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Nueva estrategia de seguridad nacional

Tokio da vuelta la página del pacifismo

El gobierno japonés abrió el camino a posibles operaciones ofensivas al exterior de sus fronteras. Su nueva doctrina convierte a China, a Corea del Norte y a Rusia en adversarias. Esta creciente militarización suscita cierta reserva en el seno de la opinión pública japonesa e inquieta a vecinos y socios económicos del archipiélago.

El sábado 27 de noviembre de 2022, el primer ministro japonés Fumio Kishida hizo una visita matutina a las tropas de defensa terrestre en la base de Asaka, al norte de Tokio. Tras dar una pequeña vuelta en un tanque de guerra, pronunció un discurso de ruptura: “A partir de ahora voy a considerar todas las opciones, incluida la de tener capacidades de ataque contra bases enemigas, la de continuar con el fortalecimiento del poder militar japonés”. Según el jefe de gobierno, “la situación de seguridad alrededor de Japón cambia a una velocidad sin precedentes. Algunas cosas que no sucedían más que en novelas de ciencia ficción se han convertido en nuestra realidad”. Algunos días después, Kishida anunció la duplicación de los gastos de defensa y desbloqueó el equivalente a 315 mil millones de dólares a lo largo de cinco años. Así, Japón dispondrá del tercer presupuesto militar mundial detrás de Estados Unidos y China. Representará el 2% del Producto Bruto Interno (PBI), lo que corresponde al compromiso asumido en 2014 por los 28 miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)... de la que sin embargo no forma parte.

Estos anuncios –que se inscriben en el marco de la nueva “Estrategia de Seguridad Nacional” presentada en agosto de 2022– cambian profundamente las misiones de las Fuerzas de Autodefensa, el nombre oficial del ejército nipón. En efecto, ya no se limitarán a defender al país, sino que dispondrán de los medios para contraatacar, e incluso destruir bases militares enemigas. El anuncio no es para nada sorprendente. El pasado agosto, en un palacio tokiota, Onodera Itsunori, presidente de la comisión de investigación sobre seguridad nacional del Partido Liberal-Demócrata (PLD), cercano a Kishida y ex ministro de Defensa de su predecesor Abe Shinzo, se puso en los zapatos del primer ministro para considerar junto a su invitado, el diputado del PLD, Otsuka Taku, una eventual invasión de Taiwán por parte de China. Ken Moriyasu, corresponsal diplomático del diario económico Nikkei Asia, relata con malicia: “Partieron de la idea de que los chinos invadirían simultáneamente Taiwán y las islas Senkaku [reivindicadas por China bajo el nombre de Diaoyu] y se preguntaron: ‘¿Qué deberíamos hacer? ¿Deberíamos primero evacuar a nuestros ciudadanos instalados en Taiwán?’. Finalmente, tras mucha confusión, ¡concluyeron que más bien habría que concentrarse en Senkaku!”.

La tensión en el país era palpable en ese entonces. Algunos días después de la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, cinco misiles balísticos lanzados por Pekín durante ejercicios militares alrededor de Taiwán cayeron en las aguas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) japonesa (1). “En los próximos años, será vital para China poner a prueba la alianza niponaestadounidense. Oficialmente, para Washington, el más mínimo ataque en suelo japonés, como por ejemplo en la isla de Yonaguni, a 110 kilómetros de Taiwán y en el extremo del archipiélago de Okinawa, equivaldría a una bomba sobre Manhattan. Pero en la realidad, nada es menos seguro”, asegura Moriyasu.

Gracias a las imágenes satelitales, los japoneses también saben que los militares chinos se entrenaron, en el desierto de Gobi, en cómo atacar un clon de la base aérea estadounidense de Kadena, en Okinawa. Murano Masashi, especialista sobre Japón en el think tank conservador Hudson Institute de Washington, estima que esta sería enseguida neutralizada si Taiwán fuera invadida: “China comenzaría con las pistas de aterrizaje en Okinawa y Kyushu al inicio del conflicto con una salva de misiles balísticos y de crucero, así como campañas de perturbación cibernética y electromagnética”. Estados Unidos, por su parte, reitera que la presencia de sus 30.000 militares es indispensable, aunque más no sea para los mismos okinawenses. El 30 de octubre de 2022, el embajador estadounidense en Japón se dirigió al campamento Hansen de los Marines para inaugurar... un gran mercado de horticultores locales para alimentar a las familias de los soldados. No estoy seguro de que baste para seducir a los habitantes, en su mayoría hostiles a las bases estadounidenses (2).

