Está dentro de las normas básicas de la buena educación no abordar temas delicados durante una cena familiar por miedo a generar malestares, disputas o una batalla campal. Pero en el caso del sabotaje de los gasoductos Nord Stream el pasado 26 de septiembre, la educada moderación de los líderes europeos roza el silencio cobarde. Después de todo, un ataque perpetrado frente a las costas de Dinamarca, Polonia y Suecia, países miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) o candidatos a la adhesión, probablemente por una potencia estatal, contra una infraestructura que pertenece principalmente al conglomerado ruso Gazprom pero también, en el caso del Nord Stream 1, a un grupo de empresas energéticas alemanas, holandesas y francesas, bastaba para despertar la furia investigadora combinada de los medios de comunicación y las autoridades. Sin embargo, en ambas partes, un inexplicable pudor obstaculiza la expresión de la habitual diatriba antiterrorista.
Tras la publicación del periodista estadounidense Seymour Hersh de una investigación que incrimina a Estados Unidos y a los servicios de inteligencia noruegos (Substack, 8 de febrero), las pesquisas de la Fiscalía Federal alemana se orientan hacia otra pista, digna de una película de la OSS 117 próximamente en cines con el título “Problemas en el paraíso”: una banda de seis espías vinculados a Ucrania, disfrazados de turistas, alquilan un yate en Rostock y se ponen discretamente sus trajes de baño para colocar 500 kilos de explosivos a 80 metros de profundidad en el Mar Báltico, según The New York Times (7 y 16 de marzo) y un consorcio de medios alemanes (8 de marzo). ¿Una distracción? Este guion, que sin duda atraería a un público mayor que la última película de Bernard-Henri Lévy sobre Ucrania (1.024 en total en Francia), deja perplejo a The Washington Post: el periódico (4 de abril) indica que la atención de los investigadores alemanes fue deliberadamente atraída hacia este yate por (…)
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