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China patrocina el reencuentro irano-saudita

¿Pekín, pacificador del Golfo?

Luego de siete años de disputas, Riad y Teherán restablecieron relaciones diplomáticas. Gracias a su mediación exitosa, China se presenta como un actor central de las relaciones internacionales y demuestra que Estados Unidos ya no tiene el monopolio de la influencia en Medio Oriente. Falta saber si Arabia Saudita e Irán lograrán superar sus múltiples desacuerdos.

La sorpresa es doble en este 10 de marzo de 2023: en primer lugar, Arabia Saudita e Irán, rivales regionales desde los años 1960, anuncian el restablecimiento de sus relaciones diplomáticas, rotas en 2016 tras la ejecución de dignatarios chiitas por parte de Riad y del consecuente ataque a la embajada saudí en Teherán. Luego, China, supuestamente aislada en el escenario internacional, irrumpe de manera destacada en el “Gran Juego” mesoriental al patrocinar este acuerdo obtenido luego de dos años de negociaciones secretas y cinco rondas infructuosas. Ciertamente, no se debe exagerar el alcance de este apretón de manos bajo el cielo de Pekín: queda mucho camino por recorrer para que la paz se vuelva efectiva, particularmente en Yemen, donde los iraníes y los saudíes dirigen su partitura belicista. Pero los dirigentes occidentales se equivocan si pretenden subestimar este acontecimiento tal como lo hizo el presidente estadounidense Joe Biden al asegurar que “no hay nada nuevo, amigos míos” (1), antes de que su administración admita que todo progreso es positivo.

Por su parte, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino se mostró más bien modesto. El texto constituye “una victoria para el diálogo y para la paz”, declaró durante su conferencia de prensa semanal. Lo cierto es que es la primera vez que Pekín dirige oficialmente un acuerdo internacional. Es también la primera vez que China se mete en los asuntos de Medio Oriente, un espacio estratégico dominado, desde hace más de setenta años, por Estados Unidos, a pesar de la prioridad que otorga a Asia desde el comienzo de este siglo. Hasta ahora, Pekín había evitado cuidadosamente las interferencias, al punto de provocar el enojo del ex presidente Barack Obama que la veía como “un polizón” de una política estadounidense que asumía, afirmaba, la “seguridad de la región” (2).

En realidad, este cambio chino y su éxito se deben tanto a la habilidad diplomática de Pekín como a la conjunción de varios fenómenos: las ganas de Arabia Saudita de emanciparse un poco de la tutela de Washington –sobre todo luego de que Estados Unidos demostrara no tener ningún apuro en defender al reino tras los ataques terroristas contra sus instalaciones petrolíferas en 2019–, así como el nerviosismo de Irán ante la crisis económica, la contestación social y las amenazas de ataques israelíes contra sus instalaciones nucleares. Sin olvidar un trabajo de largo plazo emprendido por los dirigentes chinos en la región y un clima general en los países del Sur, cada vez menos receptivos al relato occidental. El rechazo, en mayo de 2022, a avalar las sanciones contra Rusia tras su invasión de Ucrania es una prueba de ello (3). Seis meses más tarde, durante la cumbre de la OPEP+ (Organización de Países Exportadores de Petróleo más diez países, entre ellos Rusia), Riad hacía oídos sordos a los llamados insistentes de la Casa Blanca para que aumente la producción de hidrocarburos a fin de bajar la cotización del barril.

China pudo aprovechar estas oportunidades porque se encontraba preparada. Aplicando el principio de Deng Xiaoping, “ocultar sus talentos y esperar su momento”, no se hizo notar… hasta el golpe de efecto del 10 de marzo. Pero no había permanecido inactiva a lo largo de las tres últimas décadas, todo lo contrario (4).

Desde la apertura económica y el lanzamiento de las reformas a fines del siglo pasado, los dirigentes chinos se esforzaron por establecer relaciones diplomáticas con cada uno de los países de la región –desde Arabia Saudita (a pesar de ser fuertemente anticomunista) en 1990, a Israel (pese a la situación de los palestinos) en 1992, pasando por Irán en 1990. Ninguno de los presidentes de la República puso en duda esos lazos. Todos los desarrollaron, aun a riesgo de desviarse de los grandes principios de solidaridad internacionalista.

Declaraciones de amor

Es cierto, la sed de hidrocarburos, que abundan en la región, facilitó las declaraciones de amor: Arabia Saudita se convirtió en el primer proveedor de petróleo; Qatar, para el gas natural, y los Emiratos Árabes Unidos, para el oro negro, siguieron sus pasos. Además, las empresas chinas buscan mercados para sus producciones y cooperar en las nuevas tecnologías. Si en 2004 se creó un Foro de Cooperación entre China y los Estados Árabes (FCCEA), los intercambios explotaron tras el lanzamiento de las nuevas rutas de la seda en 2013-2014, particularmente en la construcción, la infraestructura, las telecomunicaciones, el 5G… Entre 2002 y 2022, las inversiones directas chinas en (...)

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Akram Belkaïd

De la redacción de Le Monde Diplomatique, París.

Martine Bulard

Jefa de Redacción, Le Monde diplomatique, París.

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