Alineados a Estados Unidos

Así es que, algunas semanas antes, en agosto, el gobierno japonés hizo pública su nueva estrategia. El libro blanco sobre la “Defensa de Japón 2022” presentó a China como un “desafío estratégico sin precedentes”, una “opositora” acusada de romper el equilibrio geopolítico y militar en la región, de amenazar a las islas Senkaku así como a Taiwán, que Tokio asegura querer defender tras haber ocupado la isla de 1895 a 1945 (3). Los demás enemigos designados son Corea del Norte, que multiplicó los lanzamientos de misiles a lo largo de 2022 y, desde la invasión a Ucrania, Rusia, con la cual aún no está resuelta la disputa fronteriza acerca de las islas Kuriles –anexadas por la URSS tras la Segunda Guerra Mundial–.

No obstante, este análisis no es unánime dentro de la sociedad japonesa. Moriyasu nos recuerda que Pekín, efectivamente, aumenta su presupuesto militar (+ 7,5% en 2022, es decir, 229 mil millones, contra 768 mil millones de dólares para Estados Unidos). Pero según él, “Xi Jinping no consolidó su poder para hacer la guerra, sino porque se dispone a tomar decisiones impopulares contra las desigualdades (...). Eso hará que los chinos ricos que se comportan como príncipes sauditas, con sus Lamborghinis y sus residencias californianas, se disgusten mucho. Si bien el presidente chino desea naturalmente que Taiwán se incorpore a China, nada en su discurso da a entender que quiera invadirla. Ciertamente, no descarta esa posibilidad, pero el núcleo de su discurso es un retorno a las raíces del socialismo”. Un proyecto incompatible, según él, con la guerra.

Japón dispondrá del tercer presupuesto militar mundial detrás de Estados Unidos y China.

Del lado de los opositores al PLD, son sobre todo la amplitud de los gastos militares y la nueva estrategia ofensiva las que suscitan las críticas. Esta viola la Constitución pacifista impuesta por Washington tras la rendición en 1945, a la cual los japoneses siguen apegados. Particularmente al artículo 9, que precisa: “El pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra como derecho soberano de la nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio de solución de los conflictos internacionales. Para alcanzar ese objetivo (...) no se mantendrán en lo sucesivo fuerzas de tierra, mar o aire, como tampoco otro potencial bélico”.

Con el fin de defender este principio, los pacifistas se manifiestan regularmente alrededor de Kokkai Gijido, el imponente edificio de la Dieta Nacional, el Parlamento nipón. Algunos militantes con megáfono, entre los seis mil manifestantes presentes esa tarde de noviembre, se enfrentan a los pequeños altavoces de plástico de los policías. Pero cada quien se mantiene detrás de su línea de demarcación pintada en el piso o detrás de su cinta de seguridad. Los bolsillos de uno de los manifestantes desbordan de folletos en los que está escrito: “La paz nunca podrá ser creada por la fuerza”, “La expansión militar es un punto de no retorno”, o incluso “No dejemos que nuestras islas se conviertan en fortalezas”. Empleado de una asociación caritativa, este hombre deplora que los manifestantes sean “principalmente personas mayores”.

“La juventud está un poco aislada, casi no habla ningún idioma extranjero –explica el médico de un gran hospital del barrio universitario Gotanda, en Tokio–. Vive en una burbuja, con sus preocupaciones cotidianas, pero sin conciencia de las verdaderas amenazas exteriores. Piensa que el gobierno tiene razón al decir que hay que aumentar nuestra capacidad de defensa, a la vez que piensa que, finalmente, nos salvará el gran aliado estadounidense”. En un barrio vecino, Hiroharu Kamo, de 17 años, futuro estudiante de derecho, saborea un sándwich abajo de su casa. Es a la vez sensible a la propaganda estatal y prudente. “Si nuestro gobierno quiere combatir junto a Estados Unidos para preservar Taiwán, los jóvenes japoneses no querrán participar. Irse a combatir al invasor chino junto a los estadounidenses es muy poco para mí”, explica. Sin embargo, en un (...)

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Jordan Pouille

Periodista, Pekín.

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