Volinia” (3), en las que murieron decenas de miles de polacos. A pesar de estos sucesos militares, el gobierno ucraniano eligió el aniversario de esta organización –el 14 de octubre– para celebrar el “Día de los Defensores y Defensoras de Ucrania” que, según el decreto que lo estableció en 2014, honra “el valor y el heroísmo de los defensores de la independencia y la integridad territorial de Ucrania, las tradiciones militares y las victorias del pueblo ucraniano, con el fin de fortalecer el espíritu patriótico de la sociedad y apoyar el espíritu de iniciativa del pueblo ucraniano” (4).

La descomunización

Con el estallido de la guerra total en febrero, la historia está más que nunca al servicio de la movilización del patriotismo. En abril se presentó en la Rada (Parlamento) un proyecto de ley sobre la “descolonización de la toponimia”, que se aprobó en primera lectura en julio. Su objetivo es erradicar del espacio público los topónimos que “simbolizan el Estado ocupante” y los de las personas que habían aplicado la “política totalitaria” del Estado soviético. La filiación que se establece de este modo entre la Rusia contemporánea (“ocupante”) y la Unión Soviética (“totalitaria”) sitúa este proyecto legislativo en la línea de las “leyes de descomunización” de 2015, criticadas en su momento por muchos historiadores (5). En siete años, sin embargo, la perspectiva ha cambiado. En 2015, la amenaza rusa se presentaba como el legado de 70 años de comunismo dictatorial. Hoy en día, el período soviético se considera un episodio de dominación rusa secular, del que hay que eliminar cualquier rastro. La agresión rusa ha reforzado la idea de que el yugo de Moscú sobre Ucrania se asemeja a la dominación colonial. Sin embargo, la cuestión es objeto de controversia entre los académicos. El historiador suizo Andreas Kappeler, por ejemplo, cuestiona esta caracterización (6). Según él, la ausencia de una dimensión racista diferencia la relación de Moscú con su periferia ucraniana de las dominaciones que impusieron las metrópolis occidentales a sus colonias en África o Asia.

Sin esperar la aprobación definitiva de la ley, se están tomando iniciativas a nivel local. En mayo, el municipio de Sumy (260.000 habitantes, en el noreste del país) abrió una página única en su sitio web titulada “Descomunización y desrusificación” (7) para enumerar todos los cambios en los nombres de las calles desde 2015 y abrir el debate sobre la nueva fase. A fines de junio, un importante periódico de Lviv arremetió contra los escritores clásicos rusos, Lermontov, Dostoievski, Tolstoi y Pasternak, a los que presentó como “asesinos, saqueadores e ignorantes” para impulsar una reforma de los programas escolares (8). Estos, de hecho, fueron modificados durante el verano. Gogol y Bulgakov, (...)

Artículo completo: 2 083 palabras.

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Éric Aunoble

Historiador, investigador de la universidad de Ginebra. Autor de La Révolution russe, une histoire française. Lectures et représentations depuis 1917, La Fabrique, París, 2016.

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